OPINIÓN

Por Jorge Berry (*)

m.jorge.berry@gmail.com

Excluyendo los horrorosos panchos que su padre ha protagonizado en la vida política nacional, habrá que reconocer el excepcional año que está por terminar el piloto mexicano, y jalisciense para más señas, Sergio “Checo” Pérez. Hace tiempo que la Fórmula Uno no despertaba el intenso interés en un público mexicano masivo, pero Checo lo ha logrado, casi siempre navegando a contracorriente.

El mentado dicho de que “nadie es profeta en su propia tierra”, persiguió a Sergio durante años, mientras batallaba manejando para equipos de media tabla, nunca con autos verdaderamente competitivos, y mientras, aguantando vara. Las críticas le llovían. Que si no fuera por el dinero de Slim, no estaría allí. Que era un piloto del montón. Que no iba a durar. Que era sacrilegio compararlo con los hermanos Rodríguez.

Pero Pérez perseveró, se calló la boca, y se puso a trabajar. Al principio de su incursión en Fórmula Uno, estaba verde, pero igual que todos. Sin que ni él, ni el resto del mundo se diera cuenta, empezó a acumular experiencia, horas de vuelo, pues, que lo fueron convirtiendo tal vez no el piloto espectacular que se la juega siempre, pero que con frecuencia comete errores, revienta motores o sufre accidentes. Checo encontró el balance entre la eficiencia y el arrojo, y ahora está convertido en un piloto confiable, cómodo con su labor de apoyo detrás de Max Verstappen, y lejos de los conflictos que lo persiguieron en otras épocas de su carrera. No fue una sorpresa que Red Bull le renovara el contrato. Se ha ganado su confianza.

No sé cuántos de los miles de seguidores del Checo conocen la historia de Pedro y Ricardo Rodríguez, por quienes se nombró al autódromo de CDMX, pero ellos son los responsables originales del viejo romance mexicano con las carreras de autos en general, y con la Fórmula Uno en particular.

Pedro, el mayor de los hermanos Rodríguez, nació en 1940 en CDMX, y Ricardo llegó en 1942. Ambos fueron impulsados por su padre, un amante de las competencias de velocidad. Corrieron bicicletas, motos, karts, y ya para los 17 años, trataron de inscribirse juntos a las 24 Horas de Le Mans, pero la edad de Ricardo lo dejó fuera, y Pedro compitió con otro compañero. Pero la habilidad y el arrojo del joven Ricardo no pasaron desapercibidos, y Ferrari lo firmó para conducir en Fórmula Uno cuando apenas tenía 19 años. Sigue siendo hasta ahora el piloto más joven que ha conducido para Ferrari.

Es de notar que en esos tiempos, principio de los 60s en el siglo pasado, ser piloto de carreras era mucho más peligroso que ahora. Entonces, los esfuerzos de las “scudderias” iban a lograr autos más veloces. No fue sino hasta los 80s que se empezó a desarrollar tecnología para cuidar la seguridad de los pilotos. Ahora, es muy raro que un accidente en cualquier pista, no solo la Fórmula Uno, tenga un desenlace fatal, pero entonces, era más común.

Ricardo, pues, debutó a los 19 años en el Gran Premio de Italia. Le dieron un Ferrari algo retrasado, y aun así, para el Gran Premio de Bélgica, se clasificó en 2º lugar, y ya sumó puntos, convirtiéndose en el más joven en sumar puntos en la historia. Tenía al mundo del automovilismo de cabeza.

En 1962, se programó el Gran Premio de México, aunque no era un evento puntuable. Por ello, el equipo Ferrari declinó competir. Ricardo consiguió permiso de Ferrari para participar, y consiguió prestado un Lotus. El primer día de prácticas, su Lotus presentó una falla en la suspensión, y auto y piloto se estrellaron en barra de contención de la curva peraltada. Ricardo Rodríguez, a los 20 años, murió instantáneamente.

Dicen quienes los vieron que Pedro, el hermano mayor, era un piloto más cauteloso que Ricardo. Tuvo que reponerse de la tragedia que rodeó a su familia, retomó su carrera como piloto, y es el mexicano más exitoso en la historia de la Fórmula Uno. En 1967, 5 años luego de la muerte de su hermano, logró dos victorias en el circuito, los Grandes Premios de Sudáfrica y de Bélgica, conduciendo un Masserati. Obtuvo 7 podios y 71 puntos en su carrera.

En 1971, a los 31 años de edad, se inscribió en una carrera menor mientras había descanso en Fórmula Uno. La carrera fue en Nuremberg, Alemania, y Rodríguez murió en un accidente.

Los hermanos Rodríguez seguirán siendo leyenda deportiva en México hasta el fin de los tiempos. Y lo logrado por Sergio “Checo” Pérez este año, lo coloca en esa selecta compañía.   

¡Nos leemos el viernes, Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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