Por Brasil Acosta Peña (*)

Un mundo multipolar es posible; pero para hacerlo realidad, es necesario que los países progresistas se unifiquen y combatan enérgicamente los intereses supremacistas de la oligarquía estadounidense que arrastra a sus similares de Europa y a muchas naciones débiles que sucumben a sus presiones. Resulta fundamental que los pueblos del mundo tomen conciencia política y se activen en defensa de la multipolaridad, el bienestar y el desarrollo comunes para lograr que éste sea más equilibrado y justo en lo económico y lo social.

Después de la caída del socialismo en los años 90, parecía que el planeta no tenía más alternativa que vivir en la economía capitalista-imperialista, cuyos dirigentes de inmediato volvieron a quitarse la máscara e “hicieron de las suyas” a escala mundial invadiendo Panamá, Irak, Afganistán, etc., e impusieron tratados comerciales a economías débiles como la mexicana y la salvadoreña, entre otras culturas; y convirtieron al dólar en una moneda hegemónica, cuya capacidad de impresión –como alguna vez afirmó nuestro dirigente nacional, el ingeniero Aquiles Córdova Morán– resultó superior al respaldo de los valores reales de su economía (parte de la actual crisis gringa halla su explicación en este asunto), pero con esos papeles compraron muchas cosas.

Los supremacistas estadounidenses no creyeron que Rusia y China alcanzarían un desarrollo que pondría en riesgo su hegemonía imperial. No contaban con la laboriosidad y el ingenio del pueblo chino, ni con la tenacidad y la grandeza del pueblo ruso, que en los Siglos XIX y XX expulsó de su territorio a las tropas imperialistas de Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler, acciones con las que salvaron al resto del mundo. Hoy, por tercera vez, Rusia está defendiendo al mundo al impedir que Estados Unidos (EE. UU.) y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debiliten a su Estado nacional usando al gobierno neofascista de Ucrania como punta de lanza de una guerra armada que tiene como objetivo, además de matar soldados, endeudar al pueblo ruso.

El mundo multipolar va. Ya no se detiene. Los imperialistas de EE. UU. pretenden imponer sus políticas supremacistas, pero las debilidades propias de una superconcentración de la riqueza en manos de un poderoso grupo de propietarios monopólicos; el desmoronamiento de la estructura socioeconómica que propició el fundamentalismo de mercado y el crecimiento cada vez más notorio de ciudadanos estadounidenses, que viven en el desempleo y duermen desprotegidos y hambrientos en las calles, se han vuelto ahora en contra de un sistema corroído hasta las entrañas y que está generando a sus propios sepultureros: los trabajadores.

El modo de producción capitalista conlleva el germen de su destrucción. En el Manifiesto del Partido Comunista, los filósofos y economistas Carlos Marx y Federico Engels escribieron: “Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.

“Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer.

“¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas”.

Por eso, la multipolaridad y el desarrollo compartido son la válvula de escape necesaria para que no colapsen las sociedades que aún viven bajo el régimen del mercado. A partir de la multipolaridad, se puede construir una sociedad más justa y mejor. Por ello, la reciente reunión en Sudáfrica del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), representa “una bocanada de aire puro” que viaja en dirección del nuevo orden social multipolar, ya que en Johannesburgo se incorporaron seis nuevos miembros: Irán, Arabia Saudí, Etiopía, Egipto y Argentina. Entre los países que se incorporaron hay dos que son potencias petroleras; Irán es potencia también en litio y en el uso de la energía nuclear. Pero, además, el BRICS vislumbra otros siete prospectos para ingresar: Indonesia, Kazajistán, Bangladesh, Zimbabue, el Congo, Gabón y Argelia. Si se concreta esta incorporación, el grupo crecerá a 15 naciones, de las cuales siete corresponden al continente africano, dos al americano, dos al Medio Oriente y seis a Asia.

A finales de 2022, el Producto Interno Bruto (PIB) conjunto del BRICS equivalía al 25.7 por ciento (la cuarta parte) del PIB global; y con el de los seis nuevos miembros, equivale al 29 por ciento, casi una tercera parte del PIB mundial; además, su producción de petróleo crudo diaria sube del 20.4 al 43.1 por ciento con respecto a la global. Pero lo más importante es que, con el fortalecimiento de este grupo, se abre la posibilidad de que haya una mayor independencia de la economía mundial con relación al dólar, y que muchos países tengan mejores oportunidades de desarrollo. Un ejemplo claro de ello lo ofrece el proyecto La franja y la ruta, con el que la República Popular China (RPCh) promueve el desarrollo de los países atrasados con base en un desinteresado modelo de cooperación económica y tecnológica.

Rusia y China se han convertido en “el contrapeso” político y económico que hacía falta para evitar que el afán supremacista de la oligarquía imperialista estadounidense siga haciendo de las suyas en muchas regiones del mundo; y para que los países con economías débiles encuentren la oportunidad de alcanzar el progreso integral y equilibrado requerido por sus pueblos. Por ello, el fortalecimiento del BRICS es, al mismo tiempo, el fortalecimiento del mundo multipolar y otro contrapeso necesario para organizar la derrota del mundo unipolar y el nacimiento de un nuevo concierto armónico y solidario entre las naciones.

(*) Diputado federal antorchista.

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