Por Eugenio Ortiz Carreño/Bahía de Banderas

Efectivamente, caminar desde la carretera federal 200 a la plaza de Sayulita resulta una experiencia para el visitante, que mira con “ojos de turista” ese pueblo, aunque lo haya conocido hace dos o tres años, porque hoy resulta todo nuevo y diferente para el observador.

Desde que se pasa el arco de bienvenida con el nombre de “Sayulita” el visitante puede percatarse que muchas cosas han cambiado. El lienzo charro del ejido, que fue construido e inaugurado por el ex gobernador Antonio Echevarría Domínguez, parece abandonado y algunos vándalos aprovechan las graderías para tener hospedaje gratis.

Pero apenas se da uno la vuelta a la derecha en el puente, pasando el otro aviso de lona, que indica que aquí es “Sayulita”, sobre la calle urbanizada por el otro gobernador, Roberto Sandoval Castañeda, aparecen más sorpresas. A la derecha han desaparecido algunos restaurantes típicos y en cambio se puede uno encontrar al menos dos clínicas médicas.

A la izquierda se encuentra uno de los hoteles más grandes de Sayulita y luego la terminal de autobuses Compostelenses, que dan el servicio de Puerto Vallarta hasta el pueblo y en algunos casos van hasta Lo de Marcos e incluso a Rincón de Guayabitos, aunque en aquel tramo van prácticamente vacíos.

Es ahí donde uno se da cuenta que hoy Sayulita es otro, es diferente al menos, pues ya no está el hombre que venía tejuino y más adelante está la oficina del ejido, y luego el Club de la Tercera Edad, con enormes murales de personas de la comunidad. Cuatro personas mayores juegan al dominó, mientras algún empleado barre el patio.

De ahí en adelante la transformación es radical, al menos en la banqueta de la izquierda, yendo de oriente a poniente, está plagada de negocios que cambian frecuentemente de giro, las tiendas del pueblo dan paso a modernas cafeterías y pocos son los negocios que se mantienen como la lavandería y la frutería. En el camellón de la calle, otros comerciantes se instalan con sus productos en camioneta.

En el segundo puente sobre el río Sayulita, el peatón tiene que cruzar la calle con cuidado, ante el constante paso de autos y los clásicos carritos de golf, que se han convertido en el medio de transporte más popular del pueblo, y hasta hay un paradero justo al lado del hotel ejidal, donde se rentan a los que no quieren caminar.

A estas alturas el pueblo es otro, en cualquier lote se han levantado edificios de tres o cuatro niveles, y en uno de ellos se puso además una plazuela, con infinidad de negocios con marcas conocidas para los jóvenes que están al tanto de los productos de marca. Siguiendo adelante en lo que fuera el restaurante de Rodrigo Peña, aparecen también nuevos negocios de helados de marca, por supuesto. Enfrente está el popular Chocobanana, de Tracy Willies, que parece panal de abejas por la gran cantidad de clientes que quieren probar su café, sus helados o sus postres y por supuesto su chocobanana. Luego la plaza, con media docena de puestos encima. Bajando la calle de la plaza, hacia la playa, se puede percibir la enorme concentración de negocios y luego más abajo los puestos de ropa típica y boutiques, con precios de tiendas de lujo de Nueva York.

En uno de los frentes de la plaza, hacia el poniente, se alzan varias construcciones de varios niveles. Ahí había un restaurante típico en una casita de techos que casi se caían y hoy es un edificio. Pero no es de admirarse de eso, porque todo el pueblo está igual, convertido en centro de negocios y el visitante piensa que si todos pagaran impuestos, solo con los ingresos de Sayulita el municipio sería el más rico de México.

En la playa, siguen las invasiones de la zona federal por parte de algunos restaurantes, uno de ellos de plano ya abrió una “sucursal” sobre la arena, a un lado de las escuelas de surf y los parasoles de los turistas. Así es Sayulita, solo no aprovecha el que no quiere.

El colmo es que en los cerros, se están abriendo nuevas callejuelas que de momento están en tierra y con pocos terrenos ocupados, pero no tarda en llenarse todo de viviendas improvisadas o de material, porque aquí todo cambia, todo se transforma en un abrir y cerrar de ojos.

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