Por Eugenio Ortiz Carreño/Bahía de Banderas

Sayulita se ha convertido en un pueblo donde priva el desorden, pero los visitantes nacionales y extranjeros parecen disfrutar ese ambiente de ilegalidad, pues los negocios invaden las calles, todas las calles, no solo las del centro, y se han colocado mesas con sillas en las banquetas e incluso en el arroyo.

El colmo de ese ambiente desordenado es un grupo de aprendices de defraudadores que sacan una mesita y se ponen a jugar el viejo y fraudulento juego de “dónde quedó la bolita” y agarran al paso a sus patiños para engañar a los demás. El grupo está integrado por cuatro o cinco aprendices de bandoleros que han desfalcado a varios turistas e incluso a residentes.

Son las 13:00 horas de este miércoles y apenas se están instalando a unos metros de la plaza principal, en la calle más popular de Sayulita, donde miles de turistas se han tomado selfies que luego se difunden por redes sociales. Esa calle, en su mayor parte, está invadida en las banquetas por negocios de ropa o por cafeterías, porque la “onda” es poner mesas en la calle y nadie les dice nada.

Si alguien busca a un policía o a un agente de tránsito, simplemente no encontrará a nadie porque ahí no hay oficina ni presencia de la autoridad. Ni en las calles del centro, alrededor de la pequeña plaza, ni en las playas que todos los días se ven invadidas de turistas extranjeros porque es la temporada de turismo norteamericano y canadiense.

A mediodía, en la plaza un hombre joven practica como desaforado en su patineta alrededor del quiosco, mientras una mujer con un minúsculo bikini toma el sol recostada en una jardinera y su pareja, sin camisa, cuida al bebé que ambos tienen recostado en la jardinera.

Otra mujer de aspecto desaliñado, que jala de la cuerda a un perro lanudo y sucio, intenta tocar la guitarra que saca de su estuche, pero pronto deja a un lado el instrumento para platicar con el hombre descamisado, mientras el perro lanudo se revuelca en el piso y ensucia más su sucio pelambre.

El bebé, que se ve requemado de la piel por el sol, comienza a llorar y el hombre lo carga y lo lleva a la mujer que toma el sol en la jardinera y esta lo toma en brazos y en la otra jardinera le da el pecho para alimentarlo. Las familias extranjeras pasan a un lado de la pareja y no reparan en el aspecto que tienen, aunque también son extranjeros.

De pronto, música a muy alto volumen comienza a salir de un negocio junto a la iglesia católica, que parece minimizada por los comercios, cafeterías y demás establecimientos y nadie entra para hacer siquiera una oración. Y de las calles que suben y bajan camina gente que regresa o que va hacia la playa a practicar el deporte local, el surf.

Los restaurantes están ocupados, en su mayoría, y los clientes toman -sobre todo- cerveza. Uno de los más concurridos es el restaurante El Costeño, del popular Guillermo Rodríguez, más conocido como “El Guango”, apodo que le impusieron sus compañeros de juego de fútbol. El restaurante ha recibido a numerosas personalidades, atraídas por sus enormes margaritas y por las cuales muchos hombres y mujeres han perdido hasta el estilo.

Afuera del restaurante ni siquiera se puede ver el mar y a los surfistas, por la gran cantidad de sombrillas que se han instalado y hay que salir para poder observar la ocupación de la sabana de arena. Y sí, miles de personas, en su mayoría extranjeros, toman el sol en sus camastros y beben cerveza o margaritas.

Esto es Sayulita: surf, cerveza, bebidas de todo tipo y el relajo a todo lo que da.

sayulitacrecesinorden2 1024x768 - En medio del desorden, Sayulita crece y crece, sin que gobierno regule actividades
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