OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Después de dos intentos fallidos, por fin, este fin de semana, logré engancharme con “Game of Thrones” (Juego de Tronos), la magnífica serie de televisión de HBO. Pero no se trata en este espacio de hacer una reseña, ni siquiera una crítica, de la que muchos consideran la mejor producción para pantalla chica de la historia.

La trama de la historia, aunque no especifica ni aproximadamente la fecha en que está desarrollada, resulta claro que ocurre en algún punto de la edad media, llamada, por muchos historiadores, el “oscurantismo”. Una época difícil en la historia humana, pero altamente interesante.

¿Se ha puesto a reflexionar alguna vez cómo sería su vida de haber nacido por allá del año mil en algún lugar de Europa? Claro, a todos nos gusta imaginarnos como miembros de la realeza, instalados en una corte, tomando vino a raudales y comiendo sabrosos asados de carnero o puerco, y atendidos por docenas de sirvientes. Pero eso sería la excepción.

La gente común y corriente, el comerciante, el herrero, el maestro albañil, la pasaban mal comparados con nosotros, aunque ellos no lo sabían. Para ellos, rara vez había vino. La bebida era la cerveza, con un alto porcentaje de agua, que ni las Coronas “Light” aguantarían. La comida normal era papas, tocino, agua caliente con algún hueso viejo para darle sabor, y pan, mucho pan.

El aseo personal no era una de sus prioridades. Las mujeres solían bañarse una vez cada tres o cuatro meses en algún río, mientras que los hombres, si acaso, una vez al año o cuando lloviera. Y entre más al norte, más fría el agua, y menos baños.

Eso sí, desde entonces, las tabernas y la prostitución resultaban un gran negocio, aunque no necesariamente para quienes la ejercían. Entonces, como ahora, la trata y el comercio con seres humanos deja mucho dinero.

Si no se era de la nobleza, el primogénito varón tenía que dedicarse al negocio familiar. Los demás, tenían que escoger entre la milicia y la iglesia, mientras que las doncellas se dedicaban a buscar marido, las que tenían suerte, y las que no, se convertían en servidumbre o costureras.

También había un grupo numeroso que se dedicaba al crimen. Bandidos especialistas en asaltar viajeros, abigeos, tahúres y sí, asesinos a sueldo. Los curanderos de entonces se acercaban más a hechiceros que a médicos, aunque algunos remedios funcionaban. Rebasar los 30 años en hombres y 35 en mujeres era una proeza.

Y eso, más o menos, es lo que quieren los fanáticos de estos tiempos. Regresar a la humanidad a esas épocas. El fanatismo es un problema que se está generalizando en todo el mundo. Hace unos días, un sujeto de nombre Víctor Orban, quien fue presidente de Hungría, habló en Texas en una convención de republicanos radicales gringos. El tío se reventó una perorata fascista de otros tiempos. Que si la pureza de las razas, que si los judíos dominan el mundo, que si se está perdiendo la identidad de las naciones a causa de la inmigración, y muchas barbaridades más. En otros tiempos, lo hubieran bajado del escenario a patadas. Pero los texanos, casi todos blancos, lo vitorearon a rabiar.

¿En qué momento la retórica de un predicador, como Donald Trump acabó por convencer a tanta gente, al punto del sacrificio? ¿Cómo es posible que tanta gente se crea el cuento de que le robaron la elección, cuando está demostrado hasta el hastío que no fue así? Ni Andrés Manuel López Obrador llegó a tanto en 2006, cuando perdió ante Felipe Calderón, y miren que llegó lejos. Declararse Presidente Legítimo y colgarse la banda presidencial fue un delito por el que no quisieron hacerlo pagar, pero delito se queda, igual que la toma de Reforma en CDMX. El no haberlo llamado a cuentas desde entonces, lo estamos pagando ahora.

Ese es el grave e inminente peligro que corre Estados Unidos hoy. Si permiten por falta de voluntad política que Donald Trump sea llevado ante la justicia, harán un daño irreparable al estado de derecho en el país, y pagarán muy caras las consecuencias. Es la forma para derrumbar la democracia, hasta hoy, más sólida del mundo.

Así como en Game of Thrones el rey Targeryen se volvió loco y destruyó el pacto social de entonces, provocando el crecimiento de una secta religiosa que acabó haciendo añicos a los 7 Reinos, y que ni tres dragones pudieron salvar, así ahora el ex-presidente loco va en busca de establecer una secta invencible de cristianos evangelistas para, según él, “salvar al país”. Ojalá no lo dejen.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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