DOCTOR MICHELANGELLO FANSCINI

Todo el mundo le teme al estar en la cárcel porque se imaginan, según los decires, un lugar infernal e insufrible por muchas y muchas causas que la fantasía popular inventa. La prisión se convierte, entonces, en el coco de la humanidad y nada es peor, excepto la muerte, que el estar prisionero.

Para muchos, el ingreso en una prisión es una fatalidad con consecuencias irreparables, un fracaso de un proyecto de vida y la frustración total del vivir; los trastornos siquiátricos en su pleno apogeo, en resumen; una vida destrozada por el simple hecho de estar en la ergástula. El sentido de culpa, el rechazo social, el dolor de la frustración, todo, todo ello, constituye esa, dizque, absoluta desgracia de estar en la penitenciaría.

No se crean nada de eso porque es lo que nos cuenta una sociedad que quiere manipularnos, que desea que seamos como ella quiere, que intenta arrebatarnos nuestra real personalidad,

que seamos parte sumisa de una colectividad dócil a la voluntad mayoritaria. Además, ese infundir miedo por lo penal, es un ingenioso instrumento de disuasión para posibles conductas antisociales.

La correccional implica única y mera limitación del movimiento de traslación. Se te restringe el moverte a un lugar de tu elección, y ya. Se te obliga a ejecutar un programa diario de actividades, comer y vestir de manera uniforme. Eso es todo.

El estar preso es increíblemente gozoso porque quedas exento de cumplir con las miles y miles de normas morales, jurídicas y sociales que te impone la implacable comunidad de “libres”. Ahí le dices adiós a la suegra, a la esposa, a los hijos y sus malditos reclamos, al gobierno y sus impuestos, a los cobradores, al méndigo trabajo y a ese patrón explotador, a los convencionalismos sociales, a las etiquetas y a la nefasta costumbre de “portarse bien”.

Ahí eres tú, recobras tu propio yo y determinas tu vivir sin la intervención fastidiosa de los otros. En suma; en la prisión recobras tu libertad, ahí eres realmente tú, regresa a ti el ser auténtico, el ser tal cual eres, descansas del mundo y de sus hipocresías farisaicas. Es más, te olvidas del votar por los políticos rufianes, de la infame práctica de decir “sí” a todo, de la maligna actitud de quedar bien con todos.

Ahí te encuentras, ciertamente, con Dios.

Ese despojarte de las mundanas reglas se convierte en fuente de felicidad y alegría. El mundo ya no puede nada contra ti porque estás encarcelado y eso significa estar quito, es decir, ser irresponsable ante el Universo. Sólo tres estados pueden equivaler al estar en prisión, a saber: estar en guerra, enfermo y estar muerto. En todos ellos se despedazan las reglas de un mundo delirante y esclavizante. Productor de enfermos mentales.

Por eso, la guerra es paz, le enfermedad es salud y la muerte es vida. Combatir, caer herido, ser prisionero y morir, son las plenas aspiraciones del ser libre, los mayores logros de una vida excelsa.

Ten un recóndito agradecimiento por todos aquellos que te llevaron a la cárcel porque, gracias a ellos, recobraste tu libertad.

Porque la mazmorra es para los hombres libres.

Porque ni Dios te esclaviza. Sólo el mundo.

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