OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) m.jorge.berry@gmail.com

Todo el drama actual con Facebook, y sus derivados, (WhatsApp e Instagram) empezó a gestarse allá por 2015, cuando un grupo de científicos en la Universidad de Cambridge en el Reino Unido descubrió una forma de influir en la conducta de grupos humanos de gran tamaño, a partir de conocer las cuentas de los usuarios de Facebook, la primera y más popular red social. Así, diseñaron los “algoritmos”.

Confieso que no entiendo muy bien eso de los algoritmos, ni qué son, ni cómo funcionan, pero es evidente el impacto enorme, y en muchos casos, negativo y peligroso, que tienen en la vida de las personas. No es sorpresa que los jóvenes, quienes ya crecieron en ese sub-mundo cibernético, sean los más vulnerables. Uno, como quiera, es más correoso, igual a mis contemporáneos.

Pues los mentados algoritmos, resultan invaluables para detectar conductas y tendencias. El primer experimento político, lo hicieron los rusos, interviniendo en las redes sociales británicas para influenciar el voto a favor de abandonar la Unión Europea. Ni James Bond hubiera detectado la operación, y para cuando MI5, la agencia de espionaje británica, se dio cuenta, el daño estaba hecho. Contra cualquier análisis racional económico y político, abandonar la Unión Europea era una pésima decisión, pero así votaron los “british”.

Los rusos, felices con el desempeño de su campaña pro-Brexit, expandieron su operación. Trataron de meterse en la campaña de Francia, pero la visita y apoyo económico de Vladimir Putin a Marie LePen, la candidata populista, los descarriló. También lo intentaron en Holanda, pero las autoridades se dieron cuenta, y decidieron eliminar el voto por máquina, y regresar al papel y al conteo manual.

Pero para entonces, ya la técnica rusa de intervención se había depurado, y decidieron lanzarse a intervenir en la elección presidencial de los Estados Unidos, desde las precampañas de 2016. Putin detesta a Hillary Clinton, y decidió apoyar a Donald Trump, un populista loco, que sentía gran admiración por Putin, y cualquier otro hombre fuerte del mundo.

Todos conocemos el resultado de la elección, y aunque es imposible determinar en qué medida fue exitosa la intervención rusa, hay otros parámetros interesantes para analizar.

Si bien siempre ha habido grupos de ultraderecha y supremacistas blancos, nunca se les había empoderado tanto, al punto de que conductas que hace unos meses eran inimaginables, se volvieron no solo posibles, sino reales. Ante el golpeteo incesante en redes, en que se detecta la vulnerabilidad humana a ciertas ideas, aunque sean descabelladas, Facebook cerró los ojos a los contenidos violentos y las teorías de la conspiración, patentemente falsas, para incrementar sus ganancias, y ahora enfrentan una inminente regulación gubernamental en Estados Unidos, que seguramente se volverá tendencia internacional.

El increíble incremento en las filas de los fanáticos, es evidente señal de que las redes tienen que hacerse responsables de sus contenidos. Antes de Trump, no había hordas capaces de intentar alterar el resultado de una elección. Era impensable, pero ocurrió el 6 de enero. Y en México, por ahí vamos. ¿Alguien hubiera imaginado una vasta red de incondicionales a ultranza, capaces de amenazar la vida del hijo de una senadora? Pero ya le ocurrió a Lilly Téllez.

Más allá de la política, investigaciones internas del propio Facebook, revelaron que Instagram, la red fotográfica que depende de Facebook, provoca desórdenes alimenticios en niñas y jóvenes, que son estimuladas a bajar de peso, cueste lo que cueste, con tal de parecerse a alguna actriz o cantante. En Estados Unidos hay un escándalo mayúsculo, porque una ex-empleada de Facebook, Frances Haugen, dio a conocer decenas de miles de documentos internos de la empresa que demuestran que, aun sabiendo los resultados de las investigaciones citadas, prefirieron no tomar medidas, para no poner en peligro sus ganancias.

No tengo Facebook. Nunca me ha gustado esa red. Soy tuitero, y de los intensos. En menor medida, pero Twitter ha cometido errores muy similares a los de Facebook, y ambos serán llamados a cuentas muy pronto.

Tal vez ustedes, queridos lectores, tienen Facebook, y tal vez no. Pero sus hijos, seguro lo tienen, igual que Instagram y WhatsApp. Nada enfurece más a los pubertos que los papás asomándose a sus secretos juveniles, pero en este caso, que se aguanten. No están listos, y son fácilmente influenciables. No hay nada peor que definir una vida a través de una pantalla de celular o computadora.

Me gustaría mucho leer sus comentarios a esta columna al correo electrónico que aparece adjunto.

¡Nos leemos el lunes, Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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