OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

A los que nacimos, crecimos y vivimos siempre en una gran ciudad, como la de México, algunos cariñosamente nos llaman ratas de asfalto. Y sí, la ciudad es una jungla de asfalto. Vallarta, en cambio es jungla, jungla. En cualquier lugar, a la vista hay cualquier cantidad y variedad de árboles, palmeras, plantas, flores, y no hablemos de animales: desde hormigas minúsculas, hasta cocodrilos, pasando por todo tipo de aves.

En los casi dos años que llevamos viviendo en Vallarta, hemos tenido varias aventuras con animales. Una tortuga que nos dejó un nido con huevos; un garrobo atorado que pudimos liberar; varios pájaros que se han estrellado contra la puerta de vidrio cerrada, y otros que de plano entran a la casa de visita; un horrible alacrán que le picó a mi hermano y requirió de antídoto – mi hermano, no el alacrán; alguna araña malosa que me picó en el dedo gordo del pie y me provocó una infección espantosa; y seguro que no hemos terminado. Todo esto, y más, a pesar de que contamos con la presencia de nuestra perrita Khaleesi que se ha dedicado a ahuyentar a cualquier ente extraño, ya sea animal o humano, a ladridos y corretizas.

Les platico con mayor detalle la última aventura. Resulta que una vez a la semana, en la terraza de la casa que da al jardín, mismo jardín que da a un lago, se organiza por la tarde una reunión de amigos amantes de jugar dominó. Empieza a caer la noche, y prendemos la luz, cosa que atrae a los mosquitos, a pesar de tener velas de citronella prendidas. Sale el repelente y se evitan los piquetes.

Pero, hace unas semanas, la luz no sólo atrajo a los mosquitos, sino que llegaron acompañados de abejas africanas. Grito de un jugador “¡Ay! ¡Fue una p… abeja! ¡Quítenme el aguijón!” Córrele por una pinza de cejas y una lupa. Salió el aguijón. “¡Y lo peor es que soy alérgico!”. Pues córrele por el Avapena. Afortunadamente, no hubo mayor reacción por el piquete y regresó la concentración a las tortas y al dominó.

A la semana siguiente regresaron los mosquitos con la luz y un mayor número de abejas. Volvió a haber piquetes, pero no alérgicos. Inevitablemente, creció la consternación, así que al día siguiente nos acercamos al lago y, claro, ¿por qué no? localizamos un panal entre las ramas de un árbol.

Pasaron los días y creció el panal y el número de abejas, tranquilas durante el día, pero aguerridas si prendíamos la luz en la noche.

Le llamamos al dueño de la casa para explicarle y nos indicó que llamáramos a la administración del condominio, y se haría cargo de retirar a las abejas.

En la administración nos dijeron que ellos no podían hacer eso y que había que hablar a los bomberos, o a Protección Civil de Nuevo Vallarta, y me dieron los teléfonos de ambos.

Los bomberos nos dijeron que antes podían hacerlo, pero que ahora las abejas eran únicamente cuestión de Protección Civil.

Hablamos a Protección Civil y una señorita muy amable nos explicó que, efectivamente, ellos se hacían cargo de retirar los panales de abejas africanas antes, pero ya no, porque ahora se declararon especie protegida y ellos no tienen ni el equipo, ni los expertos que saben hacer el trabajo. Nos dio el teléfono de unos apicultores expertos. La verdad, qué gorro, pero nos dio gusto que se preocupen por las abejas.

(Paréntesis: cuando vivíamos en la CDMX, hace tiempo, hubo una época de invasión de abejas africanas que, por supuesto, llegó a nuestra casa. Las abejas se instalaron en un árbol frente a la entrada de la casa de nuestro vecino, vinieron los bomberos vestidos como astronautas, y procedieron a rociar el árbol con una especie de extinguidor de fuego, pero cargado de sabrá Dios qué sustancia química. El caso es que, un rato después de que se fueron los bomberos, barrimos la calle y la banqueta para deshacernos de todas las abejas muertas.)

Y, por supuesto, llamamos a los apicultores. Resulta que finalmente hablamos con Roberto Puga y Orlando Velarde, de una empresa que se llama Apícola Melánica, que se dedica a todo lo que tiene que ver con las abejas, incluyendo la reubicación de panales, con un costo, claro, porque son una empresa privada y no un servicio del gobierno.

Resulta que reubicar un panal es todo un proceso. Entiendo que en la mañana, colocan una especia de trampa o canasta alrededor del panal para que las abejas lo hagan parte de su hogar. Esta trampa permanece abrazando al panal todo el día, y los expertos regresan en la noche, cuando todas las abejas deben estar en el panal descansando y tranquilas, cierran la trampa con las abejas adentro y la retiran, para llevarla a lugares destinados al cuidado de abejas.

Apícola Melánica, que probablemente no es la única empresa de este tipo, reubica los panales de abejas, pero también elabora todo tipo de productos derivados de esta industria, como el polen, la miel, la cera, y todo lo que tiene que ver con los panales y las abejas.

El caso es que programaron nuestro panal y, unos días después, vinieron a iniciar el proceso y…pues no pudieron. El panal en nuestro árbol está tan alto que necesitaban una escalera de 12 mts. para colocar la trampa y luego retirarla, y la escalera más alta que tienen ellos, y la mayoría, es de 6 mts. Entonces, pues a buscar quién pudiera prestar una escalera de 12 mts.

Mientras tanto, los camaradas del dominó decidieron que aquí juegan tan a gusto, que se aguantaban a que vinieran a llevarse a las abejas algún día y, mientras tanto, se cuidarían de los piquetes, con Avapena a la mano, por supuesto.

Finalmente, Roberto y Orlando consiguieron que un constructor les prestara una escalera de 12 mts., siempre y cuando fuera en sábado. Así que la reubicación de las abejas Berry quedó programada para el próximo sábado 5 de noviembre. Ya les contaré cómo estuvo la reubicación porque es algo que cualquiera puede necesitar.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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