OPINIÓN

Por Jorge Berry

Dirán que estoy loco, pero con todo y lo que nos hizo el implacable paso de Nora, nos fue bien.

Entiendo y comparto la tristeza de las imágenes del centro de Puerto Vallarta, y la afectación y pérdidas irreparables que sufrieron muchos ciudadanos. Lo mismo, con las inundaciones que padecieron varias poblaciones al incrementar el caudal de los ríos, por la enorme descarga de agua que trajo el huracán. Las carreteras y avenidas de Vallarta y Bahía, intransitables en ciertos tramos, por la cantidad de vegetación, hojas de palmeras y hasta árboles que bloqueaban la circulación.

Con todo, no hubo desgracias personales que lamentar, y los daños materiales, proporcionalmente, no fueron gran cosa. Claro, no hay FONDEN que ayude a la reconstrucción, ni fondos de emergencia para atender damnificados, pero nuestra zona, lo he dicho antes, es rica en solidaridad, y rápidamente aparecieron centros de acopio en los que nuestra gente generosamente contribuyó para ayudar a quienes pudieron.

Entonces, ¿por qué digo que nos fue bien?

Al mismo tiempo que nuestra bahía era golpeada por Nora, la costa sureste de los Estados Unidos, la que colinda con el golfo de México, sufrió la embestida directa del huracán Ida. Con una fuerza de categoría 4, Ida tocó tierra en la costa de Luisiana, dejando una ola de devastación solo comparable con Katrina, que hace casi 20 años casi destruyó la ciudad de Nueva Orleans.

Hasta el reporte del viernes, más de un millón de personas ya llevaban una semana sin luz, y empezaba a escasear el agua potable. No hay para cuando se restablezca la energía eléctrica, y el verano azota la zona, con temperaturas bastante arriba de los 40 grados Celsius. Además, Luisiana ha sufrido mucho con el COVID, sobre todo en esta tercera ola, y no les alcanza el personal, ni las camas, para atender a las víctimas de Ida mientras siguen trabajando COVID.

Ida siguió su trayecto hacia el este del país, perdiendo fuerza, pero aún peligroso. Provocó las lluvias que inundaron Washington y Nueva York, con un volumen de descarga de agua sin precedente. Al mismo tiempo, medio país está en llamas. Los incendios forestales en California, Oregon, Washington y Nevada, son los más intensos y numerosos de que se tenga memoria, no están aún controlados, y amenazan con llegar a zonas pobladas.

Entre ambos fenómenos, van 40 muertos, pero esa cifra aumentará sin duda.

Ni Nora ni Ida son fenómenos aislados. Estudios meteorológicos científicos, ese implacable enemigo de los conservadores retardatarios, aunque se autodesignen como liberales, indican una clara y empíricamente demostrable relación entre el calentamiento global y los climas extremos, especialmente huracanes. Cada año, el clima se hace más extremoso, y lo que es alarmante es que si nosotros lo notamos, la velocidad de los cambios es cataclísmica. Los cambios climáticos se producían a través de milenios, y aquí estamos hablando ya de lustros.

Lo he dicho, y lo repito: como especie, no tenemos remedio.

Por si no fuera suficiente tener que lidiar con Nora, las familias de la zona Vallarta-Bahía tuvieron que enfrentar un dilema mayúsculo: ¿Es prudente mandar a los niños a la escuela, ahora que se reanudaron clases presenciales?

Siento alivio porque no tuve que tomar esa decisión; pero también angustia, porque sé que mi hija decidió mandar a mis nietos a la escuela. Honestamente, no sé si yo lo hubiera hecho igual.

Por una parte, es innegable que los niños necesitan ir a clases presenciales, porque es indispensable que compartan en actividades de grupo. Se forman lazos, a veces de por vida, con contemporáneos; se aprende a trabajar en equipo; se dan los primeros pasos para lograr la independencia personal; se aprende mejor.

Pero por otra, COVID sigue avanzando. Es cierto que a los niños no les pega tan fuerte, pero algunos estudios indican que ello puede cambiar ante la mutación del bicho. Ha sido tan mala la respuesta al COVID de nuestras autoridades, que todos los anuncios del mundo que me dicen que es seguro mandar a los niños a la escuela, no me van a convencer. Me dio muy mala espina leer que las escuelas estaban pidiendo a los padres de los niños, (incluyo, por supuesto, a las mamás en la frase, pero no voy a caer en el absurdo lenguaje “incluyente) que firmaran una carta responsiva, liberando a las escuelas de cualquier responsabilidad si a sus hijos les daba COVID. Jurídicamente, entiendo los motivos, pero emocionalmente me dan ñáñaras.

¡Acá los espero el viernes, Vallarta y Bahía

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