OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Ayer jueves, me desperté temprano por la mañana, y estaba lloviendo. La primera lluvia de la temporada.

Me parece increíble la velocidad a la que ha pasado el tiempo. Hace ya un año y medio que llegué a este paraíso que es Puerto Vallarta y la Riviera Nayarit, y no ha habido ningún día que pudiera yo llamar común y corriente. 

La naturaleza nos rodea y nos arrulla. El canto de los pájaros de especies que no conocía, el mar, por supuesto, los lagos, esteros, ríos y maleza, llenos de vida propia y vida animal. Y no importa si va uno caminando en la ciudad por el malecón o la avenida Francisco Villa, o si estamos jugando en un campo de golf, o disfrutando de un cafecito en la terraza, las maravillas de la naturaleza se hacen presentes.

Cuando llegué, en diciembre de 2020, el lago que colinda con el jardín de la casa donde vivimos estaba repleto de patos; el agua apenas si se veía entre un pato y otro. Vi, en vivo y a todo color, a varias mamás patas cruzar el lago seguidas de 5, 6 o más pequeños patitos que, evidentemente, estaban aprendiendo a nadar y valerse por sí mismos.

Luego, a partir del fin de marzo, como si los patos supieran que la primavera inicia el día 21, empezaron a emigrar. Para los últimos días de mayo, sólo quedaba uno que otro pato, dejándose ver sólo de vez en cuando, temprano cuando no hace tanto calor. Son los patos que están tan enamorados de Vallarta como yo.

Las ágiles iguanas y los majestuosos garrobos son otra maravilla entre nosotros. No sé si es la temporada, pero en el diciembre pasado, me tocó ver a dos garrobos luchar por aparearse con una iguana, y a uno ganar el privilegio. Las iguanas no serán tan bonitas como los garrobos, pero deben oler rico, cuando que los galanes se pelean por ellas.

Y, hablando de garrobos, estoy orgulloso de haber ayudado a rescatar a uno que se atoró en una malla metálica que separa el jardín de mi casa del terreno adjunto. Probablemente, algún chamaco pensó en tenerlo de mascota y le amarró un lazo de plástico en el cuello. Como es un garrobo, y no un tonto, se escapó y vino atorarse en la malla de nuestro jardín.

Con la ayuda del personal de seguridad, le tapamos los ojos al garrobo con una toallita, se quedó quieto en la oscuridad, y pudimos cortar el lazo en su cuello y liberarlo de la malla.

Por unos momentos quedó aturdido, pero afortunadamente no lesionado, y unos momentos después corrió al lago y se echó un clavado al agua. No soy experto, pero conforme aumenta la temperatura ambiente, aumenta también el número de iguanas y garrobos que rondan el jardín. De no ser por mi perrita, Khaleesi, que le da por proteger y los espanta a ladridos, creo que alguno dormiría conmigo cada noche.

En estos 18 meses, también he vivido la temporada de las tortugas. Las tortugas que nos visitan son simples plebeyas del lago, y no son aristócratas marinas protegidas.

De cualquier manera, una de ellas también se atoró en la malla metálica entre los terrenos y hubo que zafarla del alambre. Rápidamente huyó, pero no sin dejar atrás un hoyo en la tierra donde había depositado 4 huevos.

Un experto en tortugas que trabaja para el complejo Paradise nos explicó que nuestra mamá tortuga, por ser del lago y de agua dulce, no gozaba de los programas de protección de las tortugas marinas.

Había que dejar que la naturaleza se hiciera cargo por sí sola. Tapé los huevos de la tortuga con tierra húmeda, con la esperanza de que regresara la mamá para cuidar su nido. Desafortunadamente, la mamá nunca volvió. Creo que le ganó el miedo a los humanos o a la perrita. El caso es que unas 2 semanas después, en la mañana salí a revisar el nido y lo único que encontré fueron pedazos de cascarón: algún garrobo los encontró y desayunó huevos de tortuga de agua dulce. Sentí horrible, pero no podemos luchar contra la naturaleza; ella siguió su curso, y ya vendrá la nueva temporada de huevos de tortugas, aunque no sean de la aristocracia marina.

Y puedo seguir con la vida vegetal que he encontrado, empezando con los árboles de mango en el jardín. Durante el verano pasado, los árboles nos regalaron cajas y cajas de deliciosos mangos. Y las palmeras nos dieron tantos cocos que apenas si cupo en el congelador tanta fruta (que además se conserva perfectamente congelada).

Por si fuera poco, está la gran mayoría de la gente que he conocido. Desde el plomero y el electricista, el alberquero y el jardinero, o las señoras que ayudan a mi hermana en las labores de la casa, hasta los vecinos y colegas golfistas, grandes empresarios, médicos o notarios con los que he tenido contacto, ya sean mexicanos o extranjeros retirados, son gente de bien.

Son personas amables, generosas, y dispuestas a ayudar. Que no necesariamente les corre prisa, que realmente no importa si lo dejamos para mañana o la próxima semana, también son características que he encontrado, pero que palidecen ante la calidez del trato. Pareciera que el cariño es parte de la naturaleza de la gente de nuestro paraíso. Y por eso es un paraíso. Yo, aquí me quedo, orgullosamente un pata salada/nayarita importado del DF, o de la CDMX, como ahora se conoce a la ciudad que me vio nacer.

¡Hasta el lunes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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