OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

En serio, yo no sé si este país aguante hasta 2024. La cantidad de políticas absurdas, primitivas, retrógradas y sí, delincuenciales que emergen todos los días desde Palacio Nacional, nos tienen al borde, para usar una frase del pasado, del despeñadero.

Sólo por mencionar los días recientes; presenciamos una visita a Washington del presidente Andrés Manuel López Obrador, donde los resultados de las pláticas, por más que insistan en que se obtuvieron más visas, fue totalmente nulo. La perorata histórica del presidente, queriéndole enseñar a Joe Biden, presidente de Estados Unidos, la visión de los libros de texto de la SEP del siglo pasado, fue risible. A la siguiente reunión, el Secretario de Estado de EU ni siquiera asistió. Anthony Blinken sí valúa su tiempo.

El resultado de las gestiones diplomáticas de México fue que al día siguiente, Estados Unidos y Canadá iniciaron el proceso de controversia contemplado en el T-MEC. Si el presidente cree que se puede brincar los acuerdos como hace con nuestra Constitución, le espera una desagradable sorpresa que tendremos que pagar todos los mexicanos.

Mientras, en México sigue la demolición institucional. Ahora salió con que pasaremos de la “austeridad republicana” a la “pobreza franciscana”. ¿No se darán cuenta sus seguidores de la forma en que los engaña? ¿Cuál “austeridad”? El presidente vive en un palacio virreinal, sus hijos en Estados Unidos despilfarran por todos lados una riqueza que han obtenido en medio de la total opacidad. Anuncia recortes generalizados menos, claro, en el Tren Maya, que costará tres veces más de lo presupuestado, y que se ha chupado el presupuesto entero de difusión turística para nuestro país.

Esto de la austeridad parece ser una obsesión presidencial. Ahora quiere modificar la Constitución para que nadie pueda ganar más que el presidente. Si llegara a pasar, nos aseguraría un gobierno de incompetentes, que es lo que tenemos ahora.

Y sigo. El aeropuerto internacional de la Ciudad de México se está cayendo a pedazos. No se debe, como el presidente quisiera que creyéramos, a los “neoliberales del pasado”.

Se debe a que no ha invertido un solo centavo en el mantenimiento, con la peregrina idea de que esto provocará que las aerolíneas cambien al Felipe Ángeles. Esto ni siquiera puede ocurrir mientras no regresemos a categoría uno, porque las líneas aéreas internacionales no están autorizadas a cambiar de aeropuerto. Recuperar la categoría 1 requiere voluntad política, y no la hay. Las demoras son ya un calvario, y por lo menos en Vallarta y Riviera Nayarit, nos salva el hecho de que contamos con vuelos directos desde diversas ciudades de Estados Unidos y el mundo, que si no, el transbordar en CDMX nos haría perder una buena parte del pastel turístico.

Todo esto, en medio de un desacato total a las leyes y el estado de derecho. Tal como hizo cuando era jefe de gobierno de CDMX, López Obrador ignoró una orden judicial debidamente expedida por un juez para detener las obras del Tren Maya. ¿Qué inversionista en su sano juicio querrá apostar por la economía mexicana, cuando es claro que no hay la mínima seguridad jurídica?

En este clima de zozobra, no es extraño que quienes llevan las riendas del estado estén en todo, menos en su responsabilidad principal, que es la creación de mejores condiciones de vida para los mexicanos.

Es doloroso ver cómo los políticos intentan y consiguen engañar una y otra vez a la gente. ¿Cuántas veces habrá prometido AMLO que están por llegar los medicamentos contra el cáncer que requiere nuestra niñez? ¿Cuántos lamentos contra la corrupción emanan del púlpito presidencial, mientras su familia y sus cercanos van de escándalo tras escándalo, enriqueciéndose con cargo al presupuesto?

Este fin de semana verán el desgañitadero que será el Congreso Nacional de Morena, en que se nombrará a los 3 mil miembros del consejo nacional, y a los delegados estatales. Están en pugna las mismas mafias de siempre. Los Bejeranos, los Batres y demás bichos estarán tratando de colocarse para ayudar a su corcholata preferida. Perdón, pero así les dicen a los precandidatos morenistas: corcholatas.

No me sorprendería, ni sería la primera vez, que acaban a balazos.

¡Hasta el lunes, amigos de Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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