OPINIÓN

Por Jorge Berry (*) – m.jorge.berry@gmail.com

El maestro Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno tendría hoy 106 años.

Con dos obras, absolutamente geniales, Rulfo es una leyenda en la literatura universal. El propio Gabriel García Márquez le rinde homenaje en la frase inicial de sus 100 años de Soledad. Precursor del realismo mágico latinoamericano, iluminó el camino que luego siguieron Vargas Llosa, Fuentes y muchos más. “El Llano en Llamas”, colección de cuentos publicados en diversas revistas, y “Pedro Páramo”, la novela más importante de un mexicano en la historia, seguirán leyéndose mientras haya literatura.

A finales de los años sesentas, en la vieja Escuela Moderna Americana de Nicolás San Juan, en la colonia del Valle, en CDMX, mientras cursaba tercero de prepa, la inolvidable maestra Rosenbluth, quien daba literatura mexicana, llegó un día a clase acompañada de un hombre delgado, de mirada triste y movimientos nerviosos, con el pelo encanecido, que aparentaba más de los 52 o 53 años que tenía. No sabíamos quién era, hasta que nuestra tutora nos dijo que el maestro Juan Rulfo había accedido a platicar con nosotros esa hora.

Qué no daría ahora por haber tenido los conocimientos suficientes para apreciar y valorar lo que significaba esa oportunidad única. Me temo que en aquel momento, no supe a quién tenía enfrente. Sí había leído ya “Pedro Páramo”, pero no lo alcancé a apreciar sino hasta años después, al releerlo por 5ª o 6ª vez, y ya con un criterio un poco más formado.

Confieso que no recuerdo una sola palabra de su plática. Me quedó la impresión de un hombre algo golpeado por la vida. Vivió la guerra cristera, quedó huérfano desde muy niño, estuvo en un orfanatorio, una huelga le impidió entrar a la Universidad de Guadalajara, anduvo de oyente en San Ildefonso, fue comisionado de la Secretaría de Gobernación y hasta trabajó como vendedor de llantas en la Goodyear-Euzkadi. Fue un notabilísimo fotógrafo. Casó a los 30 años con Clara Aparicio, el amor de su vida, con quien tuvo cuatro hijos.

Rulfo también tuvo sus demonios. Muchos de sus contemporáneos le recriminaron que su reducida producción literaria se debía a una exagerada afición por el alcohol. Pero lo cierto es que Rulfo tuvo una vida que no sólo se centró en la escritura, sino que incluyó muchas otras actividades. Además, alguien que ya escribió “Pedro Páramo”, ¿para qué quiere más?

El maestro Rulfo murió a los 69 años, en 1986, a causa de un enfisema pulmonar, pero conocerlo, siendo un insaciable lector, ha sido uno de los grandes privilegios de mi vida.

Muchos años después de esa experiencia, y ya trabajando en periodismo en Televisa, en 1990, al coordinador del programa dominical “Este Domingo”, que yo hacía en Canal 2, se le ocurrió la idea de invitar a intelectuales una mañana, en ocasión de la inauguración, un día antes del Mundial de futbol Italia ’90. Ese coordinador, Leonardo Kourchenko, con quien sigo llevando una cercana amistad, y con quien hago los jueves el programa de TV “Al Cierre” en El Financiero TV, llamó, entre otros, al maestro Juan José Arreola.

Yo no lo conocía, aunque por supuesto había leído “La Feria” y el “Confabulario”. Pero en persona, y entrevistándolo sobre un tema para él desconocido, como era el futbol, me dejó absolutamente asombrado con sus agudas observaciones sobre el juego, llenas de riqueza histórica e inigualable sentido del humor.

Tanto éxito tuvo la presencia de Arreola, que al día siguiente fui citado por Don Emilio Azcárraga Milmo, quien me pidió, bueno, me ordenó, que me hiciera cargo del programa de resumen del Mundial todas las noches en Canal 2 con el maestro Arreola. Pasé un mes alternando con él todas noches, hablando del Mundial, al que, por cierto, México no asistió por el asunto de los “cachirules”. Fue otra de las grandes experiencias de mi vida. Los conocimientos, el intelecto, las metáforas y el desparpajo de Arreola para hablar de todo, era notable. Nació en 1918 en Ciudad Guzmán, Jalisco, aunque enfurecía cuando se mencionaba la ciudad, pues afirmaba que el pueblo se llamaba Zapotlán el Grande, el nombre original de esa comunidad.

He tenido la fortuna de conocer a grandes escritores. Entrevisté un par de veces a Vargas Llosa, una a Octavio Paz, y Carlos Fuentes fue mi vecino en San Jerónimo, en CDMX. Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo, Hugo Argüelles, Paco Taibo, padre, un señorón, muy distinto a su hijo, aunque habrá que reconocer que Paco Ignacio II ha escrito buenas novelas policíacas. Pero como las dos leyendas, Rulfo y Arreola, para mí, nadie.

¡Hasta el viernes, amigos de Bahía y Vallarta!

(*) Periodista, comunicador y líder de opinión con casi 50 años de experiencia profesional.

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