El celular 

OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) - m.jorge.berry@gmail.com

El viernes pasado perdí mi celular. Se cayó de la bolsa de mi pantalón mientras jugaba golf. Me di cuenta a las 2 de la tarde, y lo empecé a buscar por los lugares por los que había pasado. No tuve suerte. Volví a mi casa totalmente descompuesto. En el teléfono está buena parte de mi vida. Todos los números de amigos y familiares, todos los contactos de trabajo, las fotos de mis hijos y nietos están ahí guardadas.

Pasó toda la noche, y en un intento desesperado, volví al campo a las 7:30 de la mañana. Pedí un carrito prestado, subimos mi hermana y yo, y regresé a los lugares que había pasado. La mirada de águila de mi hermana rindió frutos, y encontró el bendito aparato tirado en el pasto, cerca de la salida del hoyo 2. Me volvió el alma al cuerpo. Ni siquiera se había acabado la pila, y el dispositivo seguía funcionando como si nada.

Cuando regresé a México después de casi 8 años de vivir en Los Ángeles, California, en 1989, todavía no existían los celulares. Los primeros, a los que llamábamos “tabiques”, eran gigantescos, pesados y servían hasta para la defensa personal. En Noticieros Televisa, donde trabajaba en ECO y en el programa “Este Domingo”, los altos ejecutivos decidieron habilitar a todos los reporteros y conductores con aparatos. La verdad, me resistí al principio. La idea de estar localizable a cualquier hora del día me repugnaba. Pero no era pregunta. Era una orden, y la tuve acatar.

La cobertura, en esos tiempos, era limitada y el servicio muy irregular, pero a velocidad de vértigo, la tecnología mejoró y en pocos años, los dispositivos móviles se convirtieron en esenciales, al punto de prácticamente desaparecer los teléfonos fijos. La vida entera de uno reside en el celular. Servicios bancarios, pagos de cuentas, twitter, Facebook, Instagram y Google. Cayeron en desuso hasta las enciclopedias como elemento de investigación.

No sé si todos estos avances sean algo bueno o no, pero sí sé que el avance científico y tecnológico no se puede detener. Hay quienes recordamos perfectamente el mundo sin internet, y se podía vivir bien y ser feliz. Nuestros bisabuelos vivieron cuando no había televisión, y los abuelos de ellos, cuando no había teléfonos ni energía eléctrica, y sí, también vivieron y fueron felices. Tal vez hoy, ya no seríamos capaces de disfrutar la vida si nos quitan todos esos juguetes.

Me pregunto, sin embargo, si todos estos avances contribuyen o detienen el desarrollo individual. El cerebro humano, como todo, o se usa o se pierde. Todos estos inventos que facilitan la vida de la gente están diseñados para hacer la vida más fácil, para hacer el menor esfuerzo posible, y eso no es necesariamente sano. No está lejos el día en que las escuelas enseñen a manejar una computadora en vez de a sumar, restar y dividir. Tampoco es inimaginable pensar que podemos llegar a un nivel de dependencia cibernética que nos domine, y nos quite la capacidad de decisión.

Las relaciones humanas se están deteriorando. Con la pandemia, millones de empresas alrededor del mundo descubrieron que trabajar desde casa no resta eficiencia ni capacidad. Muchas de ellas, decidieron mantener el esquema, y la soledad individual va en aumento. ¿Dónde se pinta la raya? Esta ausencia en los lugares de trabajo también tiene consecuencias reproductivas para nuestra especie. Entre la corrección política y la cada vez más limitada interacción social, hay menos oportunidad de conocer al amor de la vida.

No seamos ingenuos. Todo esto no tiene remedio. Nada es capaz de detener el ingenio humano, y cada vez hay más herramientas en uso para desarrollarlo. Los avances en el estudio de la genética hacen prácticamente seguro que en un futuro, tal vez ya no muy lejano, la ciencia desarrolle técnicas para crear seres humanos mejores. Más inteligentes, más fuertes, más sanos ¿Pero podrán ser más felices que nosotros y nuestros antepasados? ¿Quién nos dice que hace 300 mil años, cuando “homo sapiens” era una especie nómada, primitiva, que vivía a lo mucho 40 años, no eran más felices?

En fin. Me quedo tranquilo. Apareció mi celular.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.