LA MIRADA INCÓMODA

“En momentos de crisis solo la imaginación es más importante que el conocimiento”

John Maynard Keynes.

Por Alfredo César Dachary – cesaralfredo552@gmail.com

Cada vez que escucho hablar del COVID-19 y la pandemia que generó, me la imagino como un gran espejo, donde se puede ver todo lo bueno o todo lo malo, según sea quién lo use y qué quiere ver.

Para justificar el desastre planetario que ha implicado, no hay mejor manera que ver la pandemia como el único culpable, y no a la irracionalidad del hombre del antropoceno como el verdadero causante, aunque frente a los 7,500 millones de personas, los responsables conscientes son una minoría obsesionada por el poder y las grandes mayorías que lo acompañan desde el consumo son los grandes alienados por un sistema, que hoy conoce lo suficiente como para guiarte al consumo total, aunque en ello vaya nuestras vidas.

Hablar de la pandemia, como causa principal de la crisis que ya está instalada y el cuestionamiento a la hegemonía del poder, es querer ocultar con un dedo la gran masa de pendientes que ha generado el sistema en sus marchas incontrolables por sostenerse en el poder.

Deforestación masiva, desertificación creciente, deshielo de los grandes glaciares y el aumento del nivel de los mares, hacer una alimentación a la medida masiva industrial, transformado la naturaleza y cuyos efectos en muchos casos aún no son evaluados, desde la semilla transgénica a la cría de animales en jaulas con una bestialidad imposible de justificar en un humano.

El cambio climático se presenta, así como el nuevo jinete del apocalipsis con capacidad por sí solo de transformar la vida en el planeta, ajustarla a los cambios donde las minorías con el poder podrán mantener su forma de vida y las grandes mayorías, si sobreviven, será de manera peor que la actual.

Actualmente la ciencia ficción se ha transformado en cotidianidad que refleja claramente una violencia descontrolada, como la de la pobreza extrema o el hambre masivo, nuevos escenarios, países inundados, pueblos sin agua, desiertos extensos y demás ideas que generan esta nueva mentalidad trágica, muy diferente a la idealista y humanista de Julio Verne antes de la llegada del siglo XX, la visión de la desesperanza.

Pero esto es una parte mínima de los cambios reales que se están implantando como siempre a través de una revolución silenciosa, donde los trabajadores son remplazados por avances tecnológicos, camino a la sustitución general, pero no global, hay otro mundo que no toma parte de este aparente “festín”, las grandes zonas de pobreza.

El mundo modernizado ha dejado de creer en dioses visibles a través de imágenes o invisibles a través de ideas, una revolución que triunfó desde el siglo V a.C. y fue conocida como la revolución Axial, el nacimiento de las grandes religiones monoteístas.

Hoy, una vez más el hombre construye su idolatría al entregar todos sus datos de vida, movimiento y pensamiento a las grandes corporaciones del mundo digital, no para vendernos más sino para manejarnos mejor, la nueva forma de “amansar” es más compleja que la que se inauguró en los 60´del siglo pasado, el Instituto Tavistock, cuando creó a Los Beatles en plena revuelta estudiantil, revolución femenina, reformulación de la juventud y exigencia de más derechos.

La zanahoria de la libertad, que comenzó a operar en los 70´con la crisis de Estados Unidos, desde la derrota en Vietnam a los derechos civiles de los afroamericanos y el reconocimiento de la naturaleza como bien a conservar, logró eclipsar todas estas buenas intenciones cuando el modelo entrante, el neoliberalismo logra incrementar a la libertad por el camino más rápido: la pérdida de la estabilidad laboral.

Así en este nuevo período y en medio de casi dos años de pandemia, la tasa de pobreza extrema alcanzó el 12,5% y la de pobreza, el 33,7% en promedio en nuestra región. Señala la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que las transferencias económicas hechas por distintos gobiernos en el peor momento de la pandemia evitaron que esos índices sean incluso peores.

El alza de la pobreza en la región pasó de 189 millones de personas en 2019 a 209 millones en 2020, aunque podrían haber sido 230 millones sin las transferencias de emergencia de los Estados, que beneficiaron a 326 millones de personas, el 49,4% de la población que vive en la región.

En el caso de la pobreza extrema, pasó de 70 millones en 2019 a 78 millones, pudiendo haber sido 98 millones, estimó la CEPAL y es mayor en áreas rurales, entre niñas, niños y adolescentes; indígenas y afrodescendientes y en la población con menores niveles educativos.

Occidente ya no logra vivir de la producción de bienes que consume mientras que China se ha ‎convertido en la fábrica del mundo, al comienzo de los productos masivos y menor calidad y luego pasó a una etapa superior de productos de alta calidad. Mientras esto ocurre los dueños de los grandes capitales son ‎los únicos que se enriquecen actualmente y mucho, no por la producción sino por la especulación, hacen dinero desde y por el dinero.

La gran crisis de 1929 que arrojó a la pobreza a cerca de la mitad de los ciudadanos e inmigrantes que vivían en Estados Unidos y con ello la “democracia” y todas las instituciones se vieron amenazadas, y que “mágicamente” apareció la solución, un gran enemigo enfrente: los nazis y el comunismo y una Europa acorralada que pedía ayuda sin saber su costo final, que fue la gran catástrofe la Segunda Guerra Mundial y el auge de Estados Unidos.

David ‎Ricardo en el siglo XVIII se preguntaba sobre la perennidad de ese sistema, ya que lo que al principio reportaba enormes ganancias ‎acabaría convirtiéndose en algo ordinario, dejando de enriquecer a quienes inicialmente habían ‎obtenidos beneficios y el consumo no podría justificar eternamente la producción en masa.

Esa muerte predicha del sistema debió haber ocurrido en 1929, pero pese al rechazo de algunos sectores del poder a la política “socialista” de Franklin D. Roosevelt para sorpresa de todos, logró sobrevivir, y transformar el país en la primera potencia mundial‎.

En la actualidad estamos en un momento similar en Occidente, donde la producción de bienes ya ‎no reporta suficientes ganancias, sólo logra hacer dinero el mundo de las finanzas. En todo ‎el mundo occidental se reduce el nivel de vida de la gran mayoría de la gente, mientras que ‎crece escandalosamente el patrimonio de unos pocos individuos. El sistema está otra vez ‎al borde del colapso definitivo. ‎

La diferencia entre 1929 y 2021 es que el mundo actual, en principio, es tripolar desde el punto de vista del poder militar y bipolar en el económico entre Estados Unidos y China, seguidos de la India, Rusia y varios países “emergentes más”.

Pero tiene en común con la Segunda Gran Guerra que el nazismo tampoco pretendía ocupar y compartir la hegemonía ni con la URSS ni con Estados Unidos, eso la llevó a perder la guerra y el fin del último sueño europeo, luego del ocaso de Inglaterra.

Con la desaparición de la URSS en 1991, el capitalismo, huérfano de rival, regresó a sus viejos demonios, la producción comienza a decrecer en Estados Unidos y las transnacionales trasladan los empleos a China, la clase media sufre un lento proceso de erosión.

El primer alternativo consistió en convertir la economía de Estados Unidos en exportadora ‎de armamento y utilizar las fuerzas armadas para controlar las fuentes de ‎materias primas y de recursos energéticos en la parte no globalizada del mundo.

Pero emerge el Estado Profundo y orquestan los atentados del 11 de septiembre de 2001 y así comienza la guerra sin fin en el Medio Oriente ampliado, pero las consecuencias internas en Estados Unidos han sido desastrosas para la clase media.

Trump planteó un nuevo intento fuera de tiempo, frenar el intercambio internacional y tratar de forzar el regreso ‎de los empleos y de la producción a Estados Unidos. Pero Trump, que había sido el primero en declarar que el 11 de septiembre fue un auto atentado, no recibe el apoyo del Estado profundo.

Klaus Schwab, Director del Foro de Davos hace un planteamiento en su libro “Covid-19: El gran reinicio”, donde prepara a sus lectores para la implantación de una sociedad orwelliana, y lo hace anunciando todo tipo de hecatombes, hasta la muerte del ‎‎40% de la población mundial en la pandemia de Covid-19.

Sin embargo, Schwab no propone ‎nada concreto, de hecho, ni siquiera parece preferir alguna opción. Lo único que queda claro en ‎su libro es que él y su público no decidirán nada pero que están dispuestos a aceptar lo que sea ‎para conservar sus privilegios.

Así podemos seguir viendo otras opciones, modelos o alternativas, para qué hacer tras la pandemia, pero sin olvidar que ella es una consecuencia general del sistema y su irracional comportamiento, por lo que los ajustes o maquillajes no serán válidos si la sociedad en este tiempo no recupera parte de la conciencia perdida en el mar del consumismo y operada por su alter ego que lo dirige, una inteligencia artificial.

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