OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

La astrofísica moderna establece que la creación del Universo ocurrió hace 13 mil 800 millones de años, cuando una gran explosión de materia altamente densa y de elevadísima temperatura inició la expansión cósmica que aún continúa. Miles de millones de años después, los humanos comenzamos a desarrollar el concepto del “tiempo”, e inventamos diferentes maneras de medirlo.

Pero empecemos por reconocer que el cerebro humano no está capacitado para entender el tiempo en términos absolutos. El tiempo es eterno, sin principio ni fin, y es independiente de cualquier ley de la astrofísica, y le da lo mismo si hay universo o no. El tiempo sigue.

Es probable que el tiempo empezó a medirse de la aparición de los homínidos en el planeta, mucho antes del surgimiento de homo sapiens. “Australopithecus afarensis”, cuya existencia está ampliamente documentada por Donald Johanson, arqueólogo descubridor de los restos fósiles de la famosa “Lucy” en Etiopía, que datan de hace unos 3 mil 200 millones de años. Esta especie precursora de homo sapiens, ya vivía en grupo, y dependía de saber medir las estaciones del año, para saber cuándo había cacería, y cuándo había que conformarse con la recolección de plantas y frutos.

Descubrieron nuestros antepasados cómo medir segmentos de tiempo, que es lo que hacemos hasta nuestros días. Una hora, un minuto, una semana o un año, son segmentos de tiempo, que sí resultan accesibles para la comprensión humana. Y bien sabemos que frases como “al tiempo”, “en estos días”, “el año próximo”, solo expresan deseos, casi siempre, con pocas o nulas posibilidades de realizarse. El muy mexicano “mañana te pago”, o el muy gabacho “the check is in the mail”, son señales inequívocas de que el deudor quiere “comprar tiempo”, porque no tiene con qué pagar.

Con perdón del maestro Renato Leduc, pocos son quienes pueden darse a “la dicha inicua de perder el tiempo”. El tiempo, etéreo, indefinido y elusivo, es el bien más preciado que tenemos, y de por sí, nos vemos obligados a pasar una tercera parte de nuestra existencia dormidos, y eso es perder el tiempo. El tiempo no se acaba. Nos acabamos nosotros. El tiempo no se compra, ni se vende, pero es un bien perecedero, que a todos se nos termina, “tarde o temprano”. Ninguna frase más cierta que “el tiempo es oro”.

Por ello, mi lucha permanente contra la impuntualidad. Si tengo una cita a las 12, y la otra persona llega 12:10, me hizo perder diez minutos, que son irrecuperables. Son 10 minutos de mi vida que nadie me podrá regresar. Haga, querido lector, memoria de las veces que ha tenido que hacer antesala, o esperar a que se desocupe la señorita de la caja, y se encontrará con que ha perdido años de su existencia. Y no es justo. Nadie tiene el derecho de disponer del tiempo ajeno, a menos que se trate de un acto de justicia.

Como decía el jefe Jacobo: “Si pierdes la chamba, buscas otro trabajo, si te enfermas, vas al doctor y te curas, si sufres un mal de amores, pues un clavo saca otro clavo, pero si pierdes el tiempo, ese no lo podrás recuperar jamás.

Tampoco me gusta “dar tiempo al tiempo”, porque es otra forma de sentarse a perder el tiempo; ni “todo tiempo pasado, fue mejor”. Eso se deja para quien ya solo vive de recuerdos. Los familiares de quienes padecen demencia senil, ven impotentes cómo sus seres queridos sufren a diario recordando “otros tiempos”.

Sí me gustan, en cambio, “es tiempo de soñar”, o “El tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí”, de María Dolores Pradera.

La teoría de la relatividad de Einstein propone que el tiempo es solo una ilusión que depende de la percepción del individuo. Científicos coinciden en que viajar en el tiempo es científicamente viable, pero hasta el momento, prácticamente imposible. Para poder hacerlo, habría que superar una de las constantes inamovibles de la física, que es la velocidad de la luz. Un viajero que supere la velocidad de la luz, regresaría a la tierra aún joven, mientras que sus contemporáneos habrán envejecido. Pero estamos lejos de eso.

La especulación sobre el tiempo ha fascinado a las mentes más brillantes, como Julio Verne, Einstein y Stephen Hawking. Es difícil que pase un año sin alguna película o serie de TV que toque el tema.

Y usted, lector, me dirá, “¿Y ponerse a ver esas cosas no es perder el tiempo?” Y yo no sabré qué contestar.

¡Nos leemos el lunes, Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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