LA MIRADA INCÓMODA

“El aburrimiento es siempre contra-revolucionario. Siempre”: Guy Debord, “La sociedad del espectáculo”.

Por Alfredo César Dachary (cesaralfredo552@gmail.com)

La sorpresa fue doble, por un lado, el mecanismo de expansión de la pandemia del siglo XXI, como debe ser cómodamente instalada en un avión para un vuelo internacional en la mayoría de los casos. Segundo tenemos, lo que considerábamos como un lujo, el ocio planeado y vendido como turismo, hoy un artículo de primera necesidad, o sea, una prioridad.

La primera gran sorpresa es la velocidad de propagación, solamente referenciada a 1,500 millones de viajeros internaciones en el mundo que abarca toda la geografía de éste, logrado básicamente por el avión. El aeropuerto, ese lugar que cambio de objetivo, pero no de funciones, hoy un mall de encuentro internacional, donde la gastronomía y las compras de última hora llenan el denominado tiempo de espera.

Aquí es donde hasta la pandemia se estaba probando en un sistema de identificación digital más complejo que superara el viejo modelo del último pasaporte en papel, restos de una sociedad que ya está siendo remplazada, por un mundo de más dimensiones, si contamos todas las que plantea éste. Se pasó del control digital como prioridad a otro nivel que no lo descuidó, sino que está perfeccionando, luego que un “pirata” denominado Covid-19 se coló entre los viajeros, transformando este gran mercado de fantasías en uno nuevo de temores y desconfianzas.

Pero la mayor sorpresa es la insistencia de la gente por viajar, que se une al entendible deseo de los administradores de los diferentes centros de ocio de promover y ayudar a que el turista retome su dinámica de viaje, algo muy fácil de decir, difícil de consolidar, más aún cuando la pandemia no ha concluido, o sea, no ha sido controlada, lo que se expresaría en una reducción drástica de los contagios.

La desesperación por viajar es entendible de todos los ángulos posibles, y más en un mundo en el cual la mayoría de la gente está en movimiento, a veces en forma interna mientras navegamos el mundo digital, otras viajando por trabajo, ocio o simplemente para “cambiar de aires”.

Hay quienes creen que no se podrán contagiar y eso a veces lo comprueban con la vida; otros que ven a la vacuna como una forma de control y también se exponen y exponen a los que lo rodean al círculo vicioso del contagio en cadena, pero la gran mayoría quiere viajar.

Al comienzo había una explicación lógica, pero no más que eso, y eran los pasajes que no se habían usado y la posibilidad de perderlos, las historias tétricas sobre la recuperación de viajeros anclados en aeropuertos o ciudades por varios meses, no los detienen, al igual que lo que ocurrió en los cruceros, hoy están nuevamente navegando y con turistas a bordo, dentro del protocolo de máxima seguridad para todos los viajeros y tripulación.

¿Por qué la gente tiene necesidad de viajar?, ¿qué justificativo profundo subyace en esta apuesta que puede tener costos elevados? Pero la gran mayoría cree que no y si vemos los resultados hasta hoy, la información no es clara ni específica, más en los casos como México donde nunca se cerró el aeropuerto y además hay grandes contingentes de refugiados que huyen de la miseria y persecución en la macro región y también traviesan toda la geografía del país, con una gran exposición y posibilidad de ser portadores del Covid.

El auge del turismo, si bien se inicia en la mitad del siglo XX, toma mucho mayor fuerza a partir de la séptima década, que ha dejado una profunda huella en la sociedad, desde el retiro del respaldo oro afectando al dólar como moneda de cambio, aunque se mantenga hasta hoy, y las transformaciones en el sistema bancario, lo que da origen a una nueva fuente de dinero para los bancos y con ellos nuevos negocios, y la bancarización de nóminas y la apertura de las tarjetas de crédito, en momentos en que se rompía la estabilidad laboral y se perdían amplios segmentos de los derechos sociales.

Así, el neoliberalismo se transforma en un agente de cambio profundo, al cambiar el eje de la economía, el trabajo estable y ampliar la base laboral con la inserción necesaria y justa de las mujeres y aumentar el consumo con el crédito, un nuevo mecanismo, no de estabilidad sino de control, no de servicio sino de compromiso.

En este marco, hay quienes ubican el auge del turismo como los que han antecedido a éste, la televisión, la casa y el auto, a formar parte de las prioridades básicas para garantizar una vida mejor, ya que éste cubría uno de los espacios más difíciles del hombre, el de poder interrumpir la rutina por algo diferente, que oxigena al sujeto dándole más fuerzas para una nueva etapa.

Pero, sin embargo, el turismo logró integrarse y liderar una nueva sociedad del consumo, que estaba basada en las redes sociales, por el gran efecto demostración que se puede generar y que recupera valores anteriores, como que el viajar es un indicador de situación económica buena, lo cual no siempre es así, ya que el nuevo hombre del siglo XXI, vive con una gran carga de deuda ante la impotencia para poder mantener el poder de consumo básico, para la clase en que autocalifica.

Las redes sociales remplazan a las revistas y diarios, que hace décadas describían y promovían a los viajeros básicamente los muy conocidos por sus obras o su poder, a través de las páginas de sociales, logradas en los aeropuertos y puertos en los dos extremos del viaje, aviones y cruceros, y legitimada por los que van a despedirlos.

El Internet y las redes sociales han cambiado radicalmente el turismo, ya que son los principales agentes de promoción y captación de viajeros, no solo por lo que ellos informan como buena experiencia, sino lo que en la red se oferta como situaciones excepcionales para viajeros que se auto identifican así, sin serlo.

La transformación del turismo corre sobre dos grandes rieles, uno es la exigencia de redes efectivas para trabajar y navegar en la red, ya que hoy el viajero usa parte del tiempo en trabajar, auto promocionarse, buscar nuevas oportunidades, y todo ello es posible cuando en los alojamientos hay buenas instalaciones de Internet, además de espacios amplios donde poder disfrutar de sus dos opciones: el nuevo ocio que ya no es sol y playa solamente sino recorrer y experimentar nuevas experiencias, principalmente en deporte de riesgo, gastronomía y otras más.

El segundo riel, el marco de desarrollo del turismo, la sociedad de acogida, donde debería haber mayor esfuerzo para aplicar protocolos, lo cual generalmente no se da, porque la gente que llega a trabajar no siempre tiene conciencia de los riesgos que está pasando hasta que es afectado él, un amigo o familiar, recién toma conciencia plena, si las circunstancias lo permiten, el trabajo y la vivienda.

Todo esto nos sirve de referente para intentar explicar el deseo “incontrolable de viajar”, a un campo minado, donde no siempre se conocen los verdaderos impactos de la pandemia, pero pese a todo no es posible afirmar por qué y quizás llegar a responder a una parte del contingente mundial de viajeros y otros grupos que requieran otra explicación.

Hay otro elemento que exprofeso lo hemos dejado para el final y es la afectación de la naturaleza expresada, entre otros fenómenos, por el cambio climático global, que se transforma en fuertes amenazas para esta industria y el planeta en general, y cuyos primeros impactos ya los estamos viviendo, entre incendios incontrolables, erupciones volcánicas, inundaciones impensables y tormentas más allá de lo esperado, la mayoría afectando a los países más desarrollados.

Pero la crisis va más allá de la cuestión ambiental, ya que se profundiza en la sociedad agobiada por la precariedad y el esfuerzo “obligado” del consumo, para mantener un estatus diferente al real, y esto incide en el auge del turismo, ya que no se trata solo de figurar, sino de repetir la historia de los últimos payasos que nos gobiernan desde Trump a Bolsonaro, los “superhombres”, que sobreviven sin mascarilla en medio de la crisis.

Pero, sin embargo, se nota preocupación por la situación en los gobiernos, mientras los actores actúan según sus intereses, luego de medio siglo de simulación que nos llevó el ecologismo de clase media, que no logró transformar mínimamente esta sociedad del consumo donde conviven viejos modelos como el petróleo y las nuevas fuentes de energía limpia. Pero el cambio debe ser mayor y afecta a la alimentación, desde la producción de carnes rojas a carnes frías, todas profundamente alteradas en aras de una mayor productividad, que las hace cada vez más amenazadoras para la salud humana.

De allí que el tema del futuro y el turismo está, aunque la mayoría lo quiera ocultar, entre los problemas de la agenda para la supervivencia del planeta, pero eso no será posible si la sociedad alienada por el consumo y obnubilada por su imagen trate de vivir en dos mundos al precio de uno, mientras el otro, el real, se incendia.

This div height required for enabling the sticky sidebar