OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Conocí a Claudia Sheinbaum en el año 2000, cuando el entonces jefe de gobierno de CDMX, Andrés Manuel López Obrador, presentó su gabinete. Claudia fue presentada como la secretaria del Medio Ambiente, pero fue mucho más que eso. Menudita, delgada, con aspecto de no matar una mosca, pero dueña de un currículum académico envidiable, y con fama de aguda inteligencia, muy pronto se convirtió en el bombero de AMLO. En cuanto surgía un problema de cualquier tipo, Sheinbaum era la encargada de apagar el fuego.

Tuve muchas conversaciones con ella y, por lo menos de mi parte, hasta le tomé afecto. También conocí a su entonces esposo, Carlos Imaz, quien cayó en desgracia al reconocer que fue uno de los recipientes de fondos irregulares entregados por el empresario Carlos Ahumada. Imaz sabía que, como René Bejarano, había grabaciones de video comprometedoras. Tuvo que renunciar como delegado de Tlalpan, y, tiempo después, vino un divorcio discreto.

Claudia Sheinbaum continuó su apoyo irrestricto a su viejo jefe López Obrador. Navegó con él la accidentada campaña de 2006, que terminó en la toma de Reforma, y el primer gran berrinche nacional de AMLO, quien llegó a declararse “presidente legítimo”, ponerse una banda presidencial, mandar al diablo las instituciones, y causar miles de millones de pesos en pérdidas para los negocios de la zona. Nada le importó.

Ya para 2012, con el obradorismo todavía con el control político de CDMX, Claudia Sheinbaum fue electa jefa delegacional en Tlalpan. En lo personal, me sorprendió lo ineficiente de su gestión, porque yo la recordaba como una mujer pragmática, centrada en resolver problemas de la ciudadanía, y poco preocupada por los lastres ideológicos que en general arrastran los, para entonces, ya Morenos. López Obrador ya construía su partido político con los deshechos de todos los demás, y con la mirada puesta en la venganza.

Imposible dejar de mencionar la peor crisis que padeció Sheinbaum en su gestión. El 19 de septiembre de 2017 un fuerte temblor sacudió a CDMX, provocando el derrumbe de las instalaciones del Colegio Rébsamen en Tlalpan, en el que murieron 19 niños y 7 adultos. Si bien judicialmente fueron sentenciados a prisión la dueña del colegio y el director de obra, quedaron sin respuesta las responsabilidades oficiales. La construcción violaba diversas disposiciones, y se revelaron permisos otorgados de manera irregular por la delegación.

La reacción de Sheinbaum fue predecible, y muy Morena: negarlo todo, y buscar culpables sin mancharse ella, ni sus cercanos. La opinión pública, sin embargo, no olvida el episodio.

A pesar de lo anterior, Sheinbaum resultó triunfadora en la elección a jefa de gobierno en CDMX en 2018. Su gestión no ha sido fácil. El 3 de mayo de 2021, la línea 12 del metro colapsó entre las estaciones de Olivos y Tezonco provocando la muerte de 26 personas. Como siempre que hay una crisis así, la reacción de Sheinbaum es la misma: buscar culpables para limitar el daño.

Es una solución pragmática, pero inhumana, igual que con el Rébsamen. Aquí, ninguno de los responsables sufrió consecuencias. Ni Marcelo Ebrard, bajo cuyo gobierno se inauguró la línea 12 a la carrera, aunque no estuvieran dadas las condiciones mínimas de seguridad operacional, para sacar raja política de su inauguración. Ni el impresentable de Mario Delgado, quien fue el operador financiero de Ebrard en la CDMX, y quien llevó todos los contratos de construcción. Ni, por supuesto, la propia Sheinbaum. Acabaron culpando a un soldador.

En las elecciones intermedias de 2021, la ciudadanía, cansada de los más de 20 años de administraciones PRD-Morena, expresaron su descontento en las urnas. Claudia Sheinbaum hizo lo impensable: perdió la ciudad. Ahora, los alcaldes opositores que vencieron a los candidatos oficialistas padecen la capacidad de venganza de la jefa de gobierno.

Uno pensaría que bajo esas circunstancias, sus posibilidades en la carrera por la sucesión presidencial serían nulas. ¿Cómo nombrar candidata a alguien que perdió el bastión más sólido de Morena?

Me queda claro que en el correr de los años, ni el presidente es como el Andrés que yo conocí, ni Sheinbaum sostiene la eficiencia pragmática de sus años como apagafuegos de AMLO. Pero si alguna característica se ha agudizado en el presidente es la necedad.

No sé cuándo ni por qué decidió que su sucesora sería Sheinbaum, pero es un hecho que, por lo menos por ahora, sus simpatías están con ella, y no le importa quién lo sepa. También es claro que Claudia es una candidata vulnerable. No tiene una imagen agradable, no es particularmente simpática, ni tiene dotes de oradora. En cambio, presenta varios flancos vulnerables.

Sus adversarios internos son poderosos. Monreal es un operador político consumado, y bastante perverso. Ebrard es, tal vez, el candidato con mayor aceptación nacional que podría presentar Morena. Pero como diría el clásico, no se hagan bolas. Aquí solo decide uno, y es al que hay que convencer.

¡Hasta el lunes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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