“…y Luis tenía razón”

OPINIÓN

Este artículo fue escrito por el desaparecido y extraordinario periodista Armando Morquecho Preciado y publicado en Vallarta Opina en una edición especial del 13 de junio de 1996. Hoy, a 44 años de haber sido fundado el periódico Vallarta Opina, queremos compartirlo con nuestros apreciados lectores y lectoras.

Por Armando Morquecho Preciado

Me pidió Luis Alberto Alcaraz López una colaboración para VALLARTA OPINA en ocasión de su aniversario. Con gusto acepté y cumplo ahora, no obstante que la fecha precisa ya quedó atrás. Pero en estos asuntos conmemorativos un leve retraso en nada afecta la intención de hacer acto de presencia en momento tan venturoso. En la búsqueda y selección del tema decidí bosquejar una breve semblanza de Luis Reyes Brambila, a partir de sus inicios en el periodismo hasta la publicación de este gran diario vallartense.

No es Luis el primero que acomete la tarea de fundar un periódico en una iniciativa personal, sin el marco de la gran empresa, lo que quiere decir sin el respaldo de un consorcio aportador de un capital enorme. Luis se lanzó con una fe fervorosa en su futuro inmediato, pero sobre todo con valor, con mucho valor. Por eso, si no es el primero en intentarlo, sí es el primero en lograrlo con mucho éxito. Podría afianzar mi punto de vista con el señalamiento de algunos fallidos proyectos en el mismo campo y en las mismas circunstancias. Pero no viene al caso, para qué herir susceptibilidades.

Estoy persuadido de que la vocación para fundar un periódico es cualidad que se trae de origen. Tal vez todos los periodistas abriguen el deseo de algún día tener su “periodiquito”, dicho de esta manera sin sentido despectivo, sino de forma más acorde al argot del medio. Sin embargo, tener un medio propio en la inmensa mayoría de las veces queda resumido apenas en una idea. Por eso el caso de Luis Reyes Brambila resultó excepcional.

¿Y qué hay en esencia? ¿Una virtud innata independientemente del medio en que se desenvuelven y que los conduce, como a la gran mayoría, a ser líderes en su especialidad, pero sin aspirar a ser proletarios? ¿Poseen un sexto sentido que les permite percibir caminos que para sus colegas permanecen ocultos? ¿O es acaso una cualidad empresarial reservada para solo unos cuantos? Esto, por supuesto, sin menoscabo de la capacidad periodística que en el caso de Luis está fuera de discusión.

Soy de los convencidos de que Luis Reyes Brambila se incorporó a las filas del periodismo, convencido de que un día iba a ser director de su propio periódico. Y lo hizo, pese a los augurios pesimistas de sus amigos y colegas que lo aprecian, en los que no nos genera envidia alguna.

Conocí a Luis cuando como joven preparatoriano editaba el tabloide mensual “El Bachiller”. En ese tiempo los reporteros de la “fuente de Palacio”, como se denominaba a quienes permanecían de cerca en las acciones del gobernador, se distinguían de los demás y quienes entre paréntesis no llegábamos a ¡10!, perdón, “marabunta” hizo acto de presencia después”, invariablemente los sábados nos reuníamos a tomar la copa y a comer en el restaurante del antiguo hotel Francés –esto es, a espaldas de Palacio de Gobierno– en el que don Pepe Teisidour, catalán republicano, quien por supuesto no tragaba a Franco, pero que prudente rehuía participar en las mesas en las que se hablaba de política así fuera la española, nos deleitaba con la paella y demás platillos que junto con su esposa, mexicana, y su guapa hija, preparaban para nuestras reuniones. A las reuniones sabatinas asistían también algunos amigos sin ejercicios periodísticos. Asistía, entre otros, don Arnulfo Villaseñor Saavedra y con bastante frecuencia don Filiberto Ruvalcaba Sánchez.

En una de esas comidas un día, José Luis Peñaloza, quien se encontraba plenamente integrado al grupo y quien en sus años de estudiante había mostrado sus inquietudes periodísticas con la edición mensual de su tabloide “Mundo Universitario” –de 1952 a 1954 más o menos– llevó a una comida y nos presentó a Luis Reyes Brambila. Allí, Luis avalado con la simpatía natural en él y la cualidad indubitable de su juventud, se relacionó amistosamente con todos.

Conmigo dio comienzo una amistad muy especial, entre otras cosas por aficiones deportivas en las que éramos afines. Se estrechó automáticamente nuestra amistad cuando ingresó a EL OCCIDENTAL, diario en el cual desde hacía ya una buena cantidad de años fungía yo como jefe de información formando parte de la mesa de redacción. En ese tiempo, ni duda cabe, formábamos un gran equipo – éramos compañeros, sí, pero también muy buenos amigos – los que hacíamos EL OCCIDENTAL, con mi querido compadre, José Luis García Montoya al frente. Y por supuesto, don Ernesto Corona Ruezga, como Zeus en el Olimpo, voz tronante en el mando y susurro persuasivo para armonizar, conducía con mano firme y acertada al periódico a su mejor destino.

Luego, Luis decidió unirse a la aventura espectacular de la aparición de “EL DIARIO de  GUADALAJARA”, con Jaime González Ramírez (qepd). Era noviembre de 1969.

No fueron lo bonancibles que esperaban las utilidades en el nuevo diario y comenzó una situación difícil para quienes lo apoyaban. Luis se encontraba entre ellos. Creo que fue en aquellos tiempos que Luis Reyes Brambila decidió fundar su “periodiquito”. Pero no lo proyectó para Guadalajara, como era el común denominar de todos los neoeditores. Con mucha visión pensó en Puerto Vallarta. Su primer paso, propagar la idea entre sus amigos. Y aportar los cuestionamientos. Pero Luis, ¿qué vas a hacer allá? ¿No estás convencido de lo poco que ofrece Vallarta? Algunos le decíamos, entre ellos yo, con suavidad amistosa que era una tarea muy difícil. Piensa –argumentábamos- en el espacio periodístico del puerto. ¿Qué había? Solo el “Aquí Vallarta”, semanario de nuestra estimada amiga Mary Sandoval.

Recordábamos el intento con “El Costero” de José Barrera Ortiz, fallecido hace un par de años, quien jamás pudo ubicarse entre su ideología izquierdista y el deseo de ser empresario en Vallarta, a donde joven llegó para casarse y tener sus hijos –entre ellos la primogénita, mi ahijada de bautismo. Y conste que mi compadre gozaba fama de buen periodista y con todo su proyecto duró unos meses. Pero Luis seguía firme en su idea. Hubo compañeros que le pronosticaban un fracaso absoluto, pero él estaba decidido a demostrar lo contrario. Visión del editor del periódico propio. Precisamente los argumentos esgrimidos en contra significaban su ventaja. Puerto Vallarta era para la circulación de periódicos un terreno virgen, un campo inexplorado y con una extraordinaria posibilidad de desarrollo.

Luis captaba perfectamente los hechos trascendentes. Había quedado resuelto el problema de la tenencia de la tierra; había sido modernizado y ampliado el aeropuerto internacional; los tramos desde Compostela y Barra de Navidad estaban en proceso de pavimentación. Puerto Vallarta iba a ser otro, como finalmente lo es; ya no el pueblo aldeano con política de campanario –aunque siempre bello y singular- que habíamos conocido cuando solo se llegaba por aire en los DC-3 y luego los DC-6 de Mexicana, y claro, las avionetas particulares. Estaba el puerto metido ya en la era del jet, con el Comet 4 de Mexicana de Aviación.

Al no dudarlo, Reyes Brambila atisbó el futuro vallartense con claridad; ahora con VALLARTA OPINA él es partícipe en el progreso del puerto, al que Luis pertenece desde hace mucho. A Luis lo mantiene ligado a Guadalajara su familia y el Atlas. No falta al estadio Jalisco cada que juegan los rojinegros. De paso, precisó el periodismo hacia esa gran institución, es una gran coincidencia entre él y yo. Formamos parte de la “fiel” tan reconocida por su lealtad a los colores rojo y negro.

En fin. VALLARTA OPINA ha cumplido un año más; y cumplirá muchos más, seguro. Aquella aventura hermosa, definitivamente, es una realidad impresionante. Para fortuna de Luis las dudas eran de otros, no suyas, para su fortuna los vallartenses han entendido su mística; y para su fortuna, él aprendió a sentir y a pensar como vallartense. De otra manera no puede entenderse el éxito. Con hechos, Luis Reyes Brambila nos demostró que él tenía razón.