OPINIÓN

Por Jorge Berry (*)

Tengo el privilegio de formar parte de la primera generación que creció ya con una televisión en casa. Nací el 21 de marzo de 1951, misma fecha en que empezó trasmisiones XEW Televisión, Canal 2. El vertiginoso avance de esta nueva y maravillosa tecnología, permitió que yo tenga recuerdos de los inicios de la industria. “Noches Tapatías”, “El Estudio Raleigh de Pedro Vargas”, “El Yate del Prado”, “Chabelo y Gamboín”, “El Tío Herminio”. Programas de los inicios de la TV que solo recordamos de sesentones para arriba.

Para cuando ya tenía uso de razón, trasmitían canales 2, 4 y 5. Mi abuela me dejaba desvelarme cuando me quedaba en su casa, y juntos veíamos las peripecias de “Perry Mason”, “La Ley del Revolver”, con el Marshall Dillon y Chester, “Rin-Tin-Tin” y “Lassie”, y los imperdibles domingos de “Teatro Fantástico”, con Enrique Alonso. Cómo olvidar a “Cachirulo”, el pelos de zanahoria, y su lucha eterna contra las fuerzas del mal, encarnadas por “Fanfarrón” y la bruja “Escaldufa”. A los 5 o 6 años, recuerdo vagamente a los personajes de Teatro Fantástico actuando en vivo en el Teatro Blanquita, ante el delirio infantil generalizado. Qué tiempos.

Por fin, allá por 1968, llegó a mi casa la primera televisión a color, formato en que ya se trasmitieron los XIX Juegos Olímpicos de México. Y apenas 5 años más tarde, ingresé a las filas de Televisa. Tenía 23 años.

Por entonces, no se conocía el video-tape. No lo habían inventado, así que los programas en vivo, que eran casi todos, no se podían grabar. En noticieros, hasta los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976, todo se filmaba en película de 16 milímetros, y había que esperar entre 40 minutos y dos horas para que se revelara, después editar en una “moviola”, y dejar listo el material para el aire. Uno ve en la pantalla la calidad de la imagen de entonces, y la actual, y resulta increíble la magnitud del cambio en solo 50 años.

Pero el cambio verdaderamente radical, no ocurrió en la parte tecnológica de la trasmisión, sino el abrupto y masivo crecimiento de la capacidad productora de la industria. En mis años en Televisa, aparecer en Canal 2 significaba fama y reconocimiento instantáneo. Ahí habitaban los monstruos sagrados, como Jacobo Zabludovsky, Guillermo Ochoa y Raúl Velasco. Solía decir mi patrón Emilio Azcárraga Milmo, que Canal 2 tenía más audiencia con su pantalla mostrando barras, que todos los demás canales juntos. Y tenía razón. Todo México, pero todo, veía Canal 2. Y es que no había muchas opciones. El 4, el 5 y el 8, (después 9) ofrecían programación dirigida a ciertos nichos de espectadores, ya fueran películas, eventos deportivos o programas infantiles.

A menos, claro, que la película fuera de Pedro Infante, o Cantinflas, que el deporte fuera futbol, de preferencia el América y la Selección Nacional, o que el programa infantil fuera de Roberto Gómez Bolaños, ya fuera Chespirito o el Chavo del 8. Entonces sí iban a Canal 2.

El Canal de las Estrellas siempre fue especial. De lunes a viernes, reinaban las telenovelas, género que si no fue creado en México, si fue perfeccionado, hasta convertirlo en parte de la cultura popular. Era, además, el producto más rentable de Televisa.

De por sí, mi madre mantenía la tele prendida en canal 2, a menos que yo estuviera en otro, y aun así, prefería las novelas. De 1989 a 1995 tuve el privilegio de conducir un programa de revista semanal que se llamaba “Este Domingo”, y era obligado invitar al elenco de la telenovela de moda. Así, conocí a Don Ernesto Alonso, y conocido por todos como Mister Telenovela. Pero por “Este Domingo” pasaron los cantantes, toreros, intelectuales, actores y deportistas más famosos de la época. Además, fue un semillero por el que pasaron Martha Debayle, Rebeca de Alva, Leonardo Kourchenko y muchos otros que luego hicieron carrera. Ya otro día les cuento de “Primero Noticias”, el noticiario matutino de canal 2 que tuve la responsabilidad de conducir, junto con mi querida Lourdes Ramos.

Hay que reconocer que la televisión abierta ya terminó su ciclo. Los programas de hoy, ni se acercan en audiencia a los nuestros, pero no es porque hacíamos mejor televisión; es porque había menos oferta. Hoy, por un precio relativamente bajo, hay acceso a miles de canales, que compiten entre sí por ganar audiencia. Estamos en la etapa de la creación de contenidos. No durará para siempre. Es inevitable que en un futuro próximo, los canales cuya oferta es limitada, o particularmente elitista, quiebren.

Se reducirá la oferta, a cambio de mejor calidad en las producciones, y mil cosas más, y el ciclo se repetirá, hasta llegar, tal vez, al momento en que cada televidente pueda escoger, ya no un canal, sino algo que en específico quiere ver. Cuando se junten suficientes con el mismo gusto, renacerá la competencia.

Pero lo que me tocó vivir a mí, es irrepetible.

¡Nos comunicamos el viernes, Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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