En el Rotterdam, aún hay 53 personas que no conocen su destino final, y navegan en aguas internacionales con mucha incertidumbre.

José Reyes Burgos
Puerto Vallarta

El 27 de marzo el crucero Rotterdam partió de Puerto Vallarta para ayudar a su hermano, el Zaandam, ambos de Holland America Line. El segundo, se encontraba con todos sus más de mil pasajeros abordo y tripulación, llevaban más de 20 días navegando, y tras el cierre de fronteras por el estallido de la pandemia de COVID-19, tres países le habían negado el acceso para repatriar a sus pasajeros.

Se le acababan las provisiones al Zaandam, que a su vez requería de pruebas de Covid-19 e insumos médicos, pues varios pasajeros y tripulantes presentaban síntomas. Entonces, el Rotterdam, que había concluído un arribo planeado a Puerto Vallarta antes de la pandemia y decidió repatriar a sus pasajeros desde el aeropuerto de la ciudad, salió en su ayuda.

Antes, toda la tripulación del Rotterdam realizó un agradecimiento a Puerto Vallarta y al personal que e todas sus naves continuaba en servicio, un tributo en medio del cierre de operaciones marítimas para cruceros ordenado por Estados Unidos a mediados de marzo.

El Rotterdam navegó hasta Panamá para encontrarse con el Zaandam; ambos cruceros esperaron 48 horas de incertidumbre hasta que el país centroamericano les autorizara el paso por el canal, trazando rumbo ahor a Port Everglades, Florida.

Durante los restantes 5 días que duró el viaje de ambos barcos, hubo un debate en Estados Unidos sobre si dejar o no arribar a los dos barcos. Para entonces, los pasajeros sin síntomas habían sido transportados del Zaandam al Rotterdan.

Aún así, unas 200 personas, entre ambos cruceros, cargados ya con 2 400 pasajeros y tripulantes, presentaron síntomas. Al menos una decena, sí eran de COVID-19. Murieron, además, 4 personas a bordo del Zandam producto del nuevo virus, días antes de que la nave alcanzara Estados Unidos.

Zaandam y Rotterdam eran ya una pesadilla para quienes navegaban a bordo; temiendo estar contagiados y no tener a donde llegar. Tras días de deliberación, después de unos 10 días de incertidumbre, entre el 2 y el 8 de abril, la mayoría de los pasajeros y tripulantes desembarcaron, y los enfermos fueron llevados a hospitales locales, en Fort Lauderdale, Florida.

Hasta mil 200 pasajeros extranjeros y estadunidenses de otros estados foránes fueron repatriados en vuelos a sus destinos. Los cuerpos de los 4 fallecidos y 13 infectados de COVID-19 fueron trasladados a tierra. Uno más murió días después.

Pero el problema parecía haber acabado. Una de las dos embarcaciones, el Zaandam, partió hacia mar abierto para ser desinfectado. Sin embargo, los pasajeros extranjeros aún no repatriados, 29 en total, fueron trasladados al Rotterdam, que aún tenía algo de tripulación. No sabían cuál sería su destino.

Hasta que la noche del 9 de abril, mientras todos dormían, el Rotterdam zarpò de Fort Lauderdale, Florida, hacia aguas internacionales, con aún 53 pasajeros y tripulantes a bordo. Pese a que el calvario para la mayoría había concluído, aún este más de medio centenar de personas, no sabía su destino.

Es fecha al día de hoy, que el Rotterdam se encuentra navegando entre las Islas Bahamas, y los pasajeros restantes no saben cuando tocarán tierra, ni los tripulantes el día para volver a casa.

El periodista argentino Dante Leguizamón es uno de los pasajeros restantes que se encuentran a bordo, y ha dado a conocer que también hay otros 11 connacionales suyos, entre ellos un grupo de músicos y un tripulante de la nave.

“Mi nombre es Dante Leguizamón. Tengo 45 años y soy un periodista en cautiverio en un barco Holandés. (…) se percibe la presencia cada vez más creciente de un virus que también es invisible y que también puede matar. Es el virus de la angustia por no poder volver a casa”, ha escrito en un mensaje de auxilio que posteó en su Facebook, tras cumplir más de 40 días navegando desde que zartpó de Buenos Aires en el Zaandam el 8 de marzo.

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