Por Jorge Bátiz Orozco/Puerto Vallarta

Salí a la calle en busca de algún traidor, alguien que me engañara a la más mínima provocación, un ser de este mundo que me dijera una a una todas las mentiras de la vida, una mujer que me engañara hasta con mi propia sombra.

Salí a buscar a alguien en especial, y aunque sé que lo que deseaba lo podría conseguir a la vuelta de la esquina, seguí un camino largo, caminé y caminé sin descanso hasta llegar agotado a un lugar extraño, en el que no había ni la menor huella de algún ser humano, me sentí feliz, me di cuenta que alejarse del prójimo puede significar la salvación.

No obstante, después de pasar algunos años metido en mis cavilaciones, sumido en mí mismo, y tras extraer de mi cerebro todos los pensamientos, decidí volver a la barbarie, con esos seres inhumanos que despilfarran su vida gastando su tiempo para alcanzar la muerte a la que, irónicamente, le huyen como si fuera el máximo mal.

Escuché de nuevo las necedades de los demás, encontré rápidamente lo que había buscado al salir de casa, el engaño, la traición y la mentira, pero no me resigné.

Decidí buscar algo mejor, alguien que entienda de valores, una mujer que desconozca la traición, un amor verdadero, el conocimiento completo de la vida.

Esta vez no fui tan lejos, me acerqué al mar y traté de encontrar respuestas, el silbido de las olas me ayudó a entender que la vida está aquí y ahora, que sólo es cuestión de vivirla, de ser felices, de hacer que nuestra historia sea más profunda y que como dioses caídos aquí en la tierra, podemos crearnos nuestro mundo, la libertad está en el pensamiento, me dije y sonreí.

Subí al Malecón y me recargué en el caballito de mar, al que miré con mucha atención; me preguntaba si ese trozo inerte de materia sería feliz, y concluí que sí.

Lo admiré, a él no le preocupa nada, observa a la gente pasar y ni se inmuta, no ríe, pero tampoco llora; me pregunté si me gustaría dejar de reír y llorar y creí que no era lo mejor para mí.

La risa y el llanto son parte de la felicidad, me aseguré a mí mismo antes de escuchar un leve murmullo.

No sabía de dónde provenía hasta que me percaté de que era el Caballito de Mar el que me quería decir algo, nuestra emblemática figura tenía vida y hablaba, además.

-Me dijiste algo le pregunté acercándome más a él.

-Sí, quisiera saber si estarías dispuesto a ayudarme, me preguntó, tímidamente.

Observé que algunos curiosos me miraban pensando que estaba loco por platicar con el caballito del Malecón, sin embargo, eso no me importó y yo seguí igual con mi incipiente diálogo.

-Qué puedo hacer yo por ti, existe alguna manera, quisieras bajar de ahí.

No tienes que hablar tanto, te pregunté si me puedes ayudar y lo único que debes responder es sí o no.

-Está bien, no te molestes, pero dime, cómo te puedo ayudar.

-Todos los días soy testigo de la forma como los seres humanos despilfarran su vida, y eso me angustia, quiero que sepas que yo fui uno de ustedes, pero me cayó encima una maldición.

Me interesé muchísimo en la historia que me iba a contar el Caballito de Mar; un par de palomas se posaron en él para escucharla, yo me coloqué lo más cerca que pude, sin importarme las risas de lo que era ya una muchedumbre reunida en torno a lo que creía, era mi locura.

-Yo fui un hombre como todos, inició el Caballito su relato, iba a mi trabajo todos los días, tenía una esposa, hijos, de los cuales me ocupaba regularmente, sin regalarles mucho tiempo.

Mi vida carecía de sentido, era uno de esos robots humanos que ustedes pueden ver pasar por aquí todos los días, no tenía conciencia de nada, y lo único que me preocupaba era que llegara el fin de semana para descansar, para tirarme a ver televisión durante horas y horas hasta que me dominara el sueño.

Un día, al salir de casa, quise escapar de todo esto y me metí al mar para perderme en esa inmensidad, tenía la intención de hundirme en el fondo de este mundo marino que siempre me fascinó y no volver a saber más de nada ni de nadie, pero me había equivocado.

Mientras iba descendiendo por ese acuoso universo, me vinieron a la mente algunos recuerdos, pensé en que no volvería a ver la sonrisa de mis niños, que no tendría oportunidad de abrazar a mi esposa, que no podría leer esos libros que me heredaron y a los que nunca les hice caso pensando que leer era como perder el tiempo.

El líquido azul del mar embarrado de peces me hizo ver todo muy claro, ¿por qué no me había dado cuenta que la vida sí tiene sentido, que son muchas cosas las que podemos hacer?

Quise subir de regreso a la existencia, pero todo estaba perdido, de pronto, me percaté que mi cuerpo se transformaba, convirtiéndome de un ser humano en un caballito de mar.

Entonces adquirí otra familia y otra vida, andar por todo ese espacio era fascinante, me sentí feliz, pero no pasó mucho tiempo cuando un gran pulpo se acercó a mí moviendo vulgarmente sus tentáculos.

Me dijo que ese mundo no me pertenecía y que rechazar mi condición de humano me haría infeliz toda mi vida, porque Dios nos encomendó una tarea, para la cual nos dio una oportunidad diferente a cada uno y nos dio el pensamiento, lo más valioso que puede existir, y yo lo había desperdiciado.

Dicho esto, el pulpo que yo veía gigantesco me tomó entre sus múltiples brazos y me condujo a un lugar muy extraño dentro del océano, ahí habitaban unos seres raros, muy parecidos a los humanos.

Me entregó a quien parecía el líder de ese extraño país subterráneo y le dijo algo en secreto.

Enseguida el sujeto que tenía un solo ojo debajo de una prominente frente y unos labios parecidos a unos platos alargados, que llevaba unas orejas diminutas y carecía de nariz, me depositó en una gran mesa a la que se acercaron otros seres de las mismas características y comenzaron a embarrarme con un barro frío con el que me cubrieron todo el cuerpo.

Después de dejarme cubierto con ese lodo me entregaron en las manos del pulpo gigante quien me llevó después de una larga travesía hasta la orilla del mar en donde me dijo, “ahora pagarás por tu equivocación y estarás condenado por los siglos de los siglos a ser un espectador de tu propia especie, para que sufras al ver cómo todos terminarán de alguna manera como tú, si no cambian sus vidas”.

Dicho esto, me dejó en la orilla del mar en donde las olas me arrastraron hasta la arena, justo donde una persona me tomó para colocarme en la posición en la que estoy.

El Caballito de Mar no habló más, se quedó en silencio, en tanto que las palomas y yo nos mirábamos sorprendidos por su historia.

-Dime, cómo te puedo ayudar, le pregunté angustiado al Caballito de Mar, quien no habló ni una palabra más.

Una de las palomas me dijo entonces, –quizá esté bajo algún embrujo y pueda volver a ser un humano, y eso es lo que quiere que le ayudes.

Al no obtener respuesta, ni del Caballito ni mía, las palomas emprendieron el vuelo y me dejaron con mi frustración.

Pase días pegado al Caballito de Mar en espera de que me hablara y me dijera su secreto, pero no volvió a pronunciar palabra.

Desde que el Caballito enmudeció, voy todos los días al Malecón con la esperanza de volver a escuchar su voz, de conocer la manera de ayudarlo.

Hay días en que he querido rendirme y dejar de ir a buscar el milagro, pero algo me dice que muy pronto me hablará y me dirá su secreto.

Mientras, estoy moldeando mi vida, para evitar que alguien la desorganice por mí, estoy dándole sentido a mi existencia, para que cuando llegue el fin, no tenga que convertirme en una figura de piedra y pueda entonces, emprender el vuelo hacia otra vida.

- El misterio del caballito de mar del malecón

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