OPINIÓN

Por Marc Murphy (*) – Marc@MexicoPacificLifestyle.com

El ecoturismo o turismo de naturaleza ha sido uno de los grandes beneficiarios y demandados en tiempos de pandemia. El valor de salir a lugares donde hay menos contacto con otras personas, la tendencia de activarse, de hacer ejercicio, de los hábitos saludables y de adquirir nuevos conocimientos del medio natural fueron las motivaciones que marcaron la pauta durante todo ese tiempo. Sin embargo, en el último año se ha percibido un cambio de tendencia en el perfil del viajero. Ya no le es suficiente viajar a lugares alejados de las zonas urbanas para estar en contacto con la naturaleza, sino que busca experimentar los destinos desde la percepción de los locales; desea conocer realmente su cultura y tradiciones, su gastronomía y, en general, su estilo de vida.

Esta nueva tendencia -que en realidad no es tan nueva, pero resurgió con fuerza tras la pandemia- es conocida como turismo rural o comunitario, y es una alternativa al turismo urbano convencional. Su prioridad es el goce de la experiencia más que del destino. Sus seguidores les huyen a los sitios atestados de gente, gozan de lo espontáneo, cercano y natural.

Asimismo, a través de esta actividad, las comunidades locales han encontrado una forma de diversificar sus ingresos y promover el desarrollo local, al mismo tiempo que mantienen su cultura y tradiciones, ya que uno de los objetivos principales del turismo comunitario es beneficiar a las comunidades, en lugar de simplemente proporcionar entretenimiento para los turistas.

En México, esta forma de turismo se ha desarrollado en zonas rurales y semiurbanas, donde la actividad económica principal suele ser la agricultura, la ganadería o la pesca, y donde los jóvenes tienen tres veces más posibilidades de estar desempleados, por lo que ha demostrado ser una especie de “salvavidas”, una oportunidad para complementar sus ingresos.

Un ejemplo de éxito son las comunidades de la sierra cercanas a Puerto Vallarta, San Sebastián del Oeste, Mascota y Talpa de Allende, conocidas por sus paisajes de montañas y ríos, que mantienen un turismo comunitario basado en la oferta de actividades al aire libre, como senderismo y rafting, rutas de observación de aves, de flora y fauna, visitas a parques naturales, rutas de gastronomía, bienestar y, por supuesto, el turismo religioso.

En el lado de Nayarit, el turismo rural se ha desarrollado principalmente en la zona de la Sierra de Vallejo, donde hasta antes de la pandemia había hasta 14 ranchos dedicados a actividades de ecoturismo, ubicados a lo largo de la “Ruta del Jaguar”, y de los cuales muy pocos están operando actualmente.

Y es que, a pesar de los beneficios del turismo comunitario, hay desafíos que enfrentan las comunidades locales, que incluyen la falta de financiamiento y capacitación, la competencia con el turismo convencional y la falta de infraestructura turística en algunas áreas remotas, así como el poco o nulo interés por parte del gobierno para impulsar y desarrollar más proyectos.

Sin embargo, pese a todo esto, considero que el turismo comunitario llegó para quedarse. Tras la pandemia los seres humanos miramos la vida de una manera diferente, y en esta nueva visión, la naturaleza, la sostenibilidad, el regreso a las raíces, y sí, el contacto con la gente, están ocupando un lugar preponderante.

¿Qué piensan ustedes? Envíenme sus comentarios.

(*) Especialista en consultoría y desarrollo turístico/inversión y gestión inmobiliaria.

This div height required for enabling the sticky sidebar