OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Uno pensaría que después de 30 años de trabajar en Televisa, ya estaría inoculado contra la aversión a los comerciales; pero no. Creo que no hay vacuna. Tal vez me molestaban más cuando conducía noticieros. Nada más desesperante para el ritmo de un programa que mandar a corte y tener que esperar más de siete minutos para continuar. Eso, por cierto, sigue pasando.

Creo recordar que, dentro de la ley general de radio y televisión, hay un límite de duración de cortes comerciales, y otro de minutos comerciales dentro de cada hora. Estoy seguro que se respeta la letra de la ley, pero no el espíritu. Las excepciones consideradas en la ley, se convierten en herramientas para alargar e incrementar el número de cortes.

Entiendo, claro, que sin comerciales no hay televisión ni radio. Los costos de producción, en algunos casos altísimos, tienen que salir de alguna parte. En Inglaterra, BBC, por ejemplo, no tiene comerciales y una producción de alta calidad. Pero ahí cobran una especie de impuesto de televisión, que se tiene que pagar, se vea o no la transmisión.

No es, conste, una crítica privativa a México y Televisa. Azteca hace lo mismo. Y no hay nada más desesperante que ver un partido de futbol americano. Anotan, y se van a corte. Regresan con la patada de salida, que muchas veces, no se devuelve. Y otro corte.

En afán de no demeritar los esfuerzos que hacen los creativos y realizadores de las empresas publicitarias, hay que decir que, de vez en cuando, sale un comercial que agrada por gracioso, o por bien hecho, como la campaña de Corona que vimos en los Juegos Olímpicos de Londres. Pero la sonrisa empieza a desdibujarse, hasta volverse una mueca de rechazo, para la vez número 63,287 que vimos al mismo monito, en el mismo coche, tocando la misma tonadita en el claxon – ya pedimos esquina.

Hay otros “creativos” que, con una dudosa base teórica, creen que “shock” vende. Esos son los que piensan que un comercial donde se muestra gráficamente una uña del pie amarilla y descolorida por los hongos (unicomicosis, creo que se llama) o la animación de un tipo con tos que, gracias al medicamento en venta, extirpa y escupe unas flemas dignas del palenque de la feria de San Marcos, y, encima, marcadamente verdes, se encuadra dentro de la publicidad efectiva. El colmo es el que nos enseña, a todo color, una intervención quirúrgica para solucionar un problema de hemorroides. Mi nana Claudia decía que para las almorranas era bueno un baño de asiento. Puede ser, pero no quiero ver ni uno ni otro remedio por la televisión. Menos, miles de veces.

Imposible dejar de mencionar la horrorosa noción de que un bebé, hablando con voz de adulto, nos convence de que los niños y los borrachos dicen la verdad; no quiero ni pensar cuál podría ser la siguiente generación de anuncios bajo este razonamiento.

Esto de la publicidad de medicinas merece párrafo aparte. Empresas como Genoma Lab se han convertido en los anunciantes más prolíficos de México. Pero no veo a la Secretaría de Salud vigilando los contenidos con mucho detalle. Si no es producto “chatarra”, el anuncio va, así sea del peor gusto posible. Pero aquí hay un problema. Esto resulta un estímulo, de no poca monta, a la auto-medicación. Si el jarabe “X” alivia la tos, ¿para qué hago colas en el Seguro o pago un doctor? Mejor me tomo el jarabe, y listo. Pero el jarabe no cura pulmonías, y este tipo de remedios rápidos pueden terminar en enfermedades graves.

No sé a qué hora se eliminó la obligación de los anunciantes de usar, en todos sus comerciales, la frase “consulte a su médico”, pero debían regresarla.

Con la llegada del “streaming” y la fragmentación de las audiencias, dada la gran diversidad de oferta televisiva y radiofónica, se ha reducido, en buena medida, la cantidad de anuncios que un radioescucha o televidente tiene que chutarse, sobre todo, en series o películas o podcasts. Pero si lo que queremos ver o escuchar está en vivo, como noticias o eventos deportivos, la esclavitud a soportar comerciales sigue gozando de plena salud.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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