Jorge Bátiz Orozco

Conversación con un gato

Salí esta mañana con un entusiasmo fuera de lo común, sin entender por qué, me sentí muy motivado, así que me dispuse a dar mi mejor esfuerzo tratando de impartir la mejor clase de tenis de la historia.

Caminé a lo largo de la vereda que me saca de mi fraccionamiento y al llegar a la pluma de la caseta de vigilancia me topé con una sorpresa.

El vigilante, quien apenas tenía unos días trabajando, ya entrado en años, por cierto, hablaba con un gato, por lo que saludé, -a ambos-, y seguí de largo, quedándome apenas unos pasos al frente para escuchar una conversación muy extraña.

El vigilante de mi fraccionamiento se dirigía al minino con mucha seriedad, escuché que le decía, -mira, te confieso que no puedo ayudarte, no tengo nada de comida que ofrecerte, si no tengo ni para mí, en serio no es mala onda, qué más quisiera que darte algo para que lleves a la barriga.

El gato, un ejemplar muy hermoso, peludo y de ojos verdeazulados, lo miraba atento, como si lo entendiera, lo escuchaba casi sin pestañear.

Créeme, no tengo comida que darte, lo siento, pero es que no me está yendo nada bien, me sacaron de mi casa, así que no te envidio, yo también vivo como tú, en la calle, comiendo lo que se puede y durmiendo en donde puedo, mi mujer se fue quién sabe a dónde, y quién sabe con quién, mis hijos no me hacen caso, además estoy muy endeudado.

El gato se acomodó como si tuviera toda la intención de escucharlo por largo rato, o miraba como si entendiera lo que decía y maullaba como tratando de consolar al desdichado sujeto.

El minino que tampoco estaba en condiciones de presumir una vida llena de lujos, estaba perplejo, no sabía qué decir, pero maullaba, mientras que el pobre hombre, un vigilante amable pero desgraciado, seguía contándole toda su vida a su nuevo amigo, a quien no había podido dar, aunque sea algo de comer, y se lamentaba.

Perdí a mi familia por el alcohol, y ahora que ya no tomo la vida me ha dado la espalda, le dijo a la vez que se sorbía los mocos que generan las lágrimas, mis hijos se alejaron, mi esposa se fue con otro, le repitió su desgracia.

Logré acercarme para ver la respuesta del gato, quien al parecer lloraba por los infortunios de quien no lo había podido ayudar y que no tenía, a pesar de contar con un trabajo como vigilante de la seguridad privada, en donde caerse muerto.

Mi ánimo había decaído, no obstante, hice lo posible porque no me afectara, así que me dirigí al Club Flamingos, en donde, haciendo un lado la triste historia del vigilante y el gato, impartí la clase más divertida de la historia.

Les juro que ambas cosas son ciertas, lo de la clase y lo de la extraña conversación de un vigilante, con su amigo el gato

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