EDITORIAL VALLARTA OPINA

No deja de sorprendernos lo que sucede en estos momentos a nivel nacional con el deporte en México, particularmente con la llamada gente de pantalón largo que se involucra en el manejo directivo, es decir, con quienes tiene que ver con la toma de decisiones en torno al deporte en nuestro país.

Sabemos que a lo largo de los años el deporte nacional, en cualquiera de sus disciplinas, se ha politizado al extremo de perder credibilidad los representantes involucrados, aun cuando estos hayan sido destacados deportistas en su tiempo, ganadores de campeonatos mundiales y medallas olímpicas; sin embargo, a la hora de dirigir las riendas del deporte nacional se marean en el tabique, pierden la proporción del encargo que tienen, se extravían con los egos y se enferman de poder.

Sucede ahora mismo con el enfrentamiento que sostienen la clavadista y medallista olímpica Paola Espinosa y la también medallista Ana Gabriel Guevara, actual directora de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade).

Y es que después de quedar fuera de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Paola Espinosa rompió el silencio y declaró que si ella perdió su lugar para este torneo fue porque Ana Gabriela Guevara le dio la espalda, luego de garantizarle la plaza.

Se trata de un escándalo con visos de corrupción que representa un fuerte golpe para la reputación y credibilidad del organismo del deporte en México, más ahora que los Juegos Olímpicos están a unas semanas de iniciar.

Paola Espinosa se perderá, pues, los próximos juegos de Tokio 2020, pero afirma que no se trata de su responsabilidad y acusó a Ana Gabriela Guevara y atribuyó su situación a un problema que tiene con la ex velocista mexicana, quien ha olvidado que ella enfrentó problemas similares cuando fue deportista de alto rendimiento y tuvo que enfrentarse a la gente de pantalón largo, a directivos que buscaban frenarla.

Hace unos días trascendió la noticia de que la clavadista olímpica, Paola Espinosa, quedaba fuera de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, debido a que no había conseguido reunir la cantidad de puntos suficientes para ser admitida como parte de la delegación que representará a México.

Aunque de momento la versión fue aceptada, parece ser que todo obedece a un problema que destapa un escándalo en el que se involucran 100 millones de pesos como parte de un desvío de recursos del Fondo para el Deporte de Alto Rendimiento (Fodapar). En horas recientes la atleta ha dado su versión de los hechos y acusa a Ana Gabriela Guevara de haberla dejado fuera, lo que representa un duro golpe a la reputación de la Conade, que hasta el momento no ha fijado su postura oficial.

Paola Espinosa denunció que la directora de la Conade, Ana Gabriela Guevara, le prometió verbalmente que le asignaría –sin selectivo de por medio y respetando su carrera– la plaza olímpica en la prueba de trampolín de tres metros sincronizados, pero incumplió la promesa en venganza porque la deportista se negó a apoyarla públicamente.

La historia tiene aún mucha cuerda y evidencia, una vez más, que los cargos públicos cambian radicalmente a la gente, los transforma en entes ávidos de poder, ambiciosos y deshumanizados.

Ana Gabriel Guevara no es la primera gran deportista mexicana que se ha transformado de esta manera. Hay otros casos de deportistas que apenas se sienta en la silla directiva y se olvidan de todo lo que sufrieron, de todo por lo que tuvieron que pasar para llegar hasta donde están. Ha sucedido en el futbol, en la marcha, en la natación y en otras tantas disciplinas deportivas en nuestro país que ya es de pena ajena.

Lamentable el espectáculo mediático, lamentables las acusaciones, pero más lamentable que este tipo de historias se sigan repitiendo sin que haya un gobierno federal capaz de poner orden y frenar este tipo de prepotencias y abusos contra los deportistas nacionales que nos han dado tantas satisfacciones. Lamentable que el deporte en México se siga manejando –disculpe usted, amigo lector- con las “patas”.

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