TERCERA LLAMADA

Por María José Zorrilla

No recuerdo que durante mi niñez en Ciudad Victoria se celebrara el Día de Muertos. Tampoco el Halloween a pesar de estar cerca de Estados Unidos. Mi mamá, a sus casi 95 años y con una memoria en perfectas condiciones, tampoco recuerda celebración de este tipo durante su infancia en Ciudad Victoria.

Dice que fue en la época del presidente Echeverría cuando se empezó a generalizar esta celebración característica del centro y sur del país. El 2 de noviembre era un día tranquilo donde algunos iban al panteón.

En mi casa la cuestión de la muerte era tratada con mucho sigilo. No acudíamos a los funerales si teníamos menos de 14 años, al panteón nunca íbamos. Pero recuerdo que por entonces saberme de memoria el rosario, los misterios según el día de la semana y su correspondiente letanía, en la secundaria me tocó rezarlo en el entierro de un par de personas que en mi casa ni se enteraron.

Era una falta de respeto leer la letanía, tenía que ser de memoria y en la muerte de la mamá de la maestra de geografía me tocó hacerlo y me sentí muy ufana de mi actuación funeraria.

Años después, me encuentro con el Halloween durante mi estancia en Monterrey, y en plan de diversión con algunos vecinos cubiertos con una sábana con dos agujeros salimos por todo El Obispado a pedir dulces. Hasta naranjas nos arrojaron por ser ya unos grandulones. Todavía de pensar me duele la espalda baja de aquella metralla que dio justo en el Coxis.

En Puerto Vallarta muchos años después, los hoteleros de Vallarta Centro bajo la presidencia de Liney Cornejo, nos tocó iniciar el Festival de Día de Muertos. A la propuesta se sumó el H. Ayuntamiento y la Preparatoria Jacobo de la UdeG en los tiempos de Armando Soltero. Cuando iniciamos, hace como 15 años, la tradición no estaba tan arraigada en la ciudad.

Empezaba a tomar auge al igual que en el resto del país y nunca imaginamos que a la par de estos sucesos, México entero como una manifestación urgente identitaria tomó el Día de Muertos como una rebelión contra el Halloween y una pasión por un sentido de mexicanidad como no se había visto jamás.

Fue tanto el poder que adquirió esta celebración que el Ayuntamiento unos años después decide excluirnos de tal organización para hacerse cargo total de tan magno evento.

Ahora Puerto Vallarta compite por tener la catrina más alta del mundo con una hermosa dama azul de 23 metros de altura que desafía los cielos de nuestro malecón y pretende romper el Guinness récord.

Me da gusto ver que la celebración de El Día de Muertos ha trascendido el tiempo y el espacio. Más allá de la celebración a la memoria que privilegia el recuerdo sobre el olvido y le damos de alguna forma vida a nuestros difuntos, se ha convertido en un evento festivo donde hay todo tipo de convicciones.

Los que realmente se identifican con el ritual prehispánico, otros lo hacen más por festejar algo tradicional y otros porque es una manera moderna de conectarse con los que se fueron.

También están los que asumen el día como un buen pretexto para hacer una pachanga y pasarla bien entre catrinas, muertes, zombis, vampiros, brujas y todo tipo de personajes que se mezclan con una heterodoxia que sobrepasa la imaginación.

Totalmente opuestas en su expresión por ser manifestaciones de orígenes celtas y mesoamericanos son coincidentes en las fechas con rituales religiosos y con el cierre del ciclo agrícola. Hoy día esta festividad ha dado pie a películas, videos y una forma original de promover México.

Esperemos que estos éxitos no se conviertan fetiches Kitsch. Así como a Frida le hemos dado vuelo por todo el orbe, la catrina de Posada está entrando en fuerte competencia por el primer lugar de preferencia. No hay nada malo en ello, solo esperemos que no por un excesivo manoseo de la tradición para mezclarla como un mero producto comercial, Día de Muertos pierda su esencia.

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