OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

De niño, vivía en la calle de Juan Sánchez Azcona, en el corazón de la colonia Narvarte en la CDMX. La calle paralela hacia el oriente se llama, todavía, Heriberto Frías. Ahí vivía entonces la tía Elvira, conocida como “la Nenita”, hermana de mi abuela Matilde. Ella casó con el tío Isaías Zebadúa, un recio chiapaneco que me enseñó a jugar al ajedrez. A los seis o siete años de edad, iba a pie, a su casa, a tomar el catecismo con la tía Nenita, luego una rica comida, para acabar jugando ajedrez con el tío Isaías.

El matrimonio Zebadúa-Manrique, nombre de soltera de mi abuela, procreó dos hijos, Isaías Jr. y Elvira, porque Elvirita era su madre, y dueña del diminutivo.

Isaías Jr. y Elvira eran en realidad mis tíos, pero Isaías era solo 9 años mayor que yo, y Elvira 4, así que preferíamos decirnos primos. Ambos jugaron papeles importantes en mi vida.

Por alguna razón desconocida, mi identificación con mi “primo” Isaías fue intensa y solo terminó con su muerte, por allá de 2015. Éramos inseparables. Desde que era niño, lo admiraba intensamente. Isaías era un hedonista empedernido, altamente inteligente, fiestero, jugador, bueno para la falda. Con él fui por primera vez al frontón, y al Hipódromo de las Américas, que frecuentábamos con demasiada asiduidad.

Fue mi padrino de comunión, el primero que me llevó a bailar con una novia, me acompañó a mi primera serenata y, por si fuera poco, quien me inició en el ritual de pertenecer a la Raider Nation. Años después, irónicamente, acabé trabajando para la camiseta plata y negro, y tuve el privilegio de invitarlo al SúperBowl XVIII, en el que Raiders aplastó a Washington.

También con su hermana Elvira tuve historia. En esa misma casa de Heriberto Frías, Elvira organizó mi primera fiesta de baile. Tenía 13 años, y mis compañeros y compañeras de secundaria, a quienes Elvira abandonó a nuestra suerte en el garage de su casa, con luz tenue y música lenta, nos dimos nuestros primeros agasajos juveniles. Elvira casó con Gabriel Hidalgo, y tuvieron dos hijas: Elvira María, a quien todo mundo llama “Vi”, y Lorena. Ambas son un encanto.

Pero debo confesar mi debilidad por Vi. La vi nacer y crecer, pero a cierta edad, ya siendo una mujer, alcancé una identificación con ella solo comparable a mi relación con su tío Isaías, mi héroe eterno.

La vida da muchas vueltas, y tuvimos muchos años de lejanía física, pero no afectiva. En algún tiempo ella trabajó con mi ex-esposa en un centro de desarrollo infantil, y acabó de madrina de comunión de mi hija mayor. Luego, se graduó de chef, y manejó un restaurante muy exitoso en la colonia Condesa llamado “Ligaya” en CDMX. Tal vez lo recuerden. Luego casó, y se fue al extranjero, pero volvió ya divorciada, y de cinco años para acá, las familias se volvieron a acercar, y ya llevamos varias Navidades juntos, amén de otras reuniones varias.

Elvira María, mi Vi adorada, se fue de nuestro pedazo de paraíso el sábado, después de estar aquí más de un mes. Sería imposible transmitir la absoluta delicia de gozar de su presencia. Su rapidez mental, su agudo y muy ácido sentido del humor, su maravilloso don de tratar con niños la hacen un tesoro. Mis nietos estuvieron por acá mientras Vi estaba con nosotros, y los tuvo cautivados, al punto de que su madre, mi hija mayor, confesó que con razón la escogió de madrina.

No es posible sobrevalorar lo que significa la familia en la vida. Claro que adoro a mis hijos y nietos sobre todas las cosas, pero todos ellos tienen sus vidas en las que tienen que concentrarse. Una o dos veces al año vienen a Vallarta a ver al viejo, y una o dos veces voy a CDMX a verlos a ellos, pero no se puede más.

Vivo acá en Nuevo Vallarta dando gracias de que a estas alturas de la vida todavía cuento con mi familia. Vivo aquí con dos hermanos, y pronto llegará el otro, que por ahora vive en Estados Unidos, pero que piensa retirarse acá.

Y en poco tiempo también, tienen intención de mudarse a estos lares Elvira, Vi y Lorena, con su marido Felipe, un tipazo español que no viene de conquista, sino a establecerse.

Por lo pronto, mi hija chica llega el martes desde Madrid, donde vive y trabaja, con todo y su catalán, aspirante de marido.

¿Se puede pedir algo más?

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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