OPINIÓN

Por Jorge Berry (*)

m.jorge.berry@gmail.com

En México estamos preocupados por cateterismos presidenciales, asesinatos de periodistas, desabasto de medicamentos y una economía en proceso de derrumbe, entre otras cosas. Parece suficiente para no tener espacio para nada más. Y sin embargo…

Estamos en el umbral de lo que se puede convertir en un conflicto mundial, del que ningún país puede sustraerse.

Desde mediados del siglo XVIII, durante el reinado de la emperatriz Catalina la Grande, Rusia le tiene puesto el ojo a Ucrania. La última zarina, “emperatriz de todas las rusias,” fue quien expandió el imperio ruso, venciendo al imperio otomano, y enviando luego a quien fue el amor de su vida, el príncipe Grigory Potemkin, a ocupar Crimea, cosa que consiguió, logrando para Rusia una salida al mar Negro. Desde entonces, Rusia pudo rivalizar con Europa buscando hegemonía mundial.

Ucrania, de la que Crimea formaba parte hasta la invasión y ocupación rusa en 2014, es, después de Rusia, el país más extenso que formaba parte de la Unión Soviética. Después de la caída de la URSS, Ucrania, aunque independiente, fue gobernada por títeres del Kremlin.

Todos recordamos a Viktor Yanukovych, asesorado por Paul Manafort, exjefe de campaña de Donald Trump, quien fue derrumbado por una revuelta popular conocida como la Revolución de la Dignidad en 2013, y el nuevo gobierno parecía inclinarse a solicitar el ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, (OTAN) que agrupa a los países de occidente y otros aliados en un pacto de seguridad mutua.

Esta humillación resultó insoportable para el presidente de Rusia, Vladimir Putin. En 2014, apenas un año después, Putin invadió Ucrania, y acabó anexando Crimea a Rusia. La indignación internacional provocó severas sanciones económicas contra Rusia, y su expulsión del Grupo de los 8, que ahora es el G7.

Putin empezó a urdir su venganza, y en lo que solo puede calificarse como la operación de espionaje más exitosa de la historia, intervino en la elecciones presidenciales de Estados Unidos del 2016 logrando, debatiblemente, la elección de Donald Trump. Con ello, logró sembrar el odio y la división entre los ciudadanos de su principal adversario. Ensayó primero la operación en Gran Bretaña, ayudando al triunfo del Brexit, y luego fue por la Casa Blanca. Estados Unidos sigue pagando un altísimo precio.

Desde hace meses, Putin empezó a amasar tropas en su frontera con Ucrania. La razón, dice Putin, es que le resulta inaceptable el fortalecimiento de la OTAN si ingresa Ucrania, que tiene una enorme frontera con Rusia. Putin sabe que si invade, le vienen sanciones que congelarían su economía, pero ya prepara su respuesta.

La armada rusa ha puesto en operación un novedoso concepto de barcos espía. Ostensiblemente, son herramientas de investigación científica, pero primero en noviembre y ahora este mes, el mismo barco ruso fue detectado en Noruega, y de inmediato se presentaron interrupciones en el cableado colocado en el fondo del mar para detectar la presencia de submarinos en el área.

Ahora, esa misma flota está causando la furia de pescadores irlandeses, porque anunciaron ejercicios con fuego real, exactamente sobre los cables submarinos que conectan la información de internet entre América y Europa. Un corte en ese servicio provocaría un caos económico y de información de consecuencias mayúsculas.

Gran Bretaña, Estados Unidos y la propia Rusia ya retiraron al personal de sus embajadas en Kyiv, (antes Kiev) mientras que el presidente de Estados Unidos Joe Biden puso en alerta máxima a casi 300 mil efectivos, listos para desplazarse a Europa del Este. Además, advirtió a Putin sobre las sanciones si decidía invadir.

Las amenazas parecen tener sin cuidado a Putin. Sabe que enfrenta a un liderazgo débil en Estados Unidos, que está preocupado, más que nada, por sus divisiones internas.

Si estalla una guerra, que parece probable, las consecuencias son impredecibles. Y nos afectarán a todos.

¡Hasta el lunes, amigos de Vallarta y Bahía!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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