Doña Rosy

OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) - m.jorge.berry@gmail.com

Para cualquier golfista, tener la oportunidad de jugar los campos de Vista Vallarta es un privilegio. Son dos campos de 18 hoyos cada uno, uno diseñado por Jack Nicklaus, y el otro por Tom Weiskopf, ambos legendarios jugadores de la PGA. Son una joya.

Los conocí hace más de 20 años, cuando vine a transmitir la Copa Mundial de Golf de parejas, y desde entonces me deslumbraron, pero no fue sino hasta que me mudé a Nuevo Vallarta que los pude jugar. Esa primera ronda, hace poco más de un año, y bajo el manto de Rufianes, el grupo de golfistas al que pertenezco, me permitió constatar la enorme belleza del campo. Al terminar la ronda, asistí a mi primera convivencia de Rufianes, que se celebró en el restaurante Doña Rosy, apenas a unos metros de la entrada de Vista Vallarta.

Ese fue mi segundo gran descubrimiento del día: el restaurante de Doña Rosy, otra de las joyas de Vallarta. De entonces para acá, he vuelto unas cuatro o cinco veces, la más reciente, el miércoles pasado.

Doña Rosy no se llama ni Rosa ni Rocío. Se llama Rocelia García, y es de Michoacán, donde creció en un rancho. Allá por 1977, emprendió el camino al norte, buscando una vida mejor. Se asentó en San José, California. Volvió brevemente a México, y, según ella dice, “Conocí a mi marido, y me lo robé y me lo llevé pa’l norte. Su marido era parte de la familia Arreola, que tenía las tierras en las que se construyeron los campos de golf.

Pasaron los años, y Doña Rosy y su marido procrearon 7 hijos, todos estadunidenses. A Doña Rosy siempre le gustó cocinar, así que hizo carrera en San José. Entró a trabajar preparando comida mexicana, y rápidamente ascendió a ser jefa de la cocina. El dueño que la contrató, ante el éxito de la comida, se expandió y abrió dos restaurantes más. Pero le gustaba el juego, y perdió todo. Entró otra administración al negocio, pero le exigieron a Doña Rosy que cambiara sus recetas. La gota que derramó el vaso fue cuando le pidieron que añadiera azúcar a la salsa mexicana, y eso la orilló a renunciar.

Doña Rosy siempre fue creativa y flexible. Encontró trabajo en un restaurante de comida italiana, y pasó ahí 7 años. Se mudó a San Diego y mientras, los hijos crecían.

Por el año 2000, Doña Rosy volvió a Vallarta a visitar a la familia de su marido. Les platicó de sus aventuras gastronómicas en EU, y uno de sus cuñados le ofreció un predio adyacente a lo que hoy es Vista Vallarta. No lo pensó mucho, y compró el terreno. En poco tiempo, ya había una palapa, y con ayuda de su cuñada y otros parientes, montó lo que hoy conocemos como Doña Rosy.

Desde el principio, el restaurante fue un éxito, porque daba servicio a todos los trabajadores que laboraban en la construcción de los campos. Desde jardineros, albañiles y carpinteros, hasta diseñadores y arquitectos. Por las mesas de Doña Rosy desfilaron Nicklaus, Weiskopf y toda la élite golfista internacional. Mientras todo esto pasaba, el esposo de Doña Rosy seguía en Estados Unidos al pendiente de los hijos.

Después de año y medio, ya con los campos completos, se había corrido la voz de Doña Rosy. El restaurante seguía lleno, especialmente sábados y domingos. Lorena Ochoa ha comido con Doña Rosy. Y ella tiene una atención especial con los golfistas. El restaurante solo sirve desayunos y comidas, pero cuando Hoyo 19 o Rufianes tienen jugada en Vista, una llamada a Doña Rosy, y nos recibe con sus especialidades culinarias. Prepara un chamorro fuera de este mundo. El mole es delicioso, e increíblemente ligero. La birria que prepara, digna de premios.

Hace dos años, tristemente, su esposo murió. Hay una hija que vive en Vallarta, pero no le gusta la cocina y es guía de turistas. Otra hija está por jubilarse trabajando para el gobierno de Estados Unidos, y dice que vendrá a seguir la tradición. Ojalá, porque Doña Rosy es una joya.

Un día, un pariente le sugirió ir al muelle a vender comida. Preparó unas cuantas cosas, y lo vendió todo. Acondicionó una pick-up, o troca, como le dice ella, y empezó a ir al muelle con su troca, su toldo y sus deliciosas recetas. Ahora, ese negocio también ha florecido, y su clientela incluye desde marineros, trabajadores del muelle y oficinistas, hasta los mismísimos capitanes de los gigantescos cruceros, con una buena dosis de turistas.

Doña Rosy no figura en los festivales gastronómicos de Vallarta y Bahía, pero ni falta le hace. A ella le basta con ver el rostro de sus clientes satisfechos, y lo sabe, porque siempre volvemos.

¡Hasta el lunes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.