OPINIÓN

Por Jorge Berry (*)

Este mes de septiembre ha estado lluvioso, triste, de incierto presente y preocupante futuro. Como diría el inolvidable Carlos Monsiváis: “días de guardar.” Ante esa lúgubre perspectiva, uno busca distracción, algo en qué entretenerse. Es la aplicación práctica, de no ponerse a pensar en cosas que no se pueden arreglar en el momento. Más fácil decirlo que hacerlo, pero no imposible.

Así estaba una tarde de la semana pasada, con copiosa lluvia azotando mis ventanas, con relámpagos y truenos intermitentes, que llevaron mi mente a pensar en los climas cada vez más extremos provocados por el calentamiento global.

¡Basta! Tomé el remoto de la tele, y empecé a buscar qué ver. Dirá usted, lector, que si siempre recomiendo la lectura, es incongruente que ahora recomiende la televisión. Para empezar, la televisión me dio de comer cuarenta y tantos años, así que nunca voy a hablar mal de ella, ni de Televisa. Se llama lealtad.

Todos los medios tienen sus ventajas. La lectura es, en esencia, una actividad solitaria. Solo interactúo con el texto, que despierta mi imaginación, y cuya interpretación de la página escrita es personal, única e intransferible. Así es el cerebro. Por ello, la criminología moderna resta peso a los testimonios, y prefiere los documentos. Es clásico el ejemplo de dos personas describiendo su experiencia del mismo hecho. Nunca serán iguales. Y si se trata de interpretar un texto escrito, habrá profundas diferencias.

La televisión (el cine y el teatro también) ofrece, en cambio, una gran posibilidad de una experiencia compartida, en la que las diferencias persistirán, pero serán acotadas por las versiones de los demás miembros del grupo.

La radio, por su parte, es una mezcla entre la lectura y el medio audiovisual, pues al no acompañar el texto de una imagen, estimula en mayor grado la imaginación del radioescucha. La radio, y ahora los podcasts, son, también, experiencias solitarias.

Todo esto, para platicarles que zappeando la tele, fui a dar con la producción ganadora del Oscar a la mejor película de 1999, “Shakespeare in Love”. Ya la había visto en un par de ocasiones, y siempre me pareció magnífica, aunque hubo muchas críticas en su tiempo a la Academia porque, decían, le faltó seriedad a la película. El hecho es que se llevó mejor actriz su protagonista femenina Gwyneth Paltrow, y mejor actriz de reparto Judi Dench.

No puedo creer que no les dieron el mejor guión. Si bien es cierto que parte del diálogo es original de Skakespeare en “Romeo y Julieta”, el adaptar e interpretar los diálogos para asemejar el inglés de la época, mientras se usa un vocabulario comprensible en la interpretación de Shakespeare, no es nada fácil, y resultó maravilloso. También me pareció injusto que Joseph Fiennes, quien interpretó a Shakespeare, se fue sin reconocimiento.

La verdadera estrella de la película es, sin duda, William Shakespeare. Leerlo en el original, es prácticamente imposible. Pero es tal su genio, que las interpretaciones modernas, sin dejar de usar un inglés clásico y ya desaparecido como idioma hablado, son igualmente impactantes y llenas de belleza. Describir un amanecer como “se extinguieron las velas de la noche”, solo es privilegio de un genio, que sin duda lo fue.

La película importa, porque hace accesible y humano a un auténtico gigante inmortal de las letras. Por supuesto que el libreto toma enormes licencias, y en buena medida, teje una historia totalmente imaginaria, pero también plausible. Es 1593, van 100 años del viaje de Colón a América, y las potencias europeas solidifican sus colonias en las nuevas tierras. Está en el trono Elizabeth I, que pronuncia una frase memorable: “Si alguien sabe lo que es ser mujer en un trabajo de hombres, esa soy yo”. En la película, no en la realidad, aunque se adapta a la perfección.

¿Por qué no se ha hecho algo similar con Miguel de Cervantes Saavedra? ¿Tenemos que conformarnos con “El Hombre de la Mancha”? Hasta describir las historias de nuestras leyendas importamos de otros países.

La señora que nos quiere “descolonizar”, ¿por qué no destina fondos al arte, y que una buena película nos cuente cómo eran los mexicas, y por qué fue tan fácil conquistarlos? Directores, hay. Tenemos tres mexicanos ganadores de Oscar que, estoy seguro, le entrarían a un proyecto serio.

En fin, son elucubraciones de un día lluvioso.

¡Hasta el viernes, Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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