LA MIRADA INCÓMODA

 “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”: 3ª. Ley de Arthur C. Clarke.

Por Alfredo César Dachary – cesaralfredo552@gmail.com

John Maynard Keynes fue el economista más brillante de la primera mitad del siglo XX, muerto en 1946, su influencia se dejó sentir a más de tres décadas después, ya que era el referente obligado ante las distintas crisis que ha tenido el sistema capitalista en el siglo XX.

Pero es referente en esta columna por un hecho que podría decirse inusual, ya que se trató de comprar en una conocida casa de subastas de Londres un grupo de papeles que los expertos de Cambridge, evaluaron poco importantes, aunque su autor era Isaac Newton.

Keynes revisa y ordena los documentos de Newton, le dedica tiempo en la segunda parte de la década de los 40’ y en 1946, presenta sus resultados en la Universidad de Cambridge, con el motivo del tricentenario de su nacimiento, una exposición que cambia mucho y a favor de Newton la valoración de su trabajo.

La brillante exposición de Keynes, poco tiempo antes de morir de un infarto, permitió reconocer todo su valor como científico, creador del cálculo diferencial e integral, sus avances en la Astronomía y la Física, pero además lo definió como “el último mago Caldeo Babilónico y el profeta de los tiempos del fin”.

En la historia humana, los descubrimientos e invenciones han tenido un gran impacto en el modo de conocer y de vivir, pero también han surtido un efecto psicológico potente, siendo catalogados en numerosas oportunidades como milagros o magia, algo que en esas épocas no eran ofensivos, ya que los magos y los profetas eran gente muy respetada y reconocida. 

Célebre fue la invención de Herón de Alejandría, basada en sus múltiples aportaciones al campo de la mecánica y la matemática, quien en el siglo I creó un sistema de apertura automático para las puertas de un templo, que para los presentes era sin duda producto del poder de los dioses.

Así, mientras los fieles veían que “el sacerdote encendía una llama en la entrada para invocar a los dioses, los cuales respondían abriendo las puertas para permitir la entrada, tras bambalinas, la llama calentaba un receptáculo lleno de agua, oculto a la vista de quienes acudían al templo. Al producir la ebullición del agua contenida en el recipiente, el vapor generado accionaba una serie de contrapesos que ponían en funcionamiento un sistema de poleas que finalmente abrían las puertas.”

Campanella, uno de los filósofos más influyentes del Renacimiento, afirmaba que “la tecnología es siempre llamada magia hasta su comprensión, pero después de un tiempo se transforma en ciencia común, y era bien vista por toda la gente que ante la rechaza o no creía”.

La nueva revolución tecnológica en curso, en cuyo centro se encuentra la digitalización de los procesos de producción material y simbólica, será el instrumento exclusivo para superar las falencias estructurales del sistema actual. Esto ya ha ocurrido en otras épocas, el avance técnico sirve, ante todo, al enriquecimiento exorbitante de unas pocas personas y los avances que estos instrumentos generan no son accesibles por igual a todos, exacerbando las desigualdades.

De allí que las consecuencias lógicas que subyacen a estos vistosos mecanismos, fortalecen las dependencias inhibiendo otros múltiples caminos de desarrollo e impactando fuertemente en la visión del mundo, o sea, expresan una nueva forma de dominación – control, haciendo del sujeto histórico un individuo inseguro de sí ante la falta de estas nuevas muletas para caminar.

Esta nueva “dependencia” ha crecido en la sociedad y en los grupos de poder a un nivel que pretenden, desde el centro de éstos, plantear un nuevo modelo de gobernanza para poder superar las grandes limitaciones y asimetrías que ellos mismos elaboraron y aplicaron, es una especie de auto medicación, que tiene como único justificativo “la nueva en la tecnología”.

En el Foro Económico Mundial de Davos se está generando e intentando imponer un consenso ideológico supuestamente “novedoso”: el de la innovación tecnológica y el emprendedurismo revestido de un aura social y ecologista como camino de solución a las diversas problemáticas.

Lejos de promover la esencial redistribución de la riqueza y del poder, el bienestar sería alcanzado – según estos cultores del dinero como valor central – a través de la aplicación “ética” de la técnica, la asociación público-empresa privada y la afirmación de la utilidad del lucro como motor en la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible planteados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas.

Para ellos todo problema social, desde el hambre, la enfermedad, el cambio climático y la inequidad, entre otros, puede tener una solución tecnológica, siempre y cuando exista una oportunidad de negocios, ya que la solidaridad, la comprensión, y demás valores no son posibles de operar en una realidad donde todo es negociable.

El capitalismo vive en un modelo donde la asimetría es la expresión de un mundo con desigualdad de distribución derivado de una de acumulación, pero hay algo que a veces nos olvidamos y son los mitos que están constantemente actualizados, y en este caso el de la automatización del trabajo juega un papel esencial. Esto nos invita a imaginar un mundo donde el trabajo se ha deshecho de lo humano y la fuerza de esta mitología es que parece realizar un sueño de los pensamientos más radicales, vivir “libres del trabajo”, al que muchos consideran parte de una maldición bíblica que se ha ido reformulando con el tiempo, pero siempre generan legiones de pobres.

Jason E. Smith deconstruye eficazmente esta mitología y dibuja el horizonte del capitalismo contemporáneo: desempleo, miseria y precariedad para una mayoría de la población. Allí se ubican los análisis de Smith en los debates sobre el capitalismo contemporáneo y llama a pensar al trabajo desde las luchas concretas de los trabajadores y las trabajadoras más que desde los laboratorios de los intelectuales, liberar las vidas humanas de la alienación del trabajo, de ahí la confusión a veces entre ciertos autores críticos del capitalismo en cuanto a tales promesas y la verdadera esencia de éstas.

Estamos en un mundo en que las maravillas de la ciencia ficción, que van desde hogares conectados hasta automóviles autónomos, desde las plantas de energía solar hasta los proyectos de minería espacial, coexisten con grandes colonias marginales cuyos habitantes, privados del acceso a bienes y servicios básicos, están condenados, en el mejor de los casos, a empleos informales y a bajos salarios, una realidad que viven lo contrastan día a día camino a su trabajo

Vivimos en una crisis social crónica y sin precedentes, marcada por el desempleo masivo, la desigualdad extrema y la fascistización de varios sectores de la sociedad, principalmente los más afectados ya que se nos dice, el trabajo humano tiende a desaparecer, a volverse inútil, basados en varios informes especialmente uno ampliamente citado de la Universidad de Oxford, hasta el 47 % de los puestos de trabajo podrían desaparecer por completo en las próximas décadas.

La “gran renuncia” en los países desarrollados se comienza a sentir en los de desarrollo emergente, los jóvenes ya no creen más en el discurso que los hace menos exitosos que sus padres, a los que deben recurrir como apoyo para sobrevivir.

La crisis del 2008 sirvió para que un cierto discurso sobre la automatización haya cristalizado en torno a estas preocupaciones, dándoles acceso a una forma de legitimidad, ya que, según los teóricos de la automatización, el enrarecimiento del empleo, en particular del empleo cualificado y bien remunerado, sería el efecto de un aumento espectacular de la productividad.

Sin embargo, ellos mismos anuncian que en los próximos años, se trataría de preparar a la población para la extensión del “paro tecnológico” que anunciaría un mundo sin trabajo.

Sin embargo, las proyecciones de un mundo sin trabajo han resultado erróneas, aunque ciertas tareas e incluso ciertas profesiones están desapareciendo, y sectores enteros de la economía están alcanzando niveles de productividad espectaculares, nuevos sectores de actividad vienen a absorber el exceso de capital y mano de obra.

Pero los autores de la ola más reciente del discurso de la automatización aseguran que esta vez todo es diferente, ya que la creciente digitalización de la economía, el avance de la inteligencia artificial y la robótica allanarían el camino para una auténtica revolución tecnológica, una “segunda era de la máquina”, una “tercera gran disrupción” cuyo fin es la posibilidad de automatización total del trabajo.

No solo las tareas manuales y cognitivas más rutinarias, sino también las operaciones y movimientos intelectuales altamente calificadas que requieren una orientación espontánea en un entorno impredecible, serían automatizables gracias al considerable aumento de los sistemas informáticos y la mejora de los sistemas de retroalimentación.

Así, la mayoría de estos autores subrayan que la competencia capitalista no es sólo el motor del desarrollo tecnológico, sino también un obstáculo para la plena realización de su potencial mediante la imposición de patentes, la constitución de monopolios y el recurso a mano de obra barata en el gasto de inversión en maquinaria y equipo. En estas condiciones, el único proyecto progresista que puede ofrecerse a las grandes mayorías es el de aceleración con miras a la automatización total, proyecto utópico reivindicado como tal.

Pero todos los criterios se caen ante una característica irremplazable del sistema, el consumidor, sin ingresos no hay consumo y sin éste no hay sistema, de allí que la transformación puede ser profunda y haga crecer la pobreza, pero siempre quedaran nichos de empleo, más en el sector terciario, para esa mayoría que dejó hace un tiempo el estado del bienestar.

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