A propósito de exilios

TERCERA LLAMADA

Por María José Zorrilla

En la historia del mundo, el exilio siempre ha estado presente. Por diferencias religiosas o políticas, por guerras, violencia o pobreza extrema, por catástrofes naturales o para salvaguardar la vida y la dignidad; la humanidad ha vivido en constante conflicto con sus semejantes. Armonizar y convivir con las mismas oportunidades en orden y con libertad no tiene el mismo significado para todos.

Desde el exilio de los judíos en el siglo VIII AC hasta los que hemos vivido en los últimos años, son interminables los flujos de personas que han tenido que desplazarse de sus lugares de origen para salir de un infierno y buscar un futuro mejor.

Nunca antes el mundo había estado tan fragmentado ni había tenido tantos moradores habitando casas de campaña y centros de refugiados en distintos puntos del planeta.

Triste cifras nos encontramos hoy día.  De acuerdo a la ONU para finales del 2019 cerca de 80 millones de sirios, africanos, venezolanos, centroamericanos y asiáticos principalmente tuvieron que huir de sus hogares, lo que equivales a 9 millones más que el año anterior.

A esta ingente lista de personas que viven uno de los episodios humanitarios más dramáticos de los últimos tiempos, habría que añadir a los afganos en los días recientes. Bastaron algunas fotografías del aeropuerto de Kabul para entender la dimensión del problema y la desesperación por huir del régimen talibán que tuvo como impronta una desoladora imagen de personas trepando en llantas y alas del avión ya a punto de despegar.

Pero en medio de esta dramática diáspora, se abre un rayo de esperanza al conocerse que una mujer afgana que huía en el vuelo de rescate, dio a luz en la bodega de la nave tan solo llegar a una base americana en Alemania. La pericia del piloto militar hizo que la mujer pudiera resistir las complicaciones del parto gracias a que el comandante decidiera bajar la altitud e incrementar la presión atmosférica de la cabina para estabilizar a la madre y salvar la vida al bebé. Un verdadero milagro de vida en medio de la muerte.

Entre exilios y exiliados la historia también cuenta con un gran número de personas que lejos de su tierra de origen, hicieron contribuciones sobresalientes y por mencionar solo algunos, tenemos a Dante que tiene que dejar su Florencia querida, como consecuencia de la guerra entre güelfos como el poeta - partidarios de las libertades comunales y del Papa, y los gibelinos partidarios del orden y del Emperador.

Víctor Hugo el autor de “Los Miserables” que estuvo exiliado en una isla en el Canal de la Mancha huyendo de la tiranía de Napoleón III, Los españoles refugiados en México entre 1939 y 1940 que hicieron grandes contribuciones al desarrollo cultural y académico del país, Einstein que huye de la persecución nazi y se refugia en Estados Unidos para luego dar forma a la famosa Teoría de la Relatividad y sentar las bases de la mecánica cuántica, Steve Jobs hijo de inmigrantes que lo dan en adopción a una familia norteamericana y revoluciona la informática y la industria del entretenimiento, cientos de atletas y gimnastas que pasan tremendas aventuras como como Nadia Comaneci que huye de su natal Rumania a través de las montañas hasta llegar a Hungría y pedir asilo en Estados Unidos.

Detrás de todos estos personajes que lograron el éxito tras dejar su pasado y de otras que logran dar buenas oportunidades al menos para sus hijos; están los exiliados de la sociedad.

Los que viven en nuestro propio país, en nuestra propia ciudad y están en total abandono.  Personas que no viven, sino que sobreviven en la calle. Personas que lo han perdido todo, hasta la dignidad. Algunos orillados por dramas intrafamiliares, por pobreza extrema, por salir de un infierno. Múltiples decepciones en la vida los han llevado a vicios hasta caer en la indigencia.

Siempre me impactó la historia de un dentista en Vallarta que llegó a tener en los años 80 un consultorio frente al mar en el área de Conchas Chinas, con cuidada decoración minimalista todo en blanco, cuando todavía no era una moda común. La amplitud del espacio y el horizonte que remataba la visual con el mar de fondo daba tranquilidad. Era muy agradable sentir esa sensación de infinito dentro de lo estresante que pueda resultar una visita al dentista.

Un día tuve que salir corriendo. Eran las 9 de la mañana y todo estaba sucio, el lavabo, la toalla y el aliento a alcohol del odontólogo era imposible. Inventé una excusa absurda y me fui corriendo. Tiempo después, lo vi caminando frente a mi negocio, chamagoso, hurgando en la basura y con la mirada perdida. Había mucha tristeza y desamparo detrás de esos hermosos ojos azules. Me acerqué y le pregunté: ¿eres Rogelio, el dentista? Me dijo, sí. Qué te pasó, le pregunté. Me contestó “la vida”. Y se retiró. No pude seguir platicando con él.  Me huía cuando llegué a topármelo. Supe que tenía una casa de construcción caótica que estaba vendiendo a la vuelta de la calle Insurgentes. No volví a saber más de él. Allí ahora hay unos departamentos que transformaron el barrio, pero desconozco si él pudo transformar su vida.

Son muchos los que viven en condición de calle. Tal vez con algo de piedad, de amor podamos cambiar alguna vida.

Mi amigo Oscar me comentaba que en su cumpleaños trata de acercarse a un indigente y le regala algo. Cuando menos le alegra el día. Acabo de ver una película que me encantó. “Tan distinto como yo”. Está basada en hechos de la vida real y nos acerca a esta forma de exilio donde la escapatoria parece estar en el consuelo y la compasión.

Si con el drama de los refugiados internacionales es poco lo que podemos hacer, algo podríamos hacer con los que tenemos frente a nosotros. Hacerlos sentir que no son invisibles, como decía Denver el protagonista de la película. “Es increíble lo que se puede lograr con un poco de amor”.