Por Eugenio Ortiz Carreño/Bahía de Banderas

En la plaza principal de Valle de Banderas, la cabecera municipal de Bahía de Banderas, no pasa nada. La tranquilidad se respira y una muestra es el rucucú de las palomas que sobrevuelan el templo y la plática de la señora que vende artesanías a un lado del árbol de navidad y el nacimiento.

En una de las bancas está sentado José González, con su aspecto de enfermo porque lleva un bastón y es que hace meses lo desahuciaron en el Seguro Social, y se tuvo que ir a Tepic a atender de su enfisema pulmonar que  adquirió después de fumar durante años.

José González respira hondo ahora, luego de que un médico en Tepic vio los estudios que le habían hecho y concluyó que el médico de Puerto Vallarta lo que quería era dinero, le cambió todos los medicamentos y le dio nuevo tratamiento y ahora está mejorando.

Lo que menos se puede pensar es que José González, sea pariente de don Salvador González, nada menos que el fundador y propietario del Hotel Rosita, y cuenta la historia cómo empezó, y dice que el actual hotel, era un corral para los caballos de la gente que venía de Ixtapa y Las Palmas.

También resulta pariente de Juan González Belloso, y relata la enorme familia que tenía, quienes eran sus padres, donde vivían en El Pitillal, y nombra a todos sus hermanos: empezando por Modesto, siguiendo con Nicolás, Cipriano, Sebastián, Mario y Jesús.

Todos ellos ampliamente conocidos en el Pitillal y con parentela en los pueblos de El Valle y sobre todo en el Ranchito, donde tenía su base la familia.

Mirando el kiosco de la plaza del Valle, José recuerda que así estaba el de El Pitillal, y la plaza, donde había muchos árboles que daban buena sombra, y ahora está todo desbastado.

Recuerda asimismo que en lo que ahora es la cancha, estaba un foso, donde se acumulaba agua y de ahí agarraban los que construyeron las casas de alrededor de la plaza.

Cuando no había agua en el foso, se iban al río, que antes quedaba en corto, pero ahora parece que se hizo más lejano.

También relata cómo fue que creció el pueblo, y es que en los años 60 y 70, los ejidatarios, integrantes del Comité de Vigilancia, se salían a la plaza y si veían a un extraño le decían que si se querían quedar en el Pitillal, que les regalaban el terreno y muchos llegaron y se quedaron y construyeron sus casas.

También relata cómo se inició la construcción de la iglesia de San Miguel Arcángel, que cuando llegó el Padre Agustín Ibarría era un galerón de palapa y con el apoyo del arquitecto Rafael Mijarez Alcérreca, se levantó un enorme templo.

Ahí participó Chabelo Meza, como albañil, mientras su hermano Martín Mesa Sendis, escribía sus libros de la historia de El Pitillal.

Sonríe satisfecho cuando cuenta la historia de su pueblo, de sus conocidos, como el señor Quico Herrera, un hombretón de más de 80 años, que caminaba con las piernas arqueadas, porque siempre andaba a caballo y cuando se subía a un animal, parecía rejuvenecer y lo ponía a bailar como un muchacho.

Además, su propia historia y lo que le hizo salirse de su casa y malbaratar sus terrenos, seis hectáreas que vendió en 150 mil pesos, y la actitud de sus hijos y su mujer. O mejor dicho la mujer que dejó en el Pitillal.

Hoy habla con admiración de la mujer que mientras él está sentado en la banca con su bastón al lado, se fue a pagar el impuesto predial y el consumo del agua, a Oromapas, de la casa que tienen en el fraccionamiento Santa Fe.

Ella y uno de sus hijos lo llevaron al Seguro a Tepic, para que le curaran y por lo pronto, le quitaron la tos que le afectó durante meses.

Por eso, debajo del cubrebocas se le adivina la sonrisa, cuando relata las vagancias de Juan González Belloso, o las del fallecido líder cetemista, don Carlos Everardo Robles, un hombre de a caballo que fue criado precisamente por su tío, don Quico Herrera.

Así era la plaza de El Pitillal, recalca cuando ve como en Valle solo hay un puesto de baratijas, y el de artesanías, mientras en su pueblo se llenó de negocios y en las noches no es posible caminar.

Muchos en Valle quisieran que hubiera más movimiento en el pueblo, pero José González sabe que es más lo que se perdería con esos cambios. Y lo muestra él mismo, con los cambios que ha sufrido su vida.

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