LA MIRADA INCÓMODA

“Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”: Henry Miller.

Por Alfredo César Dachary – cesaralfredo552@gmail.com

El capitalismo industrial crea la primera gran Exposición Universal en Londres en 1851 y, entre ésta y la de París de 1900, tuvieron lugar más de una treintena exposiciones, a cuál mayor, más espectacular y con mayor asistencia. Éstas sirvieron para consolidar los imperios coloniales y la hegemonía occidental que sometió a tantos pueblos del globo, incluyendo nefastas ideas de corte supremacista y su influencia fue tal que incluso algunos historiadores denominan el período como “era de las exposiciones”.

En la exposición de los avances tecnológicos y nuevos descubrimientos, aparece otra gran exposición del racismo que domina Europa con la presentación en la mayoría de las nuevas exposiciones de los Zoológicos humanos, término que indica la exhibición espectacular de un grupo de seres humanos exóticos, en el interior de jardines montados en ocasión de las grandes exposiciones universales.

Los zoológicos emergen una década después de la abolición de la esclavitud y terminan antes del Holocausto: la destrucción simbólica anticipa la real, y es Hitler el creador de la legislación ecológica y el primero en prohibir estas exhibiciones, frente a los países democráticos que las seguían explotando. El relato de los zoológicos humanos como en el freak show (muestra de cosas exóticas o anormalidades biológicas) no es la realidad sino su presentación espectacular, que generó un gran número de turistas.

La estructura narrativa y visual de los espectáculos se funda en un apriorismo peligroso: para juzgar el progreso del espíritu humano hay que conocer el punto de partida de un arte, de una industria, de una arquitectura y de un instrumento. La cabaña se contrapone a la casa de ladrillo, la vida rural frente a la vida urbana, y así las dicotomías de comparación que son falsas: el “salvaje” frente al “civilizado”.

En África, la descolonización puso en guerra a las colonias con las metrópolis, que concluían con grandes masacres, un importante ejemplo es la reserva de Selous Game, ubicada en la actual Tanzania, que está calificada la reserva más grande del mundo, ya que abarca un total de 55,000 km2, y hoy se considera uno de los lugares con una “naturaleza prístina” y uno de los mejores paisajes de vida salvaje en esta vasta región de la costa occidental de África. Esta gran reserva está a más de doscientos kilómetros de la capital del país, Dar es-Salam, y se ubica entre dos parques importantes, el Parque Nacional Mikumi y el Parque Nacional de los Montes Udzungwa.

Siendo colonia alemana, situación que se dio entre 1896 y 1912, unos 2,500 km2 del parque fueron destinados para coto de caza, y luego de la masacre de nativos en 1907 y con la salida de los alemanes al finalizar la primera guerra mundial, los nuevos colonizadores ingleses crearon en 1922 la reserva santuario de fauna salvaje Frederic Selous, y ésta se fue ampliando en la década de los treinta para incluir a los elefantes, pero ello implicó sacar la población local, lo cual siguió como política hasta la creación de la gran reserva, que hoy tiene pocos habitantes pero muy controlados.

Los hechos desmienten la afirmación de ser un territorio prístino, paisaje natural y salvaje, ya que en ese lugar se dio una las masacres más grandes de la historia africana a comienzos del siglo XX, entre 1905 y 1907, durante la ocupación alemana de esta región.

El corazón de la actual reserva fue el escenario de una carnicería que dejó, para unos 120,000 muertos y, para otros, cerca de los 300,000, además que se arrasaron todos los pueblos y cultivos y quemaron grandes áreas de selva para evitar las emboscadas.

Así, las reservas en África como la citada, en América como en el actual Estados Unidos, los principales parques naturales como el de Yosemite, tierra de los Miwok, que fueron masacrados por el ejército y los sobrevivientes expulsados de la región, al igual que los pueblos originarios del actual Parque Nacional de Yellowstone.

Hoy estos dos mega parques son la gran atracción de la naturaleza en Estados Unidos, pero ocultan en su profundidad dos grandes masacres de pueblos originarios, cuyos sobrevivientes se exhibieron en la exposición internacional de 1893 en Chicago, junto a otros jefes indios “reducidos” y al famoso cowboy blanco Búfalo Bill.

Los museos fueron pioneros en la exposición de objetos “exóticos”. Lothar Baumgarten sostenía que los museos eran la reserva del colonialismo en el doble sentido, primero porque revela la actitud imperialista de apropiarse y acumular lo desconocido y, segundo, la exigencia de controlar al “otro” por medio de la organización y la clasificación.

Johannes Fabian plantea reconfigurar desde una perspectiva post colonial las relaciones entre el tiempo y el poder o el discurso, pero ello requiere imaginación y pensar qué podría suceder a Occidente y a la Antropología si su fortaleza temporal se viera repentinamente invadida por el tiempo del otro.

Persiste la presunción de que la identidad es inalienable, que no puede ser convertida en mercancía, porque es algo inherente a la especie humana; los académicos están lentos para disipar esta fantasía y, por ello, reacios a analizar las dimensiones económicas de la formación de la identidad. Los estudiosos partían de dar por sentado que la cultura es la expresión de la buena fe, pero en los 70 los antropólogos describían el etnoturismo como la transformación de la cultura en mercancía.

De los museos a los zoo-humanos y de éstos a las reservas y parques naturales, todos dejando miles de víctimas entre masacrados y expulsados, tienen en común, la exhibición y, por ende, se dirigen al viajero, son objetos de ocio del turismo.

Hay un cuarto modelo de control y manejo de lo natural y son los zoológicos de animales que Alejandro Palomas, los ha bautizado como “la república independiente de la tristeza”.

Alejandro plantea algo más allá de lo que nos imaginamos, porque trabajó como veterinario y cuidador en un zoológico, y ello le impresionó más de lo mucho que había pensado sobre los animales en cautiverio.

Fue así como la realidad del zoo, que tardó poco en borrar esa especie de fantasía infantil con la que había llegado al puesto, excesivamente confiado en la capacidad para mejorar y cambiar cosas en un ámbito en el que los cambios ni eran ni son especialmente bienvenidos.

Señala que todo el mundo sabe lo que es el zoo, pero muy pocos saben lo que se siente siendo parte del zoo, ya que cuando eres zoo, el paisaje eres tú y todo lo que te rodea tiene también una parte de lo que eres.

Señala que de repente te ves desde los ojos de las familias o de los niños de las escuelas que visitan el centro mientras, el rinoceronte blanco te mira sin entender, pero sin pedir nada tampoco, y como los demás animales que viven allí no mira bien, porque sus ojos están diseñados para un horizonte que hace años ya no tiene.

Lo mismo les pasa a las jirafas, a los canguros y a los camellos, a la lista que es infinita, ya que el zoo es un lugar único porque es «la república independiente de la tristeza», pero saberlo que no es igual a sentirlo o vivirlo.

Los zoológicos son lugares donde, salvo excepciones, los animales reciben una atención médica en condiciones y eso tranquiliza, porque la responsabilidad del veterinario está cubierta.

“Hasta que empecé a trabajar allí, vivía con la satisfacción de pensar que la responsabilidad de mi gremio en lo que concierne al bienestar de los animales que lo habitan estaba a salvo. Mi conciencia, la del veterinario que opera, receta y atiende sus casos, la del colegiado, navegaba en paz. Pero eso cambió al poco de empezar a trabajar con algunas especies”.

“Lo más difícil fueron las miradas, la de los dos hipopótamos y la del oso pardo que da vueltas durante horas sin fin en su foso, buscando algo que en su día debía de estar pero que ahora ya no recuerda; las de los primates tras su cristal, ojos fijos en lo invisible, que han perdido el norte, sin nada que hacer porque no hay donde ir. Fueron sus miradas, pero no fue de golpe. Con el paso de los días, empecé a sentir sobre los hombros el peso ciego de unos ojos sumándose a otros sin sumar nada porque ni siquiera te siguen al pasar. No reconocen ni entienden el encierro. Miran al cielo y ven que ese azul no termina y que sobre sus cabezas hay aves que cruzan desde algún lugar que no está a la vista hacia otro que tampoco. Fueron los huecos de esos ojos los que tocaron hueso”.

Alejandro habla desde adentro, no como espectador sino como miembro de un grupo, y la tristeza, lo aleja del zoo de animales, ¿habrán sentido lo mismo los que cuidaban a las personas en el zoo humano?

El turismo nos permite transformar la naturaleza haciendo nuevos escenarios artificiales que reemplazan a los naturales, a las culturas simplificándolas en las danzas de un grupo local con un sentido diferente a las propias de la comunidad, a las artesanías hechas en serie para recuerdos en serie de compradores en serie, así la realidad se transforma y en ello se va parte de la identidad sino todo. De allí que se puede aplicar: “La historia se repite primero como tragedia luego como comedia”.

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