El lenguaje 

OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) - m.jorge.berry@gmail.com

Ya les he contado en estas colaboraciones lo frustrante que resulta lidiar con las tendencias actuales apoyadas por quienes quiero llamar “los correctitos”. Esto, desde luego, no solo pasa en México. En Estados Unidos les dicen “wokes”, y son igual de desesperantes.

Seguro han oído hablar de la congresista por Nueva York Alexandria Caso Cortez. Esta mujer es una radical rabiosa de ultra-izquierda, pero le gusta llevar las expresiones “woke” a insospechadas alturas. La señora, o como ella prefiere, la “señore”, trae una absurda campaña para que se deje de usar el término “latinos”, o “latinas” en Estados Unidos, para que ahora la designación sea un genérico “latinx”. Hágame el favor.

Esto no solo es un atentado contra el lenguaje. Es un asalto. El lenguaje, hablado o escrito, es la forma que tenemos los humanos de comunicarnos entre nosotros, y es un privilegio aprovechar esa maravillosa herramienta. Pero esto que hacen los “correctitos” no es la evolución natural de las lenguas, sino una imposición cultural que acaba perjudicando el principal objetivo de la palabra, que es la claridad.

Hablando del castellano, los “correctitos” pretenden acabar con el concepto de género. Al rato, querrán acabar con el plural y el singular. Todo esto, en nombre de la “igualdad” femenina. Lo que los “correctitos” no podrán cambiar es la biología, que determina que la especie “homo sapiens” está compuesta de hombres y mujeres. La biología no pretende que seamos iguales. Hay evidentes diferencias morfológicas, fisiológicas y de funcionamiento en el ser humano que son características de cada sexo. ¿Para qué tratar de negar lo obvio?

Las más ilustradas defensoras de los derechos de la mujer, saben que su lucha, perfectamente justificada, es por lograr la paridad, porque la igualdad es imposible. Claro que las mujeres no pueden, y difícilmente habrá un cambio evolutivo que se los permita, jugar futbol al parejo de los hombres. Ni tenis, ni golf, ni basquetbol, ni muchos otros deportes. La igualdad es imposible. Pero no la paridad.

Volviendo a Estados Unidos, resultó una inspiración ver que las protestas de las jugadoras de la selección de futbol, fueron hasta la corte, y si bien no consiguieron la paridad absoluta, si consiguieron importantes avances en emparejar los ingresos de las seleccionadas y los seleccionados hombres. Después de todo, la selección femenil estadunidense es de las mejores del mundo, han ganado mundiales y sus contrapartes varones son una selección modesta en el panorama internacional.

Ahora, en México, ya los medios cubren la liga femenil de primera división, y hay algunas jugadoras que están alcanzando fama, y buenos ingresos. Y por qué no. También dan espectáculo.

Esta diferencia que se da en el ámbito deportivo no puede extrapolarse a otras actividades productivas. No por ser más fuerte físicamente, un abogado o un arquitecto es mejor que una mujer. Aquí el criterio debería ser exclusivamente la capacidad de las personas, pero desgraciadamente, no hemos llegado ahí.

Ahora, las mujeres tienen más armas para defenderse. Ya no es fácil, como en el pasado, aterrorizar secretarias, y menos hostigarlas sexualmente. Pero todavía sufren, porque injustamente, la paridad salarial está lejos. Es evidente que las mujeres no compiten en el marcado laboral con piso parejo.

Y sí. Es un problema de educación. Pero las cosas están cambiando. Es cosa de hablar con las nuevas generaciones para darse cuenta de que están mucho más conscientes del problema. Pero no nos engañemos. Estos avances son exclusivos de la civilización occidental. Todos sabemos cómo tratan a las mujeres en los países árabes, y entre más fanatismo religioso, peor les va.

Hablando de fanatismos, aunque López Obrador se auto-describa como el presidente más feminista de la historia, no está ni cerca de serlo. Cosa de ver cómo desprecia a las manifestaciones del Día Internacional de la Mujer, y cómo trata cual floreros a las mujeres en su gabinete. Ninguna, pero ninguna, ha tenido real poder.

Ojalá los “correctitos” trabajen en esos problemas, y se dejen de banalidades. El castellano no tiene la culpa. Déjenlo en paz, que evolucione de manera normal, y no ficticia, cómo pretenden.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.