LA MIRADA INCÓMODA

“Los Miwok fueron masacrados y expulsados de sus tierras y allí se creó el Parque Nacional Yosemite”: Colchester.

Por Alfredo César Dachary – cesaralfredo552@gmail.com

El valor del tiempo fue fundamental en la revolución industrial y en la era post-industrial más aún, donde las nuevas tecnologías nos hacen vivir aceleradamente, entre el consumo y la necesidad de lograrlo como una forma de alcanzar ser lo que no somos, pero podemos simularlo.

La sustentabilidad tiene una estrecha relación con el tiempo, las amenazas al planeta son de corto tiempo, los cambios drásticos pueden ser ya, así el tiempo pasó de mercancía a medida de la amenaza en el paradigma ambiental, nos hablan del tiempo y no de las causas; del castigo en vez del juicio.

Pero la cuestión ambiental ha permeado a toda la sociedad, la cual ha asumido éste como un tema propio en los países desarrollados y los grupos de mayor desarrollo de los emergentes, que ven en estas ideas un justificativo o una nueva creencia, acorde a estos tiempos.

Thomson (1998) sostenía que “…la mayoría de las personas tratan de equilibrar las formas y las responsabilidades socialmente avaladas que proceden de las experiencias mediáticas con las que surgen de los contextos prácticos cotidianos. La búsqueda del equilibrio permite poder vivir y justificarse así mismo”.

El 22 de abril de 2010 se festejó el día de la tierra en más de 190 países y potencialmente llegó a 1,000 millones el número de personas que viven bien en este mundo asimétrico, y una cifra similar es la de los que pasan hambre crónica: ¿dos caras de una misma moneda o dos versiones de una misma amenaza?

Con la pandemia y los conflictos actuales estas cifras se han polarizado aumentando masivamente el número de pobres y carentes de alimentos, que en América Latina fue donde se dio el impacto mayor entre los países pobres y los más ricos, Estados Unidos y Canadá.

Ante ello, William Cronon, uno de los principales historiadores del medio ambiente de la Universidad de Wisconsin, plantea que el ambientalismo es una nueva religión, en virtud que ofrece una serie de imperativos morales para la acción ética y, en consecuencia, juzga a la conducta humana.

La economía de mercado se entiende mejor como religión, ya que la gente cree en el mercado como el gran regulador de la vida moderna y, por ende, la guía a seguir, al igual que los ecologistas creen en la naturaleza, aunque sin saber a ciencia cierta a cuál nos referimos, a la transformada por el hombre en el pasado o la alterada profundamente hoy por la tecnología.

Si el ambientalismo se utiliza como una religión, se puede pensar que como el cristianismo es un instrumento de justificación del poder de los poderosos sobre miles de miserables, y que éstos esperan la compensación en la otra vida, o como los protestantes que creen que el dinero y el poder son signos de que Dios premia a los buenos en la tierra; en ambos casos los verdes son los elegidos.

De cualquier manera, será una religión que se deberá aplicar de diferentes maneras en los grandes grupos de pobres del mundo; ya se ha impuesto en los grupos de poder, como un gran negocio y como una postura o “pose ética”, o sea, tiene valor de uso, pero con los pobres, que son considerados los responsables de la pérdida de la biodiversidad, ¿cómo sumarlos a esta nueva ideología?

¿Por qué en el siglo XXI, se plantea dar un asalto final a las tierras vírgenes, en manos de pueblos originarios?

La respuesta debe ser múltiple, primero porque el aumento de la población reduce el territorio y estos lugares tienen riqueza que hoy es prioritaria como las tierras raras, el litio y otros más. Segundo, porque no se logró reducir la población del planeta en diferentes campañas y el aumento de la población implica una más alta densidad o carga. Esto se ha visto en las reservas de los pueblos originarios de Estados Unidos que ha intentado el Estado ocuparla para una prospección.

Lo tercero, la expulsión de los pueblos originarios aumenta las zonas marginales de las ciudades, último bastión del trabajo intensivo y sin derechos que tienen los grupos de poder.

Está demostrado que los pueblos indígenas comprenden y gestionan su entorno natural mejor que nadie. El 80% de la biodiversidad de la Tierra se halla en territorios indígenas, y cuando se garantizan los derechos de los pueblos indígenas sobre sus tierras, los resultados de protección de sus entornos naturales son iguales y a un coste mucho menor que los programas de conservación convencionales.

Quien se adelantó a estas políticas es el Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha emprendido una campaña por ocupar a gran parte del Amazonia a fin de extender la frontera agropecuaria y la minera.

En África y Asia, gobiernos y ONG expropian grandes extensiones de terreno a tribus y comunidades locales con el falso pretexto de que es necesario para la conservación de la naturaleza.

Después, califican la tierra confiscada como “Área Protegida” o “Parque Nacional” y expulsan a sus habitantes indígenas, a menudo con una violencia extrema. Mientras se da la bienvenida a turistas y a otros foráneos, los guarda parques prenden fuego a los hogares de la población local, les arrebatan sus bienes, destruyen sus propiedades y les golpean, torturan, violan y asesinan con impunidad. Lo ha denunciado Suvarvier, para el caso del Congo donde muestra a los guardabosques agrediendo y expulsando a la población.

Otro ejemplo de esta guerra invisible salió en la misma revista y allí se ve a funcionarios congoleños entregar un rifle de asalto al principal responsable y empleado de WWF del Parque Nacional de Salonga. Algunos guardaparques han sido acusados de violar, torturar y asesinar en grupo. 

Esto es colonialismo puro y duro: poderosos intereses globales roban sin escrúpulos las tierras y los recursos de personas vulnerables al tiempo que proclaman que lo hacen por el bien de la humanidad.

Organizaciones conservacionistas bien conocidas, como el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la Sociedad para la conservación de la vida silvestre (WCS) y African Parks están al tanto de estas atrocidades desde hace años, pero siguen financiando y apoyando la conservación colonial.

Proporcionan equipamiento y formación directamente a quienes perpetran los actos de violencia y además han escondido informes sobre abusos y demás atropellos que reciben los pobladores de estos “Guardianes del orden”.

Los desalojos brutales en el Parque Nacional de Kaziranga, India, donde WWF proporciona equipamiento y formación a los guardaparques de ese lugar, pese a tener conocimiento de que las autoridades cometen atrocidades como estar contra las poblaciones locales, ya que la conservación colonial se basa en el racismo, la violencia y la intimidación.

La conservación colonial, también llamada conservación fortaleza, se basa en el prejuicio racista de que no se puede confiar en que los indígenas sepan cuidar sus propias tierras y a los animales que habitan en ellas. Sus partidarios consideran a los guardianes originales de estas tierras como una “molestia” que hay que “solventar”, en vez de verlos como expertos en biodiversidad local y socios fundamentales para la conservación de la naturaleza.

Las autoridades que aplican la conservación colonial han apaleado y asesinado a docenas de personas inocentes, entre ellos, a menores y personas con discapacidad. Son pocos los culpables que han respondido ante la justicia por sus crímenes.

Pueblos indígenas del lugar explican que para ellos la conservación colonial es la mayor amenaza a la que se enfrentan. Un hombre de la tribu baka cuenta cómo una niña pequeña y un hombre mayor murieron cuando su comunidad fue atacada por guardaparques congoleños financiados por WWF.

De conformidad con el Derecho Internacional, es preciso el consentimiento libre, previo e informado de las comunidades locales antes de que se lleve a cabo cualquier proyecto en sus tierras, pero las grandes organizaciones conservacionistas nunca han obtenido debidamente tal consentimiento. En muchos casos, los habitantes indígenas solo descubren lo que está ocurriendo cuando los expulsan de sus tierras o cuando en sus comunidades aparecen guardianes armados.

“WWF ha llegado a nuestro bosque y está marcando linderos sin nuestro consentimiento. Nadie se ha dignado a darnos una explicación. Simplemente nos han dicho que ya no tenemos derecho a entrar en el bosque. Los guardaparques ya nos están haciendo sufrir. Golpean a la gente, pero no protegen a los elefantes.”
Indígenas bakas, Congo.

Las grandes organizaciones conservacionistas sostienen que los pueblos originarios que viven en el interior de las zonas protegidas son una amenaza para el medioambiente. Sin embargo, los pueblos indígenas llevan viviendo en ellas desde tiempos inmemoriales: estos territorios constituyen en la actualidad importantes áreas de conservación gracias a que sus habitantes indígenas han cuidado estupendamente bien de sus tierras y de los animales salvajes que viven en ellas.

Quienes apoyan la expulsión violenta de los indígenas de las zonas protegidas fomentan de forma significativa, y a menudo activamente, otras formas de presencia humana en ellas. Muchas zonas protegidas invitan al turismo masivo y en muchos casos admiten a cazadores de trofeos y a empresas madereras y mineras. Según este modelo de conservación, se prohíbe a la población local cazar para alimentarse, pero se da la bienvenida a gente de fuera que viene a cazar por deporte.

This div height required for enabling the sticky sidebar