El verdadero México

OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) - m.jorge.berry@gmail.com

Allá por 1985, la playa de Boca de Tomates era un lugar totalmente inaccesible. Solo se podía llegar por panga. Se reunía en la pequeña playa un grupo de pescadores, que todos los días salían al mar a conseguir lo que podían, para después venderlo en los mercados cercanos. Don Eduardo Chávez y su primo Sabino se dieron cuenta que, de manera individual, eran blanco fácil de burócratas y comerciantes que, aprovechando su condición humilde, los explotaban de manera injusta.

Después de varios años de esta situación, Eduardo Chávez dio un manotazo en la mesa, y dijo “¡Ya basta!”, y formó la Unión de Pescadores de la región, un sindicato pequeño, pero lo suficientemente unido para enfrentar futuras negociaciones como un bloque sólido.

Ya era mucho tiempo de vivir en constante ausencia de su casa y su familia, que residía en Las Juntas. En Boca de Tomates, base del sindicato, seguía sin haber nada, ni siquiera un camino de terracería. El sindicato, que para entonces ya iba en camino de convertirse en Cooperativa, presionó, y consiguió que las autoridades locales abrieran una brecha para comunicar Boca de Tomates con la civilización, relativamente hablando, de Las Juntas.

Fue entonces, por 1995, que, cansado de su soledad, Eduardo empacó a su esposa y sus hijos, y se los llevó a vivir a Boca de Tomates. No había electricidad, y con todo y camino nuevo, no había transporte público por ahí, así que seguían teniendo que ir al mercado en panga.

Eduardo entendió que no podía mantener a toda su familia con lo que ganaba en la pesca, así que gestionó con autoridades municipales, y consiguió la propiedad y los permisos de operación para restaurantes en la playa. Ese mismo año, 1995, abrió sus puertas Eduardo’s, y tres restaurantes más con frente de playa.

Recientemente, tomé ese camino, aún difícil, aún polvoriento, pero finalmente funcional, y fui a dar a una de las joyas de Vallarta, que es el restaurante Eduardo’s. En una larga charla con María Zenaida Chávez López, hija de Eduardo, y ahora responsable de la operación del restaurante, me contó esta extraordinaria historia de éxito. Me platicó que de niña, su papá sacaba a pescar a ella y a sus hermanas, lo que le dio experiencia de primera mano en escoger productos de calidad para su restaurante.

Los primeros años, me cuenta María, fueron difíciles, porque nadie sabía que había restaurantes nuevos en la playa. Pero toda la familia se esmeró: Don Eduardo se iba a pescar muy de mañana, y luego regresaba a preparar su receta secreta de zarandeado, que aún conservan sus herederos. Su esposa, era la reina de las tortillas, y aunque ella ya no va al restaurante debido su edad, las tortillas siguen frescas, recién hechas y deliciosas. La hermana de María, Consuelo Chávez, se encargaba de hacer el arroz, y preparar los camarones, cocinados de varias maneras.

Mientras platicaba con María, llegó uno de los muchos, sobrinos de la familia, en busca de ostiones.

--Llévate los que quieras, m’hijo—le dijo María.

--No tía, mejor se los pago porque me llevo diez kilos—contestó.

--Está bien. Pero cóbraselos al precio que pagamos. No estamos para hacer dinero de la familia—sentenció.

Le pregunté si darle 10 kilos al sobrino no iba a provocar que se le acabara el ostión.

--No, para nada. Esta mañana me llegó una remesa de 200 kilos que mandé traer, y se me acaban en un fin de semana. Y ahora más, porque ahí vienen los marineros gringos, y ellos comen mucho ostión—me dice.

Pregunto que cómo mantiene frescos 200 kilos de ostión si todavía no cuenta con electricidad.

--¿Frescos? No, m’hijo, aquí no comes ostiones frescos, comes ostiones vivos. Los tenemos en un tanque de agua de mar, y les damos de comer todos los días. Abren su conchita y comen sabroso, aunque después se los coman a ellos.

Debo confesar que consumí una docena de ostiones, grandes y deliciosos, y no he probado otros mejores en mi vida.

Le comento a María que hay grandes empresas que quieren comprar sus tierras a precios estratosféricos.

--Yo empecé este negocio con mi madre y mi padre, y mis hermanas, no para hacernos ricos, sino solo para sobrevivir. Con el tiempo, y gracias a Dios, nos ha ido bien. Un 40% de nuestra clientela son turistas o marineros, pero nosotros nos debemos a los locales.

Ahora en la pandemia, fue como temporada baja larga. No estábamos llenos, pero tampoco vacíos. Este lugar es mi pasión, y no hay otro sitio en el que yo prefiera estar que aquí. Mira, aquí andan mis hijas, que ya están aprendiendo el negocio, y hay más familia, hay nietos y algunos, ojalá, aprendan a pescar, y otros a cocinar. Pero yo de aquí, no me voy.

De repente, me critican, y con razón, porque soy pesimista en algunos artículos. Pero historias como la familia Chávez, hacen renacer mi optimismo en el futuro de este país. Gente buena, como esta, es la que sacará adelante a México.

Por cierto, la cuenta, de una mesa de 8 adultos, fue de poco más de tres mil pesos, que se pagaron de mi bolsa, completitos. Esta columna no vende sus contenidos.

¡Nos leemos el lunes, Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.