Un tesoro llamado Jardín

TERCERA LLAMADA

Por María José Zorrilla

Desde los célebres Jardines Colgantes de Babilonia hasta los Jardines de Versalles, Los Royal Gardens de Kew en Inglaterra, los Butchart Gardens de Vancouver o los de Tivoli en Italia, por mencionar algunos de los más famosos y reconocidos, estos espacios han sido lugares destinados por el hombre a la investigación, la conservación y el esparcimiento.

Difícil resulta separar la historia misma de los jardines con la historia de la botánica y la medicina, pues desde la antigua Grecia se cultivaban plantas con fines medicinales.

En la antigua Roma también ya había especialidades para realizar ungüentos y todo tipo de brebajes y medicinas y en el medioevo los monjes empezaron a cultivar sus propias plantas con fines de investigación para encontrar remedios para todo tipo de enfermedades.

En nuestras culturas mesoamericanas mucho llamo la atención de Hernán Cortes los hermosos jardines del palacio de Moctezuma y de Nezahualcóyotl rey de Texcoco que tenían desde luego también fines recreativos y terapéuticos.

Las sociedades desarrolladas de todos los continentes han tenido contacto directo con las plantas como medio de supervivencia y a nivel mundial la herbolaria mexicana surgida desde mucho antes de la llegada de los españoles ha sido reconocida al grado que hoy día hay universidades que basan muchos de sus estudios en este tipo de conocimientos. No es gratuito que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce la herbolaria como una herramienta eficaz.

En la página de herbolaria mexicana de la UNAM se menciona que un 80% de la población mundial utiliza la herbolaria como un medio de curar enfermedades ya que hay más de 35 mil especies vegetales que presentan potencial medicinal y ya hay documentación científica más accesible para todos relacionada con la herbolaria cada día más en boga.

En lo personal, he tenido la fortuna de conocer algunos famosos jardines en plan meramente turístico y recreativo. Es un verdadero placer para la vista y un cambio radical de página para la mente pues los pensamientos empiezan a fluir de manera más armoniosa y reposada ante la sobrecogedora belleza de la naturaleza totalmente alejada de la cultura del ruido, el cemento y el oropel. Es un remanso de paz que envuelve al alma con ganas de permanecer allí en esa esfera de protección ante lo estridente y violenta que se ha vuelto la vida.

Ya no es tema exclusivo de la nota roja, la violencia se ha apoderado de nuestras sociedades de las más diversas formas y desde tiempos remotos la violencia, la ambición y el poder han estado presentes.

Recordé la historia de uno de los famosos templos en Kioto donde hace más de dos siglos el hijo de un emperador rechazó el trono para vivir aislado en uno de los hermosos jardines de su templo. El pasado sábado acudí con mi hermana y cuñado al Jardín Botánico de Puerto Vallarta ubicado a 24 kilómetros al sur de la ciudad y asentado a la orilla del río los Horcones en una especie de microclima que con gran ahínco y dedicación Bob Price ha venido cultivando desde el 2004 hasta convertirlo hoy día en un paraíso de 35 hectáreas que figura entre los 10 mejores jardines botánicos de Norteamérica.

Disfrutamos recorrer los senderos donde aprendimos sobre el cultivo de la vainilla, nos recreamos con las orquídeas y las bromelias. Apreciamos las plantas de cacao, la belleza de flores y árboles con las que hemos convivido pero que escasamente conocíamos su nombre y su origen y muchas otras que o no habíamos visto o de plano desconocíamos el nombre y procedencia.

Imposible enumerar la amplia variedad de plantas y árboles que conviven en este pequeño edén tan cerca y tan lejos del mundanal ruido de la civilización. Nos tocó ver dos quinceañeras con vaporosos vestidos que parecían enormes orquídeas contoneándose para subir al pequeño templo decorado con la obra de David Allen Burns y Austin Young reconocidos artistas contemporáneos del dueto Fallen Fruit que recrean la naturaleza con gran maestría.

Su innovador proyecto de enriquecer la vida a través de frutos y flores que trasponen en papel tapiz y recubren todo tipo de superficies, los ha llevado a recorrer distintos puntos del mundo y cuyo tema combina perfectamente con la mística del lugar de Bob Price.

Me atrevo a decir sin lugar a equivocarme que el Jardín Botánico de Puerto Vallarta constituye uno de los nuevos tesoros de la Sierra Madre Occidental de estas latitudes jaliscienses. Bien vale la pena recorrerlo una y diez veces.