TERCERA LLAMADA

Por María José Zorrilla

Hace algunos días, la propietaria de una tienda de ropa usada y miembro de la muy dinámica comunidad extranjera que reside en Puerto Vallarta organizó una gala benéfica, para apoyar a la OPC un proyecto de arte contemporáneo con el que he colaborado desde su fundación hace 7 años y prepara para el próximo mes de mayo la exposición con el tema “Línea del tiempo en la historia cultural de Vallarta de los últimos 100 años”.

Jamás había acudido a los desfiles de moda de la conocida tienda por la que circulo a menudo, por estar cerca de mi negocio. Menos aún se me habría ocurrido comprar un artículo allí, aunque en alguna ocasión una amiga de mi hermana que vino de vacaciones mencionó haber conseguido un lindo vestido de verano.

Prejuiciosamente no le concedía valor alguno a ese tipo de tiendas que supuse era para personas que ante la imposibilidad de adquirir algo nuevo acudían a comprar ropa ya en desuso.

La sorpresa al llegar al punto de reunión donde se llevaría a cabo el desfile fue ver un salón lleno con más de un centenar de americanos y canadienses de los que más aportan a la beneficencia pública, expectantes del momento del inicio y portando sus mejores galas para un lunch de verano tipo inglés.

Como parte del evento acudiría una renombrada diseñadora de joyas de Vallarta también parte de la comunidad extranjera y un estilista profesional que arreglaría a las modelos que lucieron espectaculares en la pasarela portando atractivos atuendos para mujeres de todas edades y de todos tamaños acompañadas de aretes, collares y pulseras de vistosos diseños modernos. De pronto me cambió la perspectiva sobre el lugar, la ropa y el desfile.

Acudí desconociendo el nivel de profesionalismo que había en cada uno de los detalles, al grado de querer adquirir un par de artículos que para mi desgracia los habían comprado en las primeras mesas por donde pasaron las modelos luciendo ropa entre la que destacaban marcas reconocidas.

Finalmente pude conseguir una prenda que pagué con mucho gusto y me la traje a la casa sintiéndome que al fin había logrado comprar algo.

Recordé un par de hazañas sobre mercados vintage o de ropa de segunda mano al que había acudido durante un viaje reciente y anteriormente, al famoso Portobello Road de Londres, el mercado callejero más famoso del mundo que se remonta al siglo XIX, visitado anualmente por millones de personas y donde había adquirido de joven una chamarra tipo militar de sabrá dios qué procedencia. 

Cuán distinta puede ser la perspectiva y la valoración de algo dependiendo de cómo se presenten las circunstancias.

De joven era todo un triunfo adquirir algo en el mercado de Londres, pero de adulto me parecía absurdo asomarme a una tienda de ropa ya usada. Con humildad reconozco que fueron los extranjeros los que me cambiaron la perspectiva hacia algo que de otra manera habría casi menospreciado.

En un abrir y cerrar de ojos la valoración de la tienda adquirió otra dimensión más allá de siempre haber agradecido su intención altruista de apoyar a la comunidad. No es fácil definir el valor.

En términos económicos hay gran diversidad de acepciones. Para muchos, precio y valor son lo mismo. No obstante, el valor hace referencia a los beneficios y satisfacción que obtiene la persona por el bien o servicio adquirido.

Warren Buffett lo resume diciendo “el precio es lo que pagas, el valor lo que recibes”. Pero lo que si es cierto es que el valor es un concepto de carácter subjetivo y abstracto, su cuantía depende de la apreciación personal y no presenta dependencia directa de la oferta y la demanda, aunque añadiría hay factores sociales que determinan un giro en la valoración como fue mi caso.

La pregunta queda en el tintero de hasta dónde los prejuicios intervienen para valorar algo que sea mucho más trascendente que una prenda de vestir.  Hasta dónde perdemos oportunidades en la vida, por no valorar lo que realmente “vale la pena”.

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