TERCERA LLAMADA

Por María José Zorrilla

Después de dos meses “sabáticos” apartada de las teclas, vuelvo con bastante desconfianza a retomar el compromiso dominical con mi columna.

Increíble que se pierda cierto tipo de oficio en realizar una tarea que, si bien me tomaba muy buen tiempo realizarla, ahora me parece titánica.

Así que con valor para no dejar pasar más tiempo y que el temor aumente, le entramos al toro por los cuernos como vulgarmente se dice.

En estos casi 60 días donde rompí mi rutina cotidiana, me fui de vacaciones, estuve con familia que no había visto, me reuní con mis compañeros de carrera e hicimos una visita al TEC a nuestra alma mater que para regocijo y orgullo vi totalmente transformada en un centro educativo de primer mundo.

También cayó en mis manos un texto que encontré en el buró del cuarto de visitas en la casa de mi hermana en Monterrey.  “El hombre en busca de Sentido” de Viktor E. Frankl un psicólogo vienés de origen judío que pasa varios años preso en un campo de concentración nazi.

Mucho es lo que se ha dicho sobre esta monstruosidad ocurrida durante la II Guerra Mundial.  Múltiples han sido las formas en que se ha descrito el holocausto, pero es siempre esa parte humana que sobresale en condiciones terribles la que más nos impacta.

Así como se da la polarización de las conductas, desde una crueldad ilimitada que deshumaniza totalmente al victimario, también emerge del otro lado el hombre superior, el que desarrolla una fortaleza impresionante y sublima su espíritu de lucha para enfrentar lo que sea.

Hablamos de un hombre que lo han despojado de todo, de su familia, de su trabajo, de todos sus asideros.  Incluso, como fue el caso del autor, lo despojaron de su trabajo de años sobre el sentido de la vida.  Lo único que le quedaba, es la última de las libertades humanas, la capacidad de “elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”.

Viktor Frankl, no solo fue uno de los pocos supervivientes de esa nefasta época que nos avergüenza a todos como humanidad, es asimismo fundador de la “logoterapia”, también conocida como “la tercera escuela vienesa de psicoterapia”.

Aduce a la necesidad de rehacer ese trabajo de años que perdió en aquellos oscuros barracones, lo que de alguna manera lo ayudó a mantenerse vivo. Adquirir consciencia que su vida tendría un propósito si pudiera sobreponerse a todos los horrores expresados a su máxima potencia. Es el propio Dr. Frankl, quien asevera “que no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aún en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido”. 

No son comparables las circunstancias de lo acontecido durante la II Guerra Mundial, con las de estos dos años de COVID, pero son equiparables en que estamos ante un frente de batalla bastante incontrolable que ya ha cobrado más de 5 millones de vida y que nos ha llevado a modificar nuestro modo de vida y para muchos también a repensar la significación de la misma.

En estos dos meses de asueto, alejada un poco de la realidad que me circunda habitualmente, de interacción más cercana con la familia y algunos amigos, me he dado más tiempo para divagar, reflexionar e incluso incursionar en nuevos hobbies y replantear desde otra óptica el verdadero sentido de la vida.

De esa reflexión de encontrarle significado a la vida, he descubierto cuán importante es también darle un sentido tanto a los momentos, a las circunstancias aparentemente más insignificantes como a los más trascendentes.

Hace un par de días tropecé con una banqueta por ganarle a un camión a cruzar la calle y me lastimé un pie. Es la segunda vez que me ocurre una falseada en circunstancias similares.

La pregunta no es muy profunda, pero cuál era el sentido de hacer eso, absolutamente nada, pero al menos reconocí que el hombre es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.

Por eso no hay que desviarnos del tema de fondo. Para no tropezar dos veces.  Y si lo hacemos, evitar la tercera caída, la cuarta desviación, el quinto desvarío.   Hay mucha sabiduría en Nietzsche cuando dice “quién tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.

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