OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Hace unos años se difundió vía Internet una convocatoria para que, quienes estuvieran interesados en viajar a Marte, enviaran una solicitud con sus datos personales. Decía el aviso que la expedición estaba programada para despegar en 2023, y advertía que el boleto era solo de ida. Es decir, los viajeros nunca volverían a la tierra, porque no habría manera de llevar combustible suficiente para regresar. Desde entonces, la idea, pues, era tratar de establecer al menos un campamento habitable sobre la superficie marciana.

Confieso que si tuviera 20 años, y esa convocatoria saliera hoy, sería el primero en la fila, y estoy seguro que no faltarán candidatos, ni para ésta, ni para otra misión pensada para hoy, o para algún momento en el futuro. Tal vez para entonces la tecnología ya permita ir y venir, o los primeros colonizadores descubran elementos para fabricar combustible en Marte.

Dirá usted, querido lector, que seguro fui a visitar el rancho de Vicente Fox y me regaló muestras de su nueva producción, o que me picaron las abejas africanas que habitan el árbol del jardín y su veneno me hizo alucinar. Pero, la verdad es que no se necesitan estimulantes para echar a volar la imaginación. Se requiere sólo de despertar ese instinto de exploración que caracteriza a nuestra especie, y que está presente desde siempre.

Desde que nuestros primeros antepasados africanos empezaron a razonar, empezaron también a viajar. Las primeras migraciones que llevaron a homo sapiens de África a Europa tomaron miles de años, e implicaron adaptaciones genéticas en la especie, como la pigmentación, y ciertas habilidades determinadas por factores climatológicos. Ese mismo instinto provocó, en condiciones inimaginables hoy en día, en plena glaciación, la colonización de todo el planeta.

Comunicar a los humanos del mundo, ya fue cosa de siglos, no de milenios. El proceso lo comenzó Alejandro Magno, lo continuó Colón, lo engrandecieron Marconi y Graham Bell, y lo escalaron los programas espaciales de Estados Unidos y Rusia, al hacer común el uso de los satélites. La tecnología moderna acabó por enlazarnos a todos al través de internet, celulares y plataformas sociales.

Esa es nuestra historia, la exploración y el descubrimiento.

Por ello, no entiendo esta incapacidad total de los líderes del mundo de hoy, de establecer prioridades para garantizar la supervivencia de la especie.

Es un hecho que nuestro planeta, ya sea porque no lo cuidamos debidamente, o porque responde a cambios geológicos aún impredecibles, está deteriorándose en cuanto a su capacidad para sustentar la vida humana. Al mismo tiempo, la tierra está expuesta a un cambio climático súbito, además del que se haya venido gestando en el tiempo por la contaminación provocada por nosotros mismos.

También, a una colisión mayor con otro cuerpo celeste, a pesar del reciente éxito de la NASA en desviar la trayectoria de un meteorito menor. Y, al final, de algún evento catastrófico provocado por el hombre, como una guerra nuclear o bacteriológica, que puede reducir drásticamente, o hasta extinguir, la población en el planeta.

¿Por qué no tenemos puesta la mirada en la exploración espacial? ¿Por qué no soñar?

Entre que Julio Verne imaginó un viaje a la luna, hasta que Neil Armstrong dio el paso histórico, pasaron sólo dos siglos. Los científicos de NASA tienen contemplados escenarios con posibles maneras de dotar a Marte de una atmósfera que pueda sostener la vida. Ya deberíamos tener una colonia en la luna, pero es evidente que no ha habido la voluntad necesaria; pues mucho menos en Marte.

Cada vez que me entero de que el Congreso de Estados Unidos reduce el presupuesto de NASA, me dan convulsiones. Con el 10% de lo que gasta el mundo en armamento, ya estaríamos en Marte, y más allá. Esto debe ser un esfuerzo mundial, porque beneficiará a todos. Ya no es hora de nacionalismos absurdos, ni de guardar secretos. Y mucho menos de estar volviendo a discusiones estériles sobre democracia o autoritarismo que sólo provocan resentimientos y hasta violencia.

Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, hay ya casi 8 mil millones de seres humanos en un planeta que, idealmente, debería estar poblado por 4 mil millones. Y cada vez somos más, y las condiciones de vida son cada vez peores.

El próximo año, 2023, era el año del despegue a Marte en la convocatoria original. Hoy día no parece posible, más que en series de televisión como The Expanse en Amazon (serie de ciencia ficción (¿?) altamente recomendable), pero la esperanza es lo último que muere, y yo sigo esperando, y con gran ilusión, la siguiente convocatoria, aunque sea para que se vaya alguno de mis nietos.

¡Nunca es tarde! ¡Se vale soñar! ¡Vámonos al espacio!

¡Hasta el lunes, amigos de Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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