OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Esto de la economía siempre suena muy complicado. Cada quien tiene su versión: que si va muy bien, según el presidente, que si va muy mal, según la oposición, y luego, cada quien tiene su opinión, según le va en la feria. Los términos tan sofisticados que utilizan los economistas, desde luego, no ayudan: que la inflación, que las finanzas públicas, que la balanza comercial, que la tasa de interés de referencia del Banco de México, que los cetes o bondes; y si uno no es economista, se marea hasta poner los ojos en blanco.

En realidad, haciendo a un lado los términos sofisticados de los economistas, la economía no es otra cosa que la suma de las decisiones de comprar y vender de todos en conjunto. Es simplemente sentido común, que todos tenemos, pero no siempre utilizamos.

En un país, una economía sana es aquella que funciona sin acumular deudas excesivas, igual que la de una familia. Es una economía a la que todos los que generan ingresos – desde poderosos empresarios, hasta humildes tianguistas, aportan en forma justa y equitativa. Es aquella en la que los impuestos recabados alcanzan para pagar decorosamente a los servidores públicos, y también para hacer frente a los servicios públicos – la seguridad interna y la diplomacia, el agua y la luz en las calles, la limpieza de todos los espacios públicos, la atención a los centros de educación y de salud, a las necesidades apremiantes de los indigentes, especialmente de nuestros viejitos y niños, ambos indefensos, y tantas otras cosas para ayudar a los que se han quedado rezagados, o sin oportunidades, y que pueden ser una parte importante del futuro del país.

Claro está que, para poder dar y ayudar, primero se necesita obtener utilidades e invertir algo, la parte que pueda considerarse excedente. Una economía sana es aquella a la que también le alcanza para invertir; porque la inversión siempre es en el futuro.

Ya encarrerados en esto, el panorama de México se presenta dudoso, cuando consideramos que se han hecho cuantiosas inversiones en el aeropuerto AIFA, que nadie quiere o le conviene, en el Tren Maya, que no va a ningún lado, o en la refinería de Dos Bocas, que pretende producir gasolina. Esta gasolina sería insuficiente, pero además provocará contaminación ambiental e irá en contra de las tendencias actuales en el mundo, hacia energía limpia y renovable en todo y para todo. Es más, la inversión extranjera más grande en todo el sexenio, es la de Tesla, para producir en México vehículos eléctricos, que no consumirán gasolina.

La inflación, de la que todos hablan, se quejan y se alarman, es (y se define como) el alza sostenida de los precios de los bienes y servicios que consumimos. Si los precios suben una sola vez, no es inflación. Si suben semana con semana, o mes con mes, sí lo son. Todos sabemos que el precio de las naranjas, la cebolla, el jitomate, los aguacates, los limones o las distintas frutas, bajan en temporada de cosecha, y suben cuando hay escasez – no es inflación. Si sube el precio de las tortillas, el huevo, la renta, la luz, el gas o el agua, que no responden a una temporada de producción, sí es inflación. Y estos precios suben porque hay demanda, porque hay suficiente gente con dinero dispuesta a pagarlos, dinero que muchos recibieron de regalo y no a cambio de trabajo, o porque son bienes o servicios que sólo ofrece el estado (como la luz, el agua o el gas) y cuyos precios son un decreto – no hay opción, o lo pagamos, o lo pagamos.

Pensándolo detenidamente, la economía funciona con base en tres cosas: la confianza, los incentivos y las expectativas. Está en nosotros asegurarnos de que existen estas condiciones para generar inversiones, empleos y un futuro prometedor. México tiene todos los recursos para lograrlo. La economía da para mucho de qué comentar. Seguiremos con el tema en próximas columnas.

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Esta semana, México perdió a un tesoro nacional. Xavier López “Chabelo” murió a los 88 años de edad. ¿Quién no recuerda a este maravilloso personaje? El “amigo de todos los niños” trajo diversión y entretenimiento sano a varias generaciones de niños mexicanos.

Lo recuerdo desde mi más temprana edad, cuando hacía pareja con Don Ramiro Gamboa. Se presentaban como “Chabelo y Gamboín”. Desde entonces, Xavier creó su inolvidable llanto infantil que lo llevó a la fama. Su paso por “La carabina de Ambrosio” también fue memorable. Junto con César Costa, hacían una deliciosa parodia de Don Carlos y Neto, que nos regaló momentos inolvidables de fino humor.

Años después, cuando ya trabajaba en la televisión, tuve el privilegio de conocerlo y tratarlo. Para entonces, ya su programa dominical matutino, “En familia” era una institución. En lo personal, “Chabelo” era un tipazo. Nos unió el gusto por el golf. Alguna vez, en Cuernavaca, jugamos juntos “Chabelo”, “Polo Polo”, Sergio Corona y yo. Yo era el más joven del grupo, pero jugaba (y juego) igual de mal que todos. Al terminar la vuelta, sentados en el bar del club, llegó el mesero a tomar la orden. Cuando llegó el turno de Xavier, le habló al mesero con su falsete infantil, causándole una gran sorpresa, y provocando una carcajada generalizada. Una experiencia inolvidable.

Ni “Chabelo”, ni el maestro Polo Polo están ya con nosotros. Mi querido Sergio Corona, a sus noventa y tantos años, sigue activo, y trabajando, lo cual celebro. Descanse en paz Xavier López “Chabelo, un hombre bueno cuya memoria quedará entre nosotros.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con 50 años de experiencia profesional.

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