TERCERA LLAMADA

Por María José Zorrilla

Ayer leí una nota que aclaraba algunas de las principales “fake news” que habían transcurrido en la semana. Destacaba información falsa sobre la visita de López Obrador a Estados Unidos al afirmar que el presidente había regresado el mismo 11 de julio. Otra era sobre el mundial en Qatar donde se había dado la orden que quien ondeara una bandera LGTB tendría una pena entre 7 y 10 años de cárcel. También destacaba la muerte del Papa emérito Benedicto XVI.

Es verdaderamente preocupante la forma y velocidad con la que corren todo tipo de rumores, noticas falsas o descontextualizadas a partir de la aparición de las redes sociales. Más preocupante aún que paralelo al universo de las fake news hay un término que debo confesar no conocía: la posverdad, también conocida como mentira emotiva.

Durante la pandemia ante la amenaza y desconocimiento sobre el Covid-19, el vuelo alcanzado por la desinformación, la posverdad y las fake news llegó a niveles insospechados a lo largo y ancho del globo terráqueo.

Surgieron todo tipo de remedios caseros, tomas de pócimas maravillosas o terribles noticias sobre efectos de las vacunas, llegando afirmarse que ocasionarían lepra.

Según la UNIR, la universidad en internet que coincide con la Real Academia Española de la lengua, la posverdad es un neologismo que se refiere a la distorsión deliberada de una realidad, manipulando creencias y emociones con el objetivo de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.

Si bien se atribuye este nuevo vocablo a principios de los 90 cuando el dramaturgo serbio Steve Tesich utilizó la palabra post-truth en un artículo publicado por The Nation según lo publica la UNIR, fue hasta el año 2016 que el Oxford Dictionary la escogiera como la palabra del año.

En esta era donde la posverdad ha sido utilizada para fines políticos las consecuencias han sido catastróficas. Lo he mencionado anteriormente, hay casos muy reconocidos como lo acontecido en la campaña de Trump para desbancar a Hillary de las preferencias de los votantes o el caso del Brexit donde los interesados para abandonar la Unión Europea (UE) afirmaban que el costo de tal “membresía” significaba para gran Bretaña 350 millones de libras semanales.

Jamás se comentó lo que Bruselas ingresaba a la Gran Bretaña por concepto de otras transferencias. Pero la verdad ya no importaba, se había apelado a la emoción con la finalidad de moldear la opinión de las personas e influir en su conducta.

La política de la posverdad es una manera de construir un discurso político para relacionarse con los ciudadanos. Tiene el objetivo y la capacidad de generar confianza con unos argumentos que parecen verdaderos pero que no lo son ni tienen base para serlo.

Con el discurso de la posverdad se han generado cimientos sólidos para crear una realidad afín a una ideología política determinada apelando a la emoción y dejando de lado la razón.

El tema hoy día ya no es si tal o cual cosa es verdad, sino que hay otras verdades paralelas con las que se identifica ese público que ya fue manipulado. Poca importancia tiene si después se desmiente lo que se ha dicho como fue el caso del Brexit.

La gente siguió aferrada a su idea hasta que, por experiencia en carne propia, están empezando a padecer las consecuencias.

En el país tenemos muchos ejemplos poco gratos sobre este tipo de posverdades que se han fortalecido a base de costosas mañaneras, de repetir el mismo discurso, crear cortinas de humo para desviar la atención sobre temas torales incluso hasta en detrimento de los propios aciertos del gobierno actual.

El mensaje es el mismo, el tono pausado, expectante y cansino son parte de una narrativa alterna muy bien pavimentada. Una posverdad convertida en una nueva realidad en la que medio México cree.

La otra mitad, no sabe cómo salir del meollo, cómo deshacer el retador “nudo gordiano”.

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