Por Eugenio Ortiz Carreño/Bahía de Banderas

Cuando ocurrió la plaga de langosta en Bahía de Banderas era tanto animal que las gallinas se las comían porque les caían en el pico, pero seguían flacas. Eso ocurrió en los años 20s aproximadamente, y lo narra el cronista de Bahía de Banderas, el ixtapense profesor Eduardo Gómez Encarnación.

Recrea el cronista de Bahía de Banderas la antigua plaga que causó espanto entre los pobladores en el año de 1925 y se extendió en 1926 e incluso hubo salidas al extranjero, porque afectó a Estados Unidos, y fue la causa de que se usaran los primeros aviones para fumigar con lanzallamas.

La afectación que causó la temible plaga, permitió que quedara el recuerdo del padre Gabriel  Rocha, quien estuvo en Bahía de Banderas entre los años de 1923 a 1934 y murió e incluso están sus restos en el altar de Valle de Banderas. Fue él quien tuvo la idea de salir en procesión rociando agua bendita por lo que hoy es el camino de Bucerías a Valle de Banderas, por los llanos conocidos como Brasiles en lo que hoy es el canal de riego.

Relata el cronista de Bahía de Banderas que la historia se la contó su abuelita y ella “no echaba mentiras, era una santa” y fue ella quien además le refirió que el padre Rocha estaba muy mayor y cuando oficiaba misa en latín, y se quedaba dormido y de pronto cuando los feligreses se daban cuenta, estaba flotando y murió realmente como un santo.

BROTÓ EN MICHOACÁN

La plaga de langosta tuvo su origen en el Estado de Jalisco, y se extendió por Colima y en agosto de 1926 ocupaba ya el municipio de Autlán de la Grana de donde las mangas del saltón llegaron a la Bahía de Banderas. Ese año, los Estados Unidos probaron por vez primera el aeroplano en el espolvoreo de arseniato de calcio para acabar con la plaga.

En México se utilizaba el lanzallamas directo sobre las mangas del insecto y los milagros.

Relata el cronista que en el imaginario del pueblo de Valle de Banderas, como un tesoro de su patrimonio inmaterial, quedó el siguiente relato atribuido al padre Gabriel Rocha.

En 1927 la región de la Bahía de Banderas se vio azotada por una plaga de langostas. Se dijo que el culpable de este perjuicio fue un rico hacendado de Mascota y que todo era un castigo divino porque el hombre, quien tenía su bodega llena de maíz, se negó darle un poco de grano a su madre cuando se lo pidió.

-No puedo abrir la bodega porque todavía no es tiempo, lo atacará el gorgojo; no  tengo maíz que darte- Había dicho el hijo a la anciana que vivía en la pobreza.

La mujer, acongojada y con su chiquihuite vacío regresó a su casa. Ahí, “hecha un mar de lágrimas” sacó fuerza de su pena para maldecirlo:

-¡Si de veras no tienes nada que darme, en nada se convertirá lo que tengas!- Sentenció.

Y sucedió al hacendado que cuando fue tiempo, apenas asomó la nariz a la bodega, cada grano de maíz se convertía en un chapulín. Días y días tardaron los animales en salir de la troje hasta quedar vacía. Después, aquella nube de langostas había arrasado los campos de Mascota, luego tomó los cuatro rumbos del viento.

Aquí la plaga llegó en enero, cuando el frijol empieza a madurar y el maíz de humedad esta en elote. En poco tiempo pelaron cuanto árbol verde se les puso enfrente, y de los sembradíos no perdonaron ni al tabaco que es tan amargo.

Desde que “Dios amanece hasta que Dios anochece”, la gente no se daba abasto para apachurrar tanto animal. Las gallinas se hartaban de chapulines sin ningún esfuerzo, ya que los animales casi les caían en el pico. Pero de nada servía aquel alimento, porque la carne y hasta los huevos tomaban el color pardo y el sabor repugnante de los insectos.

Los perros, luego de hartarse de animales, se enfermaban y morían largando el pelo, como si los hubieran bañado con agua caliente; el hambre en toda la región fue tanta, que hubo quien le echara las correas de los guaraches a la sopa para darle sabor.

Cuando parecía no haber remedio contra la plaga, el padrecito Rocha atendió los ruegos de sus feligreses. Tomó una campanita de la iglesia y un bule con agua bendita y se dirigió a Bucerías; por el camino fue tintineando la campana mientras rociaba con el agua los llanos pelados de La Quebrada y Brasiles. Un de repente, los chapulines se levantaron en remolinos y poco a poco formaron una nube que siguió los pasos del padrecito.

Al llegar frente al mar, la manga de los animales cubría todo el cielo del valle. Con un rosario en la mano y rezando La Magnífica, el padre Rocha conminó a la plaga para que se arrojara a las aguas. Entonces se vio lo que parecía imposible: con un ruido de aceite hirviendo, aquel torbellino de langostas se clavó en el mar donde se ahogaron todas” (Eduardo Gómez. Imaginario Regional en la Bahía de Banderas).

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