JFK

OPINIÓN

Por Jorge Berry (*)

m.jorge.berry@gmail.com

De las cosas que ya se ven poco, es a figuras políticas realmente veneradas por sus pueblos. De Miguel Alemán para acá, que es lo que llevo vivo, no creo que ningún presidente mexicano llene los requisitos. En Estados Unidos, ya queda viva muy poca gente que recuerda a Franklin Roosevelt, pero por lo que cuentan, sus ciudadanos lo adoraban.

Quedamos todavía muchos que fuimos testigos de la presidencia de John F. Kennedy, y me sigue asombrando la devoción que sigue despertando su nombre en la conciencia estadunidense. Kennedy fue el último y mejor representante del espíritu yanqui del “sí se puede”.

Hoy se cumplen 58 años de aquella trágica tarde en Dallas, Texas, en la que dos balazos en la cabeza cegaron la vida del joven presidente John Fitzgerald Kennedy, quien empezaba apenas a hacer campaña para buscar la reelección en 1964. Murió el hombre, pero nació la leyenda.

Yo tendría escasos 12 años de edad cuando me enteré de la noticia. Estaba en el patio del Colegio Americano de Tacubaya, en CDMX, cuando se supo del atentado, y los detalles, pocos aún, corrieron como reguero de pólvora. Varios maestros estadunidenses lloraban a bordo de los camiones escolares que iniciaban su recorrido para llevarnos a casa.

En cuanto llegué, prendí el televisor, y pasé no sé cuántas horas frente al aparato que, todavía en blanco y negro, registraba el asombro y luto americano. Vi las primeras imágenes de Lee Harvey Oswald, presunto francotirador. Me estremeció ver a la bellísima Jackie Kennedy, esposa del presidente, con su traje color rosa ensangrentado, y tratando de contener la hemorragia del cerebro de su marido. Fue un verdadero milagro que ella resultara ilesa.

Pero nada como el shock de ver en vivo a Jack Ruby disparar sobre Oswald, matando al presunto responsable. Ruby murió poco después de cáncer. Después de que el país presenció en vivo y en directo, como se decía entonces, esta incomprensible cadena de tragedias, absolutamente nadie creía en el escenario oficial, que culpaba del atentado a un asesino solitario, desequilibrado, que actuó por cuenta propia.

El Congreso nombró a una comisión investigadora, presidida por el juez Earl Warren, entonces presidente de la Suprema Corte. Después de meses de testimonios y evidencias, la Comisión Warren concluyó que la versión original de la policía de Dallas, era correcta: Oswald actuó solo.

Por supuesto, muy pocos creyeron a la Comisión, y de entonces a la fecha, se han publicado libros, se han filmado películas, y se han hecho todo tipo de especulaciones, porque la explicación original, no parece creíble.

Teorías, ha habido probablemente cientos. Que si la mafia contrató a Ruby para matar a Oswald, quien siempre se dijo inocente. (Ruby murió sin decir palabra sobre el caso.) Que si fue una venganza de Fidel Castro por la invasión de Bahía de Cochinos. Que si la Unión Soviética lo mandó matar, porque un año antes, en 1962, los humilló con el bloqueo naval a Cuba que impidió a la URSS instalar misiles nucleares en la isla. Que si fue una venganza por un lío de faldas.

Nunca se sabrá. Nunca se supo quién o quiénes estuvieron detrás del asesinato de Lincoln, ni de Kennedy, ni de Luis Donaldo Colosio en México. Quienes cometen atrocidades de ese tamaño, saben cómo no dejar huellas.

Prefiero recordar a Kennedy cuando vino a México, invitado por el presidente Adolfo López Mateos. Desfiló por el primer cuadro de nuestra capital repartiendo sonrisas, mientras Jackie su esposa, cautivaba a un pueblo entero. O recordar el inolvidable discurso en el que fijó como meta poner a un hombre en la luna antes de terminar la década de los 60. No lo alcanzó a ver, pero cumplió su palabra. O ver a su hijo John-John, de 4 o 5 años de edad, saludar el féretro de su padre en su sepelio.

Con la presidencia incompleta de John Kennedy, Estados Unidos superó la juventud, y entró de lleno a la madurez como nación. De entonces para acá, no ha sido fácil para ellos. Viet-Nam, Nixon, Watergate, derechos civiles, discriminación, Saddam, 11 de septiembre, Trump.

Queda para las nuevas generaciones determinar en qué termina el gran experimento democrático del mundo moderno. Habrá que trabajar mucho. Las cosas no van bien.

¡Nos leemos el viernes, Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.