La necedad, mata

OPINIÓN

Por Jorge Berry (*)

¿Cuál, estimado lector, es su película favorita de desastre natural? Se han hecho muchas, pero pocas buenas. La primera que recuerdo, es “Los últimos días de Pompeya”, en que se relata la devastación provocada por la erupción de Vesubio en la antigua Roma, y que se mantiene activo. Pero ha habido películas de temblores, huracanes, diluvios, meteoritos gigantescos que caen sobre la tierra, y todas ellas pintan escenarios posibles, pero no probables. Mi favorita es una que hizo Helen Hunt, en la que protagonizó a una cazatornados. Dejo fuera de la categoría a las de invasiones extra-terrestres.

En todas esas películas, de una u otra forma, la crisis se supera. Ganan los buenos, pues.

La realidad, desgraciadamente, es otra. Inocentemente, gran parte de la población mundial piensa que podemos domar a la naturaleza, pero, con todos los siglos de avances científicos, no estamos ni cerca. Si la naturaleza tuviera conciencia, vería a los humanos con desprecio, y tendría toda la razón. Somos como un mosquito molesto que pica y huye, y la naturaleza no ha tenido aún la necesidad, ni la inclinación, para aplicarnos un chanclazo mortal, o bien rociarnos con un extinguidor.

Con profunda tristeza, leí las conclusiones del informe anual de Naciones Unidas sobre cambio climático, que se publicó el lunes. Es una sentencia de muerte para miles de millones de habitantes del planeta, y expone la inimaginable posibilidad de la extinción de la especie.

El informe concluye que la velocidad del calentamiento del planeta es más acelerada de lo previsto, y todas las medidas que se han tomado no la han reducido, ni siquiera un poco. La carga de dióxido de carbono en la atmósfera, producto de las emisiones que produce el uso de energía fósil, va subiendo cada vez más rápido, y hay países, como el nuestro, en que las autoridades insisten en usar este tipo de combustibles. China, lo mismo. Buena parte del tercer mundo, también.

Este es el problema de un mundo que no cree en la ciencia, porque no hemos sabido educar a gran parte de la población mundial, que es, aún en pleno siglo XXI, víctima de la charlatanería y la superstición. Porque no hay otra manera de explicar el rechazo de muchos sectores a ponerse las vacunas anti-Covid. Los números no mienten. Esta tercera ola de la pandemia, con la cepa Delta, ataca con fuerza a los no vacunados. Los hospitales están repletos de gente que no se vacunó por desidia, o porque teme a lo desconocido, o porque algún falso profeta lo convenció de que los mexicanos somos muy fuertes, y nuestra raza nos hace inmunes. El resultado ha sido medio millón de muertos.

Pero Covid es otro asunto. Estábamos en el tema del calentamiento global. Si ya no pudimos detener el deterioro de nuestra atmósfera, habrá que prepararse de la mejor manera posible para la hecatombe que viene. Claro, a mí no me va a tocar, pero desde ahora me preocupa enormemente el futuro de mis nietos.

El problema de los refugiados, y del reacomodo poblacional, será salvaje. Al subir el nivel de mar, quedará bajo el agua territorio densamente poblado en el mundo, y todos esos millones buscarán refugio y alimento en otro lado, y lo harán por cualquier medio. Habrá guerras, enfermedades sin infraestructura médica para tratarla y, tal vez lo más grave, escasez de agua potable. Morirán miles de millones.

Créanme, no falta tanto. Esta crisis estará con nosotros para cuando termine el siglo, y conociendo a los humanos, y su peculiar necedad de no tomar medidas preventivas de ningún tipo, será global y mortal.

Me pregunto, y obviamente moriré sin saber la respuesta, si los pocos sobrevivientes a la tragedia que viene serán capaces de mantener viva a nuestra especie. Después de todo, en términos cósmicos, homo sapiens tiene relativamente poquísimo tiempo como especie. En una de esas, todo este calentamiento global es una estrategia natural para corregir un exceso de población que es ya una amenaza a otras especies, que no al planeta.

El planeta se formó después del big bang de hace 13 mil 700 millones de años. Pasó muchos millones de años como un conjunto de gases, hasta que se amalgamó en una enorme piedra, con agua y atmósfera, que permitió desarrollar lo que llamamos vida. Homo sapiens, nuestra especie, no tiene ni medio millón de años de existir. Somos una especie reciente, y para la naturaleza, prescindible.

Bahía de Banderas y Puerto Vallarta no están en una zona vulnerable al incremento de los niveles del mar, por ahora. Pero ante lo que se viene, hay que tratar, por lo menos, de concientizar a nuestros descendientes para que se defiendan de la mejor manera posible. Aun así, sospecho que ganará la necedad y se tendrá que enfrentar la tragedia como siempre ha hecho el humano: resistencia, resignación y fe. En algo ayudan.

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.