OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Después de dos años viviendo en Vallarta, me doy cuenta que la vida en una gran ciudad, como la de México, puede ser tan abrumadora que pocas veces nos permite ver y reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor. Pero aquí, en un lugar pequeño, donde el tiempo parece transcurrir más despacio y la población local es naturalmente amable, he tenido la oportunidad de ver de cerca de lo que son capaces algunos vallartenses.

Resulta que todas las mañanas llevo a mi perrita a caminar un rato y, cuando hace poco más de un año, comenzaron a construir una casa en un terreno muy cerca de la casa donde vivimos, fui testigo presencial del proceso completo. El caso es que en nuestra calle empezó la invasión de maquinaria pesada, pick-ups con herramientas, camiones con materiales de construcción, y muchos trabajadores. Las labores empiezan como a las 9 de la mañana.

Un día, a eso de las 10 de la mañana, salí a caminar con Khaleesi (mi perrita), y en seguida me di cuenta de que el nivel del ruido en la obra había bajado. Al acercarme a la construcción, vi a los trabajadores arremolinados alrededor de una camioneta pick-up, todos con un plato en las manos, platicando, riendo y comiendo con tal gusto…

Sucede que la camioneta pick-up estaba convertida en una especie de restaurante ambulante. Arriba, en la camioneta, estaba una señora detrás de unas mesas y rodeada de cazuelas, haciendo tacos de una y otra cazuela, y abajo estaba un señor pasando los platos llenos a los trabajadores y despachando refrescos; una chamaquita apuntaba en una libretita y recibía el pago de alguno que otro.

Pasé caminando, vi en gran tertulia a los trabajadores y a los de la pick-up, todos nos dijeron buenos días y chulearon a la perrita. Todos contentos y sonriendo. Seguimos a la siguiente calle y una media hora después, regresé a casa con Khaleesi. Volví a pasar frente a la obra, la pick-up había desaparecido y los trabajadores estaban de nuevo en sus labores, haciendo el ruidero de costumbre.

Unos días después, salí con la perrita a la misma hora y me encontré al señor encargado del mantenimiento del jardín y la alberca de la casa, sentado en su coche y comiendo tacos. Pues no me aguanté y le pregunté qué tal estaban los tacos, porque parecían tener gran demanda. Y entonces me contó lo que sabía de la historia de la señora de los tacos. Este señor la conoce bien, porque él lleva más de 20 años dando mantenimiento en distintas casas por todo Bahía de Banderas.

Al parecer, todo comenzó con la señora haciendo tacos en su casa y llevándolos en canastas a una obra, siempre a la hora que los trabajadores tienen para desayunar. Vendió todo y cada vez más. Al tiempo, se pudo hacer de un cochecito y podía cargar más canastas, así que vendía en una obra el desayuno y se iba a otra a la hora de la comida.

El paso siguiente fue adquirir la pick-up, que le permitía llevar los guisados, ofrecer más variedad y hacer los tacos en el momento. Con esto, aumentó más el número de comensales que podía atender, y sus ventas siguieron creciendo, así como en número de obras que podía visitar.

Me cuentan que, hoy día, la señora cuenta con 5 camionetas pick-up, varios empleados, desde luego, y da de desayunar y comer en distintas obras, que en esta zona abundan, durante toda la jornada de los trabajadores. Lleva la cuenta de los tacos y refrescos que consume cada trabajador y les cobra a la quincena, cuando reciben su raya.

No dudo que haga algún tipo de acuerdo con los ingenieros o encargados de las obras para proteger el pago de sus tacos (ojalá para negociar algún subsidio por parte de la constructora) y para coordinar las horas de comida, y me parece un arreglo magnífico, tanto para la señora empresaria, como para los trabajadores y también para los encargados de las obras, que tienen a su gente alimentada, sin enfermarse, y más fuertes.

Acabaron de construir la casa y no he vuelto a ver a la señora de la pick-up, pero me cuentan que su negocio empezó hace más de 10 o 15 años, así que seguramente sus 5 pick-ups, si no es que más, siguen de obra en obra. No tuve la suerte de probar los tacos, porque siempre que la vi yo ya había desayunado, pero no por eso dejó de hacérseme agua la boca, sólo de ver el deleite y la sonrisa de los que comían. Les prometo que, si la vuelvo a ver algún día, la entrevisto y les platico más.

No cabe duda de que querer es poder. Cuando se tiene imaginación y ganas de progresar, es cuestión de identificar los talentos que tenemos y aprovecharlos.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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