OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

Estoy por cumplir 72 años, y cada vez tengo más episodios en donde la mente me lleva a la nostalgia. Después de todo, ya viví mucho más de lo que me queda de futuro. Llevo varios días extrañando los años en que fui un ferviente aficionado a la fiesta brava.

La tía Eva, hermana de mi abuela Matilde, era rabiosa seguidora de Lorenzo Garza, un torero de los 40s y 50s, apodado el “ave de las tempestades”, y no fallaba un solo domingo a la Plaza México. Tendría yo a lo mejor cinco años, cuando me empezó a llevar. En la temporada de novilladas, nos dábamos el lujo de ir a segundo tendido. Para las corridas formales, había que llegar a la Plaza desde las 11 de la mañana, porque nuestros boletos eran de general, y ahí conseguía mejor asiento quien llegaba primero.

Desde entonces, me enamoré de los toros, y de todo el ambiente que rodeaba a la fiesta. Los puestos de comida que se instalaban alrededor de la plaza, eran una delicia. Tacos de cecina, de mole verde, de chorizo con papas, los maravillosos pambazos, y la mejor birria que he probado hasta la fecha, la birria del “Paisa”. A la salida, elotes con mayonesa y queso rallado. La tía Eva siempre me compraba, ya sea un estoque de madera, o una muleta, o un pequeño capote y montera, o hasta banderillas despuntadas, porque si no, hubiera sido capaz de clavárselas al Bobis, el perro de mi abuela.

Pasaron los años, y mi afición creció. Tuve el privilegio de ver torear a Paco Camino, a Manuel Benítez “El Cordobés”, a “Palomo” Linares, entre los españoles. Por esos tiempos, se rompió el pacto taurino entre España y México, y hubo varios años en los que no hubo intercambio de toreros. Crecieron, entonces, los mexicanos Carlos Arruza, Fermín Espinosa “Armillita”, el propio Garza, y un poco antes, Silverio Pérez. Debutaron en esos años las nuevas figuras que llevaron la fiesta durante más de una década: “Curro” Rivera, hijo del gran Fermín, Eloy Cavazos y Manolo Martínez, uno de los más grandes toreros de todos los tiempos.

A estas alturas, yo ya trabajaba en Televisa, y eso me facilitó conseguir buenos lugares para las corridas. Desde entonces, mi buen amigo Rafael Herrerías, por esos tiempos mozo de estoques de Manolo, y luego empresario de la Plaza México, me conseguía boletos.

Tuve que hacer una larga pausa en mi afición taurina. Me asignaron las narraciones de los partidos de la NFL, que eran los domingos, y en plena temporada Grande. Mi ausencia se prolongó, puesto que me fui a vivir a Los Angeles, y estuve allá 8 años.

Cuando regresé, en 1989, pude reanudar mi romance con el toro. Mi primer programa al volver, se llamó “Este Domingo”, y se transmitía a las 10 de la mañana. Era un programa de revista, con alto contenido noticioso, y los toros, en esos tiempos, aún eran noticia. Solíamos, con frecuencia, hacer controles remotos desde los hoteles que usaban los toreros para vestirse, y charlaba con ellos sobre lo que se podría esperar esa tarde.

Jorge Gutiérrez, un torero de Aguascalientes, resultó herido después de una entrevista, y nunca más volvió a aceptar una invitación.

Por esas fechas, empezó a brillar la figura de David Silveti, apodado el “Rey David”. Fui a verlo a la preciosa plaza de Juriquilla, en Querétaro, y para mi sorpresa, me brindó un toro. Hablé con él, le agradecí su cortesía y ofrecí una cena de agradecimiento en su honor. Fue con enorme satisfacción que el domingo previo a la cena, Silveti se consagró como primerísima figura del toreo, con una faena memorable en la Plaza México, que estaba llena, y en la cortó orejas y rabo, y fue sacado en hombros.

Recuerdos hermosos, aunque, bien lo sé, prácticamente inoperantes en estos tiempos de corrección política, más no necesariamente histórica o cultural. La fiesta brava, como los circos, va camino a la extinción, y es una pena. Sobre todo, para quienes nos gustan nuestras tradiciones. Lo del maltrato animal, es sólo una pésima excusa. Pocas especies animales viven tan bien como los toros bravos, que son criados precisamente para luchar en la Plaza y, en conjunto con los humanos, crear belleza, y arte inigualable: la lucha entre el toro y el torero, una espléndida danza en sí misma, literatura, como la de Federico García Lorca, las esculturas de Humberto Peraza y Emilio Puentes, las obras maestras de pintura de Francisco de Goya, y tantas otras maravillas. Van a acabar con la fiesta, y también con una especie. El toro bravo es muy caro de sostener y cuidar, y si los ganaderos no tienen mercado para su producto, van a quebrar las ganaderías que los crían.

¿Qué pasó con los animales de los circos? ¿Acaso los salvaron? Ni remotamente. La mayoría, acabaron muriendo de hambre. Con lo que sí acabaron, igual que pretenden con los toros, es con el empleo de miles de personas cuyas familias quedaron desamparadas, sin considerar lo que significa el deleite de los niños cuando están cerca de la madre naturaleza.

En fin, en medio de un suspiro, pienso que quizá la historia, las tradiciones, y hasta las añoranzas, ahora son cosas de las personas de 65 o más años de edad, que tuvimos la suerte de experimentar esas vivencias; por supuesto, no de viejos, porque “viejos, los cerros”, como bien dice el refrán.

¡Hasta el lunes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con 50 años de experiencia profesional.

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