OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

A veces, la vocación tercermundista de Latinoamérica en general, y de México en particular, resulta tristemente arraigada hasta lo más profundo de nuestras culturas. No sabemos digerir el éxito.

Solo así me explico la bizarra conducta de algunos legisladores. Hay un señor de nombre Alberto Anaya, líder del Partido del Trabajo, que es de los que piensan que regresando a los 70s seremos más felices. Este sujeto sigue instalado en la dialéctica comunista que estuvo de moda hace más de 50 años, y que ha demostrado, sin excepción alguna, ser un fracaso como sistema político.

Anaya, por ejemplo, siempre ha sido admirador de la familia Kim, que gobierna (es un decir) a Corea del Norte. Fue invitado distinguido a Pyongyang a los funerales del amado líder Kim Jong-il, padre del actual dictador Kim Jong-un, a quien hace reverencias, sin considerar que la población de Corea del Norte vive la autocracia más salvaje del mundo, con centros de “reeducación” donde van a parar los sufridos norcoreanos bajo sospecha de la más mínima disidencia. Es un régimen que mandó ejecutar a un ministro de estado por quedarse dormido en una junta con el amado líder. Ese engendro de ideología es lo que apoya Anaya.

El maoísta, marxista, leninista y hasta stalinista de Anaya sobrevive gracias al PRI, que con una sucia maniobra, le salvó el registro como partido, y le permitió acceder a cientos de millones de pesos de financiamiento oficial como partido cuyo destino, mayormente, es el bolsillo de sus líderes. Algo similar al partido Verde, pero peor.

Y aquí es donde entra la desesperante vocación tercermundista. El señor Anaya, en pleno conflicto armado entre Rusia y Ucrania, decide organizar en la cámara de diputados, que hace tiempo dejó de ser “honorable”, un grupo legislativo de “amistad” con la Federación Rusa. Hágame el favor. No contentos con habernos negado a imponer sanciones a Rusia, declarando desde el púlpito mañanero que nuestros cielos siguen abiertos a Aeroflot, tal vez con la peregrina esperanza de conseguir clientela internacional para la central avionera Felipe Ángeles, ahora el legislativo le dice a Rusia, “no hay fijón, hermano”.

Ni el presidente López Obrador, ni el canciller Ebrard objetaron la descabellada iniciativa. Quien sí la objetó fue el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, y con toda razón. Hasta Ricardo Monreal estuvo de acuerdo con el embajador.

¿Por qué nuestros líderes insisten en mantenernos chiquitos? Estados Unidos encabeza la reacción internacional contra la barbarie mostrada por Rusia. Los tratados internacionales sobre las agresiones a población civil no se han respetado. Todo parece indicar que Rusia ha cometido crímenes de guerra.

Ah, pero nuestro amado tlatoani, en vez de alinearse con el mundo civilizado, prefiere escudarse en su rancia política nacionalista-populista, sin reparar en que estos arranques tienen consecuencias.

No es casualidad que la vicepresidenta de EU, Kamala Harris, difundió un video donde agradece el apoyo de su política exterior a sus “amigos y socios” de Centroamérica, con la conspicua ausencia de México.

Tampoco es casualidad la publicación de los servicios de inteligencia de Estados Unidos en los que revelan que México es el país en el que más espías rusos operan. Digo, siempre ha sido así. En México mataron a Trotsky, está bien documentada la presencia de Lee Harvey Oswald, el asesino de John Kennedy, en la embajada rusa en México en los meses antes del magnicidio. Pero que ese hecho se remarque ahora, dice mucho.

El presidente López Obrador ha elegido el camino del conflicto con Estados Unidos. ¿Sabe cuántos mexicanos viven en Estados Unidos? Son los mismos a los que se refiere cuando se quiere adornar con las remesas. Hay remesas porque los gobiernos de México nunca han podido ofrecer trabajos y sueldos dignos, y ahora menos que nunca, con la mentada austeridad en los bueyes de mi compadre. ¿Cuántos mexicanos, aquí y allá, dependen de la relación comercial con Estados Unidos? Pero el presidente prefiere pasar una reforma eléctrica digna de Luis Echeverría, que cuidar la relación.

Ojo. Estamos corriendo un riesgo mayúsculo. Estados Unidos puede hartarse en cualquier momento de nuestras necedades y posturas en aras de una soberanía inexistente. Nadie está pensando en los millones de mexicanos, muchos de ellos aquí en Vallarta y Bahía de Banderas, que dependen económicamente de nuestro intercambio comercial, pero también del cultural y familiar. Mi padre y mi abuelo fueron gabachos enamorados de México, y aquí vivieron y murieron, así como millones de mexicanos viven y echan raíces allá.

Se le olvida al gobierno que su primera y única prioridad debe ser buscar el bienestar de sus ciudadanos. Pero no. Prefieren pensar en México como una dictadura estilo Castro o Evo Morales o hasta Juan Domingo Perón. Nos encanta el populismo y, por lo visto, el atraso.

¡Hasta el viernes, amigos de Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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