OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

El IV informe de gobierno del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pudo haber sido escrito por Hans Christian Andersen. Fue una fábula. Nos describió un mundo imaginario, lleno de cifras alegres, pero incomprobables, además de claramente fuera de la realidad. Miren que afirmar que ha reducido el número de homicidios dolosos en el país, es absolutamente suicida.

Conocí muy bien a Andrés Manuel desde su campaña en busca de la jefatura de gobierno de CDMX, allá por año 2000. Sostuve una relación cordial, y hasta afectiva con él. Me parecía un político diferente, idealista, y realmente preocupado por el bienestar ciudadano.

En sus años al frente del gobierno de la capital, esa cercanía continuó. Salí de Televisa en 2004, y aun así, siempre estuvo disponible conmigo para entrevistas ya rumbo a la campaña de 2006, y en la campaña misma, también. Pero entonces, perdió la elección contra Felipe Calderón, y el Andrés pragmático que yo traté, desapareció. Aunque hoy siga afirmando lo contrario, esa elección la perdió con todas las de la ley, y no supo, o no pudo digerir la derrota. Mi ruptura definitiva con quien fue mi amigo Andrés, fue con la toma de Reforma, y su ilegal proclamación como presidente legítimo. Ahí empezó su extremismo.

Después de escuchar el informe, se me ocurren varias conclusiones. AMLO está rodeado de personas que estimulan de manera patológica su natural egolatría. Saben lo que él quiere oír, y se lo repiten y hasta lo expanden. Todos ellos tienen un solo objetivo: seguir gozando de los privilegios del poder que les da la cercanía con el presidente. Es un problema que han enfrentado varios presidentes. Los cercanos los encierran en una burbuja donde los convencen de creer en su infalibilidad, y no les permiten aceptar la necia realidad. Con López Obrador, esto es especialmente fácil. En una mañanera reciente, afirmó que la prensa está 97% en su contra. Por algo será.

Esa afirmación revela que no la lee. Su círculo privado le envenena el oído, y el resultado es su permanente agresión a los medios en las mañaneras. Y nos señala con nombre y apellido. Nos vuelve blancos. ¿Cuántos periodistas han muerto en estos cuatro años?

Aplauden sus ocurrencias. Ya como presidente electo, no tenía intenciones de cancelar el nuevo aeropuerto de Texcoco. Pero oscuros intereses lo convencieron de cancelar la obra, se perdieron miles de millones de dólares, pero hubo contratos nuevos para Sta. Lucía. Nunca pudo comprobar la existencia de corrupción en Texcoco.

La otra opción, es que haga todas estas barbaridades intencionalmente, como parte de una estrategia para mantener el poder. Porque el cuento de que ayuda al “pueblo bueno” es una patraña. Ha habido un incremento en pobreza extrema ante la aparentemente intencional destrucción de la clase media. Se han perdido millones de empleos. Nuestro crecimiento es bajísimo, y la inflación alta. Y tres mil pesos al bimestre, que es lo que regala a los adultos mayores, no alcanza ya para nada.

Preocupa que el ataque permanente a la ciencia y a los investigadores sea estratégica. La salvajada inconstitucional que han hecho con los planes de estudio de educación primaria y secundaria contraviene mandatos constitucionales que OBLIGAN a la SEP a privilegiar estudios de matemáticas y ciencias, y los nuevos textos son poco más que cuadernos de adoctrinamiento. Esto nos resta competitividad en el escenario mundial.

Mucho se ha afirmado sobre la tendencia a nivel mundial de regresar en el tiempo a una sociedad menos complicada. Pues no se puede. Lo único que quedará como legado de esta administración será una década, o más, de atraso.

Prefiero pensar que lo que le ocurre al presidente es la primera opción. Conociéndolo, y a pesar de todas mis dudas y cuestionamientos, no pienso que sea un hombre malo. Pero da igual: Sea por una razón, o por la otra, está llevando al país a una crisis que puede provocar consecuencias terribles para el futuro. No nos engañemos: baño de sangre, ya hay. Falta ver si sigue la ingobernabilidad, y que caigamos en convertirnos en un Estado fallido.

Espero que no.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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